Los niños de hoy en día serán incapaces
de recordar cuál fue su primer momento en Internet, igual que quienes ya no
cumplimos los treinta -ni los cuarenta- no sabríamos decir cuál fue el primer
programa de televisión que nuestros padres nos dejaron ver, en horario de tarde
y en riguroso blanco y negro. En mi caso, no podría decir si se trata de los
Payasos de la Tele -recuerdo, y quién no, la muerte de Fofó-, o de una serie
que se llamaba La mansión de los Plaff, protagonizada, entre otros, por María
Luisa Seco y José Carabias. Los mayores recordarán a Valentina y los
Chiripitifláuticos, los pequeños a Barrio Sésamo... qué sé yo.
Decía que no tengo un primer recuerdo de ver la tele,
pero sí de la primera vez que vi un ordenador. Fue en 1986; yo tenía 14 años e
iba a 8º de EGB. A uno de mis compañeros de clase le compraron un Commodore 64.
Recuerdo haberme sentado delante del teclado y haberme quedado como en el
chiste: Ordenador, di mi nombre, o
algo parecido. Mi amigo Paco, que era el dueño del ordenador, me dijo que para
que hiciera algo había que programarlo. Entonces sentí una cierta decepción. Aquello
no tenía mérito.
Unos días más tarde, Paco tuvo una discusión en clase
con don Pedro, nuestro maestro. Siempre he dicho que, después de mis padres,
don Pedro ha sido la persona que más me ha formado como adulto. Nos cogió de la
mano en 3º de EGB, con siete añitos, y nos soltó en 8º, convertidos en
proyectos de hombres y mujeres. Pero mi Maestro era hijo de su tiempo, y por
eso en aquella ocasión nos explicó que los ordenadores, en realidad, no servían
para mucho. Me parece que le estoy oyendo: ¿Para
qué queréis un ordenador, para apuntar lo que tenéis que hacer, o para que vuestra
madre haga las cuentas de la casa? Para eso yo tengo mi agenda, que la
puedo llevar en un bolsillo. Nuestro amigo Paco levantó la mano, pidió permiso
-ya digo que eran tiempos que parecen tan lejanos- y explicó que los
ordenadores eran muy importantes, y tal.
Poco después mi padre, que también era profesor, empezó
a estudiar la Diplomatura en Informática. Hablaba de cosas como el Fortran, el Cobol
o el Pascal. Lenguajes que pasaron a la Historia como el arameo o el latín,
pero que un par de décadas más tarde tuvieron que ser resucitados cuando el
final del milenio nos hizo temer a todos aquel Efecto 2000 que nos iba a
devolver a la Edad de las Cavernas. Muchas empresas llamaron a sus antiguos
empleados jubilados y les pidieron que se metieran en el interior de los
ordenadores para comprobar si aquellos programas, que para ellos se habían
vuelto ilegibles, iban a funcionar cuando todos los contadores, con el año
representado por las dos últimas cifras, regresaran al año 1900.
Las lenguas muertas tienen la buena costumbre de
resucitar; recordad que, hace algunas semanas, cuando Benedicto XVI anunció su
renuncia en medio de un acto solemne, la única periodista que se dio cuenta de
lo que estaba pasando fue Giovanna Chirri -lo sé-, una plumilla de la Agencia
ANSA, que era la única profesional de los medios que sabía latín.
Yo pertenezco a la generación de los juegos de
cassette, los Amstrad y los joysticks con ventosas para pegar a la mesa. Pasé
horas y horas delante del Alien 8, un pequeño robot que recorría infatigable
las estancias de una nave espacial buscando cilindros y pirámides para
descongelar a unos astronautas criogenizados.
Mi hermano y yo empezamos a jugar al Alien 8 en 1986, y lo derrotamos una
mítica tarde de 1990, con la ayuda de un mapa completo de la nave que yo había
encontrado en una de las revistas que se compraba mi padre. Hubo otros juegos,
Ikari Warriors, Bruce Lee, The Mummy... pero no quiero aburriros con
batallitas. También llegué a hacer algunos programas en lenguaje Basic.
10 REM Batallita
20 CLS
30 PRINT
"BATALLITA ";
40 GOTO 30
run
Mi interés por los ordenadores, aunque hubiera que
programarlos, se vino un poco abajo gracias a mis profesores de Informática. En
2º y 3º de BUP había una asignatura conocida como EATP (unas siglas que, según
el ordenador, corresponden a Enseñanzas y Actividades Técnico-Profesionales).
Estaban las típicas: Hogar -prohibido para cualquier chico que quisiera
sobrevivir al patio del instituto-, Teatro, Electricidad... e Informática. La
gran mayoría nos apuntamos a Informática, y entonces los profesores nos
enseñaron el lenguaje Logo.
El logo era una especie de triángulo que representaba
a una tortuguita, y había que moverla. Poco más. Y así todo un año. Encendías
el ordenador, insertabas el disco floppy en la unidad B: (una letra que por
culpa de aquellos discos blandos ha quedado proscrita en los ordenadores del
siglo XXI), y movías la tortuguita. Una cifra para indicar en qué ángulo
giraba, y otra para indicar su avance, con algunas siglas que correspondían a forward, turn right y turn left.
turnleft 90 forward 100
La tortuguita se movía en ángulo de 90º y avanzaba 100
¿píxels?
Turnleft 45 forward 200
La tortuguita se movía un poco y volvía a avanzar.
Y así todo el año.
Poco después hubo una revolución. Los ordenadores
cambiaron radicalmente con la introducción del disco duro, que, básicamente,
suponía que cuando lo apagabas se quedaban las cosas dentro, sin necesidad de diskettes.
Que, por cierto, los había de dos tamaños, además de los floppy. Mi padre no
pudo disfrutar de aquel avance, porque se murió en 1991 sin saber lo que era
Internet, el correo electrónico o los teléfonos móviles. Poco después mi
hermano y yo nos deshicimos del Amstrad y compramos un ordenador con algo novedoso
llamado sistema Windows. Después de algunas décadas de decadencia, las arrobas abandonaron el mundo rural y se hicieron las dueñas de la gran ciudad. Las siglas PC dejaron de significar "Partido Comunista" y empezaron a ser sinónimo de "ordenador". Por aquel entonces, Ana Blanco abría muchos
telediarios diciendo que estaban llegando las Autopistas de la Información,
algo que nos permitiría comunicarnos a tiempo real de punta a punta del planeta
gracias a una cosa llamada World Wide Web, que en un momento concreto comenzó a
ser conocida, sencillamente, como Internet.
Permanecí apartado de aquellas autopistas durante
muchos años, hasta que en 1997, a los 25 años, abrí mi correo electrónico en
Latinmail. Enseguida pasé a Hotmail y abrí una cuenta que permaneció inalterada
desde entonces hasta esta mañana en que me han metido Outlook a traición.
Durante un tiempo llevé en un bolsillo del chaleco que
suelo usar para trabajar una libreta donde apuntaba las direcciones de Internet
que me parecían más útiles, hasta que alguien me dijo que había unas webs que
se llamaban buscadores y que estaban especializadas en encontrar información;
sobre todo Yahoo, aunque había otra que se estaba imponiendo y que se llamaba
Google.
Y así fue como un buen día abrí uno de aquellos buscadores
y tecleé con emoción mi propio nombre.
Antonio Beltrán.
Hay 12.200.000 resultados, encontrados en 0'23
segundos, aunque sin duda yo tardaría algunos siglos más en revisarlos uno por
uno.
Calles, colegios, institutos... hubo un Antonio
Beltrán que fue médico de Godoy; otro al que apodaron El Esquinazau que participó en la sublevación republicana de Jaca
de 1930; un historiador aragonés contemporáneo, fallecido hace pocos años, que
le da nombre a todo tipo de instituciones, desde una plaza en la ciudad de
Zaragoza hasta un Centro de Interpretación de Arte Rupestre, pasando por el Centro
Cívico de Garrapinillos.
En fin; más o menos os habrá pasado a todos lo mismo. Entrar
en la red y buscar tu nombre es tan inevitable como meterte en Twitter y
hacerte seguidor de Pérez-Reverte. Y encontrarte entre tanto tocayo, tan
improbable como que el cartagenero encuentre y responda tus mensajes.
Y hablando de Cartagena...
Uno de los topónimos que más cosas me sugieren es
Cartagena de Indias. Buena parte de la Historia de Occidente, resumida en un
solo nombre. Cartagena es Cartago Nova. Cartagena de Indias es la nueva Cartago
del otro lado del mundo. Primero tuvo que haber una Cartago, una civilización
que conquistó buena parte del mundo que conocía hasta que fue reducida
literalmente a cenizas por sus enemigos romanos. Pasaron los siglos, y los
bisnietos de los romanos cruzaron el océano y descubrieron un nuevo
mundo. Y llevaron hasta aquellas tierras un recuerdo de su Cartagena, recuerdo
al mismo tiempo de aquella ciudad africana. Los cartagineses hicieron posible a
los cartageneros, y éstos a los nuevos cartageneros.
Me pregunto cuántos de nuestros municipios tendrán tocayos.
Y para ello, superados gloriosamente los tiempos de la tortuguita del Logo, voy
a utilizar algunas herramientas como la Wikipedia, el Google y el Google Earth...
(continuará)
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