Veréis;
hacía algunas semanas que estaba viendo cómo el Ayuntamiento de Caravaca le
pedía el mail a algunos periodistas para convocarles a un evento relacionado
con el municipio. Luis Alcázar, Yayo Delgado, Txema Campillo, Encarna
Talavera... y otras personas que parecían interesantes y simpáticas; de manera
que me dije: Antonio, tienes que
conseguir que cuenten contigo para lo que sea.
Empecé a hacer retuits de
todo lo que recordase a Caravaca, a darle a favoritos, a hacerles unfollow y luego volver a seguirles para que les apareciera una y otra vez el mensaje de "Antonio Beltrán te está siguiendo"... creo que incluso llegué a colarme en sus sueños. Mi objetivo era acabar en Caravaca, o como diríamos
los valencianos, Acabar a Caravaca,
en palíndromo...
Después de hacer cameos en todas
las conversaciones caravaqueñas, conseguí que Mercedes Caparrós, del
Ayuntamiento, y Pipa Gozalbes, de la empresa Tenredo, se fijasen en mí y me pidiesen
el correo electrónico. Se lo facilité, haciéndome el sorprendido, y fui
convocado a un encuentro de tuiteros con cierta relevancia como comunicadores
-y luego estaba yo-, que se iba a celebrar el sábado 13 de abril. En él nos iban
a hablar sobre Caravaca y su fiesta de los Caballos del Vino, que aspira a ser
declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.
Hay una frase que dice que
hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque se puede cumplir. No es
que no quisiera pasar el día en Caravaca, sino que la jornada prevista
coincidía con la romería de la Santa Faz, tan típica de la ciudad de Alicante y
de mi pueblo, Sant Joan.
Yo no soy mucho de fiestas.
No celebro mi cumpleaños desde que cumplí los 25 -en aquellos tiempos el único
teléfono móvil que se conocía era el de Gordon Gekko, Internet era un secreto
militar y cuando querías chatear te
ibas a una bodega y te tomabas un vaso de tinto que te costaba diez duros-; he
pasado más de unas Navidades muerto de frío agarrado a un micrófono, e incluso
cambié de milenio solo en la carretera, saliendo de un túnel y sin un miserable
reloj que me dijera si me estaba fumando el último cigarro del siglo XX o el
primero del siglo XXI... sin embargo, cuando se aproxima el mes de marzo
empiezo a bombardear a mi mujer con planes para la Santa Faz.
Había que elegir. Según la
tradición, en el santuario de Caravaca se conserva un fragmento de la Cruz
donde crucificaron al Señor, y en el monasterio de la Santa Faz se conserva el
fragmento del paño en el que la Verónica limpió la cara de Jesús cuando se lo
llevaban al Calvario. Desde luego, mi ausencia no se iba a notar ni en un lugar
ni en el otro. De manera que me despedí de la Peregrina, prometiéndole que el
próximo año no faltaría a mi cita, y empecé a buscar información sobre Caravaca
y la fiesta de los Caballos del Vino.
La Real e Ilustre Cofradía
de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca nos explica, en su página web, que la
reliquia venerada por los creyentes es un lignum crucis; es decir, un fragmento
de la Cruz en que crucificaron a Jesús. Se trata en concreto de tres astillas
que están guardadas en el interior del relicario, la conocida cruz de doble
palo horizontal.
La reliquia y su soporte
llevan en Caravaca desde el siglo XIII, en un edificio que antes fue una
pequeña atalaya musulmana tras el recinto amurallado y que tras la Reconquista se
convirtió en el santuario. La leyenda dice que un día el rey musulmán de la
zona le preguntó al sacerdote Ginés Pérez de Chirinós en qué consistía la
religión católica; éste se lo explicó y despertó la curiosidad del monarca, que
quiso ver con sus propios ojos en qué consistía la Santa Misa.
Cuando el sacerdote quiso
empezar la ceremonia cayó en la cuenta de que en aquel recinto musulmán no
había ni una sola cruz. En este momento, dos ángeles entraron por la ventana
del alcázar trayendo consigo el fragmento de la Vera Cruz.
Después de semejante
aparición, el rey y todos los habitantes de la ciudad se convirtieron de
inmediato al Cristianismo. El milagro, y por tanto la llegada a la Cruz a
Caravaca, se produjo el 3 de mayo de 1231; una fecha que desde entonces se ha
convertido en uno de los ejes de la vida de los caravaqueños.
Tras la conversión de la
ciudad al Cristianismo, Caravaca se convirtió en un lugar de frontera. Un
pequeño enclave en una de las rutas principales entre el Reino de Castilla y
una Al-Ándalus que estaba perdiendo terreno de manera lenta pero implacable. En
un momento dado, se produjo un segundo milagro: sucedió que las aguas de la
ciudad se corrompieron, y que las fuentes estaban en zona musulmana. Un grupo
de templarios hizo una incursión a caballo por territorio enemigo buscando agua
limpia, pero sólo encontraron vino. De manera que llenaron los odres y
regresaron a la ciudad espoleando a sus monturas, seguramente cogiéndolas de
las riendas porque estaban cargadas con los odres, y corriendo con todas sus
fuerzas para no quedarse atrás y ser atrapados por los musulmanes. Una vez en
la ciudad, bendijeron ese vino sumergiendo en él la Vera Cruz, se lo dieron a
beber a los enfermos y echaron una porción en los aljibes, lo que provocó que,
de inmediato, la ponzoña desapareciera y las aguas quedasen limpias y sanas.
Los Caballos del Vino
conmemoran la bendición de ese vino, y, por tanto, la salvación de los vecinos,
reproduciendo la carrera que tuvieron que hacer los templarios agarrados a las
riendas de sus caballos.
El 2 de mayo, un día antes
del aniversario de la llegada de la Cruz, las peñas caballistas compiten en una
carrera en el tramo final de la subida al santuario. Primero se rifa el orden
de salida, ya que el camino es tan estrecho que los caballos tienen que correr
de uno en uno.
Para ganar la carrera hay que
hacer un recorrido de 80 metros en cerca de 8 segundos.
Casi 40 kilómetros por hora.
Cogidos de las riendas del
caballo.
En cuesta arriba.
Y rodeados por una multitud
que se abre y cierra cuando hay un caballo en la pista, como una cremallera...
Esto, básicamente, son los
Caballos del Vino. Pero luego hay mucho más: el arte de los bordadores -algunos
de Caravaca, y muchas artesanas de Lorca- que enjaezan a los caballos con
estampas sagradas, cotidianas y también desenfadadas; la emoción de los
caballistas y de las peñas que llevan tiempo en lista de espera para participar,
ya que sólo puede haber sesenta peñas en activo; la devoción de los enfermos
que se acercan al Templete después de que se haya sumergido la Cruz en ese
lugar donde confluyen las dos acequias principales; la belleza de los animales,
enjaezados o a pelo...
Los Caballos del Vino son
una tradición que reúne la Historia, la religión, el arte del bordado, la
preocupación por el campo y las cosechas, la importancia del vino y del agua,
el esfuerzo físico, el amor por los caballos...
Por mi parte, tras haber
conseguido apuntarme al encuentro tuitero, estaba más que ansioso por conocer
mejor la ciudad de la Cruz...
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