domingo, 14 de abril de 2013

Acabar a Caravaca (I)


         Veréis; hacía algunas semanas que estaba viendo cómo el Ayuntamiento de Caravaca le pedía el mail a algunos periodistas para convocarles a un evento relacionado con el municipio. Luis Alcázar, Yayo Delgado, Txema Campillo, Encarna Talavera... y otras personas que parecían interesantes y simpáticas; de manera que me dije: Antonio, tienes que conseguir que cuenten contigo para lo que sea.

Empecé a hacer retuits de todo lo que recordase a Caravaca, a darle a favoritos, a hacerles unfollow y luego volver a seguirles para que les apareciera una y otra vez el mensaje de "Antonio Beltrán te está siguiendo"... creo que incluso llegué a colarme en sus sueños. Mi objetivo era acabar en Caravaca, o como diríamos los valencianos, Acabar a Caravaca, en palíndromo...

Después de hacer cameos en todas las conversaciones caravaqueñas, conseguí que Mercedes Caparrós, del Ayuntamiento, y Pipa Gozalbes, de la empresa Tenredo, se fijasen en mí y me pidiesen el correo electrónico. Se lo facilité, haciéndome el sorprendido, y fui convocado a un encuentro de tuiteros con cierta relevancia como comunicadores -y luego estaba yo-, que se iba a celebrar el sábado 13 de abril. En él nos iban a hablar sobre Caravaca y su fiesta de los Caballos del Vino, que aspira a ser declarada Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la Unesco.

Hay una frase que dice que hay que tener mucho cuidado con lo que se desea, porque se puede cumplir. No es que no quisiera pasar el día en Caravaca, sino que la jornada prevista coincidía con la romería de la Santa Faz, tan típica de la ciudad de Alicante y de mi pueblo, Sant Joan.

Yo no soy mucho de fiestas. No celebro mi cumpleaños desde que cumplí los 25 -en aquellos tiempos el único teléfono móvil que se conocía era el de Gordon Gekko, Internet era un secreto militar y cuando querías chatear te ibas a una bodega y te tomabas un vaso de tinto que te costaba diez duros-; he pasado más de unas Navidades muerto de frío agarrado a un micrófono, e incluso cambié de milenio solo en la carretera, saliendo de un túnel y sin un miserable reloj que me dijera si me estaba fumando el último cigarro del siglo XX o el primero del siglo XXI... sin embargo, cuando se aproxima el mes de marzo empiezo a bombardear a mi mujer con planes para la Santa Faz.

Había que elegir. Según la tradición, en el santuario de Caravaca se conserva un fragmento de la Cruz donde crucificaron al Señor, y en el monasterio de la Santa Faz se conserva el fragmento del paño en el que la Verónica limpió la cara de Jesús cuando se lo llevaban al Calvario. Desde luego, mi ausencia no se iba a notar ni en un lugar ni en el otro. De manera que me despedí de la Peregrina, prometiéndole que el próximo año no faltaría a mi cita, y empecé a buscar información sobre Caravaca y la fiesta de los Caballos del Vino.

La Real e Ilustre Cofradía de la Santísima y Vera Cruz de Caravaca nos explica, en su página web, que la reliquia venerada por los creyentes es un lignum crucis; es decir, un fragmento de la Cruz en que crucificaron a Jesús. Se trata en concreto de tres astillas que están guardadas en el interior del relicario, la conocida cruz de doble palo horizontal.

La reliquia y su soporte llevan en Caravaca desde el siglo XIII, en un edificio que antes fue una pequeña atalaya musulmana tras el recinto amurallado y que tras la Reconquista se convirtió en el santuario. La leyenda dice que un día el rey musulmán de la zona le preguntó al sacerdote Ginés Pérez de Chirinós en qué consistía la religión católica; éste se lo explicó y despertó la curiosidad del monarca, que quiso ver con sus propios ojos en qué consistía la Santa Misa.

Cuando el sacerdote quiso empezar la ceremonia cayó en la cuenta de que en aquel recinto musulmán no había ni una sola cruz. En este momento, dos ángeles entraron por la ventana del alcázar trayendo consigo el fragmento de la Vera Cruz.

Después de semejante aparición, el rey y todos los habitantes de la ciudad se convirtieron de inmediato al Cristianismo. El milagro, y por tanto la llegada a la Cruz a Caravaca, se produjo el 3 de mayo de 1231; una fecha que desde entonces se ha convertido en uno de los ejes de la vida de los caravaqueños.

Tras la conversión de la ciudad al Cristianismo, Caravaca se convirtió en un lugar de frontera. Un pequeño enclave en una de las rutas principales entre el Reino de Castilla y una Al-Ándalus que estaba perdiendo terreno de manera lenta pero implacable. En un momento dado, se produjo un segundo milagro: sucedió que las aguas de la ciudad se corrompieron, y que las fuentes estaban en zona musulmana. Un grupo de templarios hizo una incursión a caballo por territorio enemigo buscando agua limpia, pero sólo encontraron vino. De manera que llenaron los odres y regresaron a la ciudad espoleando a sus monturas, seguramente cogiéndolas de las riendas porque estaban cargadas con los odres, y corriendo con todas sus fuerzas para no quedarse atrás y ser atrapados por los musulmanes. Una vez en la ciudad, bendijeron ese vino sumergiendo en él la Vera Cruz, se lo dieron a beber a los enfermos y echaron una porción en los aljibes, lo que provocó que, de inmediato, la ponzoña desapareciera y las aguas quedasen limpias y sanas.

Los Caballos del Vino conmemoran la bendición de ese vino, y, por tanto, la salvación de los vecinos, reproduciendo la carrera que tuvieron que hacer los templarios agarrados a las riendas de sus caballos.

El 2 de mayo, un día antes del aniversario de la llegada de la Cruz, las peñas caballistas compiten en una carrera en el tramo final de la subida al santuario. Primero se rifa el orden de salida, ya que el camino es tan estrecho que los caballos tienen que correr de uno en uno.

Para ganar la carrera hay que hacer un recorrido de 80 metros en cerca de 8 segundos.

Casi 40 kilómetros por hora.

Cogidos de las riendas del caballo.

En cuesta arriba.

Y rodeados por una multitud que se abre y cierra cuando hay un caballo en la pista, como una cremallera...

Esto, básicamente, son los Caballos del Vino. Pero luego hay mucho más: el arte de los bordadores -algunos de Caravaca, y muchas artesanas de Lorca- que enjaezan a los caballos con estampas sagradas, cotidianas y también desenfadadas; la emoción de los caballistas y de las peñas que llevan tiempo en lista de espera para participar, ya que sólo puede haber sesenta peñas en activo; la devoción de los enfermos que se acercan al Templete después de que se haya sumergido la Cruz en ese lugar donde confluyen las dos acequias principales; la belleza de los animales, enjaezados o a pelo...

Los Caballos del Vino son una tradición que reúne la Historia, la religión, el arte del bordado, la preocupación por el campo y las cosechas, la importancia del vino y del agua, el esfuerzo físico, el amor por los caballos...

Por mi parte, tras haber conseguido apuntarme al encuentro tuitero, estaba más que ansioso por conocer mejor la ciudad de la Cruz...

 @continuará

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