sábado, 20 de abril de 2013

Se cumplen 50 años del asesinato de Julián Grimáu


         Hoy hace 50 años del fusilamiento del dirigente comunista Julián Grimáu. Fue detenido por la policía franquista, sometido a torturas, lanzado por una ventana y condenado a muerte en un proceso sin las menores garantías -su acusador ni siquiera tenía la carrera de Derecho- y con el rechazo internacional. Cómo sería la cosa, que el propio Fraga dejó escrito que la Guardia Civil se había negado a ejecutarle. Os dejo una pequeña semblanza biográfica que redacté en su día.
 

 

        Julián Grimáu García nació en Madrid en 1911. Era impresor de profesión. Comenzó su andadura política en el sindicato socialista UGT. Durante la II República ingresó en Izquierda Republicana, la formación dirigida por Manuel Azaña. Como tantos otros republicanos de izquierdas, cuando estalló la Guerra Civil se afilió al Partido Comunista de España (PCE), seducido por sus ideas y por la pasión y eficacia con que se enfrentaban al fascismo.

Durante la contienda fue jefe de policía de Madrid, y, como tal, se le responsabilizó de haber purgado a trotskistas y anarquistas, y de haber ejecutado a muchos militantes de derechas.

Cuando acabó la guerra se exilió a América, pero enseguida se trasladó a Francia para continuar luchando contra el Franquismo. Entró en España clandestinamente en 1962, con la tarea de recomponer y organizar el Partido Comunista. Como había pasado con otros dirigentes comunistas, como Heriberto Quiñones y Jesús Monzón, sus actuaciones provocaron el recelo de la dirección del Partido, encabezada por Santiago Carrillo, que pretendía que los hombres que estaban combatiendo en la clandestinidad se sometieran plenamente a las directrices que ellos imponían desde el exilio.

A finales de 1962 fue detenido por la policía, que le sometió a tortura en la Dirección General de Seguridad, ubicada en la Puerta del Sol de Madrid. Se identificó como miembro del Comité Central del PCE, pero se negó a aportar cualquier dato que pudiera poner en peligro a sus camaradas, a pesar de la dureza extremada de la tortura a la que fue sometido. En un momento dado, los hombres que le estaban torturando le hundieron el cráneo de un golpazo; para camuflar el golpe, le arrojaron por la ventana a un patio interior, y dijeron que se había tirado él mismo para suicidarse.

El líder comunista sobrevivió a las torturas sin hablar, y fue juzgado y condenado a muerte. Fue fusilado en la cárcel madrileña de Carabanchel el 20 de abril de 1963. Entre las personalidades que pidieron que no se aplicara la pena de muerte estuvieron la reina Isabel II de Inglaterra, el dirigente laborista británico Harold Wilson, el líder soviético Jruschov, políticos como Joaquín Ruiz-Giménez e intelectuales como Ramón Menéndez Pidal, Xavier Zuviri, Pedro Laín Entralgo o José Luis López Aranguren.

         Manuel Fraga, que en aquella época era ministro de Información y Turismo, recordó en sus memorias el caso Grimáu: "El lunes, 15 (de abril de 1963) volví al despacho. Me encontré con una montaña de radios y telegramas, en relación con el caso Grimau, el dirigente comunista conectado con graves acciones de las checas durante nuestra guerra. La organización comunista internacional funcionó con su acostumbrada perfección, y la campaña tuvo una fuerza enorme. Las postales, impresas con un texto común, llegaban de todas partes (...). El martes, 16, hablé sobre este tema con varios de los ministros militares (...); los compañeros (de la carrera diplomática) están preocupados por la tempestad exterior que el caso Grimau va a provocar. Así fue. Al día siguiente, miércoles 17, es asaltada la Embajada de España en Bruselas, a cuyo serio incidente incidente seguirán otros (...). El jueves, 18, se ve, por un Consejo de Guerra, la causa contra Grimau. Surgen tensiones de todas clases; me veo obligado a anular un proyectado viaje a Sevilla. El viernes, 19, Consejo de Ministros (...). El tema del día era si se indultaba o no a Grimau. Fue uno de los debates más difíciles que recuerdo; predominó la tesis negativa, y la sentencia se cumplió a las seis de la madrugada (...). Llegó un telegrama de Jruschov, personal a Franco, que le leí a Franco por teléfono (...). Apenas dormí aquella noche; hubo incluso un incidente, sobre quién, y en qué condiciones, procedía a la ejecución; que la Guardia Civil, amparada en sus reglamentos, se negó a realizar".

         Otro punto de vista cualificado sobre la actitud del régimen en el caso Grimáu lo aporta el general Pacón Franco Salgado-Araujo, primo y ayudante del dictador: "20 de abril de 1963. Hoy he despachado con el Caudillo y comentamos el número de telegramas que se han recibido pidiendo el indulto del comunista Julián Grimau, fusilado esta mañana en cumplimiento del fallo dictado por el tribunal militar que le juzgó. Ha contestado personalmente al enviado por la reina Isabel de Inglaterra pidiendo el indulto. En la contestación le dice: Sin duda han sorprendido su buena fe, puesto que Grimau es autor de crímenes horrendos, y por lo tanto lamento no poder conceder el indulto (...). No cabía posibilidad de indulto para el autor de tanto crimen. En España hubiera causado verdadera indignación un gesto de misericordia".

Pacón Franco refirió también el punto de vista personal del Caudillo, poniendo en su boca las palabras siguientes: "Para todos fue doloroso tener que aprobar la sentencia, pero era un deber hacerlo (...). Ahora estábamos ante un caso especial, el de un criminal jefe de checa que asesinó despiadadamente con terribles torturas a muchos españoles cuyas familias viven y claman justicia contra el feroz asesino de sus deudos. No había más remedio que aprobar la sentencia, y en esto está todo el consejo de acuerdo. Es verdad que el ministro de Asuntos Exteriores pronunció unas palabras diciendo que había que tener en cuenta la campaña que se desataría contra el régimen y contra mí en el extranjero. Le contesté que ello sería injusto y lamentable, pero que el cumplimiento del deber obligaba a que la sentencia fuese cumplida. No hubo la menor diferencia entre ministros militares o civiles, todos opinaron lo mismo (...)".

"Por muchas razones convenía que la sentencia se cumpliera cuanto antes, y para ello el capitán general (García Valiño) telefoneó al general jefe del tercio de la Guardia Civil para que nombrase un pelotón de ejecución. Éste contestó que el reglamento lo prohibía, y que la única misión autorizada era la de custodiar el cadáver. García Valiño dio cuenta de lo anterior al ministro del Ejército y nombró un pelotón de soldados voluntarios. Martín Alonso tuvo unas palabras violentas con el director de la Guardia Civil, general Zanón, y me pidió su relevo. La ejecución la hicieron los soldados, y aunque el reo cayó mortalmente herido, hubo que darle el tiro de gracia. El ajusticiado rehusó los auxilios espirituales que le fueron ofrecidos. Estuvo tranquilo en el momento de ser fusilado. No me ha cogido de sorpresa la enorme campaña mundial de protesta que se ha desarrollado después de la ejecución. En el extranjero están acostumbrados a meterse en los asuntos de España, pero no dicen nada cuando de trata de otros países."

         El 15 de abril de 2002, el grupo parlamentario de Izquierda Unida en el Congreso de los Diputados planteó una proposición no de ley para rehabilitar públicamente a Grimáu. La iniciativa tuvo, entre otros, el apoyo del PSOE, Convergència i Unió, Partido Nacionalista Vasco y Bloque Nacionalista Galego; sin embargo, el Partido Popular, que tenía la mayoría absoluta, rechazó la proposición. Los populares alegaron que ya se habían tomado medidas globales para resolver este tipo de casos, acusaron a la oposición de excusarse en el caso Grimáu para atacar a Fraga -que en aquellos tiempos era Presidente de la Xunta- y dijeron que no era el momento de reabrir viejas heridas.

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