miércoles, 22 de mayo de 2013

Lorca tenía muralla

         Poco tiempo después de instalarme en Lorca comencé a sospechar que la ciudad podía haber tenido algún tipo de muralla medieval. Estábamos en abril o en mayo de 2007, yo vivía en un pequeño piso de San Cristóbal y todos los días me acercaba al kiosco que hay junto al museo Arqueológico para comprar los periódicos. Mi paseo incluía el cruce por el puente del Barrio, que no dejaba de darme sorpresas. Un día, una higuera formidable que nacía a varios metros de altura, entre los huecos de las piedras de un muro, y se extendía frondosa hasta la acera del semáforo. Otro día, el descubrimiento de que el río Guadalentín en realidad estaba pintado de azul; que, como suele ocurrir en la cuenca mediterránea, el cauce del río estaba seco y sólo se llenaba los meses de otoño.
         Paseaba por el puente, sintiendo el descenso de la temperatura que se produce en toda esa zona, y contemplaba la silueta elegante y señorial de la Torre Alfonsina, pensando que los andamios que afeaban el panorama serían una solución provisional mientras se llevaban a cabo algunas obras de restauración.
         Recorriendo todas las mañanas el mismo camino empecé a sospechar que en tiempos pasados Lorca había tenido una muralla medieval. Mirando hacia el aparcamiento de La Merced, detrás de un edificio aislado, de varias alturas, y escondido entre vallas, había algunos fragmentos de muro con pinta de ser antiguos. Eso es todo lo que se veía: unos sillares viejos, llenos de basura, escondidos entre las zarzas y con más pinta de escombrera que de muralla.
         Dejando a mano derecha la escombrera, subiendo por una calle muy empinada, llegabas a una torre con almenas y la puerta abierta en recodo: el Porche de San Antonio; una estructura fenomenal que no se te ocurría vincular con las ruinas que habías dejado a tus espaldas. Aquella torre era una isla del Pasado, preservada milagrosamente de la acción de la piqueta.




        Por regla general, cuando tomaba la ruta desde el aparcamiento de La Merced pasando por el Porche de San Antonio, es porque iba al Ayuntamiento a asistir a alguna rueda de prensa. A veces llegaba con tiempo de sobra y podía pasear por la plaza de España. Me sentaba a la sombra de los árboles cortados con forma de rodajas de embutido, veía como los coches se dejaban los amortiguadores entre los adoquines, o los retrovisores al aparcar bajo el carrerón de la Ex Colegiata. A veces subía por la plaza del Caño, esquivando los coches que aparcaban de cualquier manera, y me fijaba fugazmente en un esperpento cúbico, tapado con una especie de tejado de chapa metálica, que pensaba que podía tratarse de un gallinero o un corral.


        En realidad la escombrera era la muralla medieval de Lorca a su llegada al cauce del Guadalentín, y la plancha metálica estaba protegiendo la torre Rojano, uno de los veintitantos cubos de la muralla lorquina.
         Llegó el 11 de mayo, y los terremotos se llevaron por delante -entre tantísimas cosas- la parte superior del Porche de San Antonio. La puerta en recodo, una de las escasísimas puertas de este estilo que quedan en toda Europa, tuvo buena suerte en la lotería de las ayudas, y pronto aparecieron los andamios.


 Viendo que la torre del Espolón, en el castillo, se había quedado mocha, algunos empezamos a temer que el porche iba a correr la misma suerte; por fortuna, los restauradores le volvieron a colocar sus almenas, que no sé si son históricas, pero sí son parte de los recuerdos de muchas generaciones de lorquinos; y no sé qué más requisitos hacen falta para formar parte de la Historia.

         Ahora, esta misma semana, se ha inaugurado la restauración de buena parte de la muralla, incluyendo una pequeña torre -la Torre 9- que se vino abajo antes de los terremotos. A la torre Rojano le han quitado el sombrero de metal, que por lo visto era una protección puesta por los arqueólogos para que la lluvia no se colase en sus paredes sin techo, y ahora domina una plaza del Caño de la que también se han retirado los coches.



         Ambas obras -el tramo de muralla y la torre- han tenido un coste de 460.019 en su conjunto, y han sido financiadas por el Estado gracias a la partida del 1% Cultural, que es un porcentaje para monumentos históricos que se reserva en determinadas obras públicas. En cuanto al último tramo, el que conduce desde el Porche de San Antonio hasta la orilla del río, en los últimos años el Ayuntamiento se ha encargado de derribar edificios, limpiar la broza, sacar basuras, de manera que ahora las personas que entran al casco urbano desde el Barrio, cruzando el río, pueden darse cuenta de que Lorca fue, y sigue siendo, una ciudad amurallada.

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