viernes, 29 de marzo de 2013

De la tortuga del Logo al pájaro del Twitter (I)


         Los niños de hoy en día serán incapaces de recordar cuál fue su primer momento en Internet, igual que quienes ya no cumplimos los treinta -ni los cuarenta- no sabríamos decir cuál fue el primer programa de televisión que nuestros padres nos dejaron ver, en horario de tarde y en riguroso blanco y negro. En mi caso, no podría decir si se trata de los Payasos de la Tele -recuerdo, y quién no, la muerte de Fofó-, o de una serie que se llamaba La mansión de los Plaff, protagonizada, entre otros, por María Luisa Seco y José Carabias. Los mayores recordarán a Valentina y los Chiripitifláuticos, los pequeños a Barrio Sésamo... qué sé yo.

Decía que no tengo un primer recuerdo de ver la tele, pero sí de la primera vez que vi un ordenador. Fue en 1986; yo tenía 14 años e iba a 8º de EGB. A uno de mis compañeros de clase le compraron un Commodore 64. Recuerdo haberme sentado delante del teclado y haberme quedado como en el chiste: Ordenador, di mi nombre, o algo parecido. Mi amigo Paco, que era el dueño del ordenador, me dijo que para que hiciera algo había que programarlo. Entonces sentí una cierta decepción. Aquello no tenía mérito.

Unos días más tarde, Paco tuvo una discusión en clase con don Pedro, nuestro maestro. Siempre he dicho que, después de mis padres, don Pedro ha sido la persona que más me ha formado como adulto. Nos cogió de la mano en 3º de EGB, con siete añitos, y nos soltó en 8º, convertidos en proyectos de hombres y mujeres. Pero mi Maestro era hijo de su tiempo, y por eso en aquella ocasión nos explicó que los ordenadores, en realidad, no servían para mucho. Me parece que le estoy oyendo: ¿Para qué queréis un ordenador, para apuntar lo que tenéis que hacer, o para que vuestra madre haga las cuentas de la casa? Para eso yo tengo mi agenda, que la puedo llevar en un bolsillo. Nuestro amigo Paco levantó la mano, pidió permiso -ya digo que eran tiempos que parecen tan lejanos- y explicó que los ordenadores eran muy importantes, y tal.

Poco después mi padre, que también era profesor, empezó a estudiar la Diplomatura en Informática. Hablaba de cosas como el Fortran, el Cobol o el Pascal. Lenguajes que pasaron a la Historia como el arameo o el latín, pero que un par de décadas más tarde tuvieron que ser resucitados cuando el final del milenio nos hizo temer a todos aquel Efecto 2000 que nos iba a devolver a la Edad de las Cavernas. Muchas empresas llamaron a sus antiguos empleados jubilados y les pidieron que se metieran en el interior de los ordenadores para comprobar si aquellos programas, que para ellos se habían vuelto ilegibles, iban a funcionar cuando todos los contadores, con el año representado por las dos últimas cifras, regresaran al año 1900.

Las lenguas muertas tienen la buena costumbre de resucitar; recordad que, hace algunas semanas, cuando Benedicto XVI anunció su renuncia en medio de un acto solemne, la única periodista que se dio cuenta de lo que estaba pasando fue Giovanna Chirri -lo sé-, una plumilla de la Agencia ANSA, que era la única profesional de los medios que sabía latín.

Yo pertenezco a la generación de los juegos de cassette, los Amstrad y los joysticks con ventosas para pegar a la mesa. Pasé horas y horas delante del Alien 8, un pequeño robot que recorría infatigable las estancias de una nave espacial buscando cilindros y pirámides para descongelar a unos astronautas criogenizados. Mi hermano y yo empezamos a jugar al Alien 8 en 1986, y lo derrotamos una mítica tarde de 1990, con la ayuda de un mapa completo de la nave que yo había encontrado en una de las revistas que se compraba mi padre. Hubo otros juegos, Ikari Warriors, Bruce Lee, The Mummy... pero no quiero aburriros con batallitas. También llegué a hacer algunos programas en lenguaje Basic.
 
10 REM Batallita
20 CLS
30 PRINT "BATALLITA ";
40 GOTO 30
run 

Mi interés por los ordenadores, aunque hubiera que programarlos, se vino un poco abajo gracias a mis profesores de Informática. En 2º y 3º de BUP había una asignatura conocida como EATP (unas siglas que, según el ordenador, corresponden a Enseñanzas y Actividades Técnico-Profesionales). Estaban las típicas: Hogar -prohibido para cualquier chico que quisiera sobrevivir al patio del instituto-, Teatro, Electricidad... e Informática. La gran mayoría nos apuntamos a Informática, y entonces los profesores nos enseñaron el lenguaje Logo.

El logo era una especie de triángulo que representaba a una tortuguita, y había que moverla. Poco más. Y así todo un año. Encendías el ordenador, insertabas el disco floppy en la unidad B: (una letra que por culpa de aquellos discos blandos ha quedado proscrita en los ordenadores del siglo XXI), y movías la tortuguita. Una cifra para indicar en qué ángulo giraba, y otra para indicar su avance, con algunas siglas que correspondían a forward, turn right y turn left.

turnleft 90 forward 100

La tortuguita se movía en ángulo de 90º y avanzaba 100 ¿píxels?

Turnleft 45 forward 200

La tortuguita se movía un poco y volvía a avanzar.
Y así todo el año.
Poco después hubo una revolución. Los ordenadores cambiaron radicalmente con la introducción del disco duro, que, básicamente, suponía que cuando lo apagabas se quedaban las cosas dentro, sin necesidad de diskettes. Que, por cierto, los había de dos tamaños, además de los floppy. Mi padre no pudo disfrutar de aquel avance, porque se murió en 1991 sin saber lo que era Internet, el correo electrónico o los teléfonos móviles. Poco después mi hermano y yo nos deshicimos del Amstrad y compramos un ordenador con algo novedoso llamado sistema Windows. Después de algunas décadas de decadencia, las arrobas abandonaron el mundo rural y se hicieron las dueñas de la gran ciudad. Las siglas PC dejaron de significar "Partido Comunista" y empezaron a ser sinónimo de "ordenador". Por aquel entonces, Ana Blanco abría muchos telediarios diciendo que estaban llegando las Autopistas de la Información, algo que nos permitiría comunicarnos a tiempo real de punta a punta del planeta gracias a una cosa llamada World Wide Web, que en un momento concreto comenzó a ser conocida, sencillamente, como Internet.

Permanecí apartado de aquellas autopistas durante muchos años, hasta que en 1997, a los 25 años, abrí mi correo electrónico en Latinmail. Enseguida pasé a Hotmail y abrí una cuenta que permaneció inalterada desde entonces hasta esta mañana en que me han metido Outlook a traición.

Durante un tiempo llevé en un bolsillo del chaleco que suelo usar para trabajar una libreta donde apuntaba las direcciones de Internet que me parecían más útiles, hasta que alguien me dijo que había unas webs que se llamaban buscadores y que estaban especializadas en encontrar información; sobre todo Yahoo, aunque había otra que se estaba imponiendo y que se llamaba Google.

Y así fue como un buen día abrí uno de aquellos buscadores y tecleé con emoción mi propio nombre.

Antonio Beltrán.

Hay 12.200.000 resultados, encontrados en 0'23 segundos, aunque sin duda yo tardaría algunos siglos más en revisarlos uno por uno.

Calles, colegios, institutos... hubo un Antonio Beltrán que fue médico de Godoy; otro al que apodaron El Esquinazau que participó en la sublevación republicana de Jaca de 1930; un historiador aragonés contemporáneo, fallecido hace pocos años, que le da nombre a todo tipo de instituciones, desde una plaza en la ciudad de Zaragoza hasta un Centro de Interpretación de Arte Rupestre, pasando por el Centro Cívico de Garrapinillos.

En fin; más o menos os habrá pasado a todos lo mismo. Entrar en la red y buscar tu nombre es tan inevitable como meterte en Twitter y hacerte seguidor de Pérez-Reverte. Y encontrarte entre tanto tocayo, tan improbable como que el cartagenero encuentre y responda tus mensajes.

Y hablando de Cartagena...

Uno de los topónimos que más cosas me sugieren es Cartagena de Indias. Buena parte de la Historia de Occidente, resumida en un solo nombre. Cartagena es Cartago Nova. Cartagena de Indias es la nueva Cartago del otro lado del mundo. Primero tuvo que haber una Cartago, una civilización que conquistó buena parte del mundo que conocía hasta que fue reducida literalmente a cenizas por sus enemigos romanos. Pasaron los siglos, y los bisnietos de los romanos cruzaron el océano y descubrieron un nuevo mundo. Y llevaron hasta aquellas tierras un recuerdo de su Cartagena, recuerdo al mismo tiempo de aquella ciudad africana. Los cartagineses hicieron posible a los cartageneros, y éstos a los nuevos cartageneros.

Me pregunto cuántos de nuestros municipios tendrán tocayos. Y para ello, superados gloriosamente los tiempos de la tortuguita del Logo, voy a utilizar algunas herramientas como la Wikipedia, el Google y el Google Earth...

(continuará)

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