domingo, 11 de agosto de 2013

Un poco de política

         La principal consecuencia de que los ex presidentes y ex ministros de los dos partidos mayoritarios acaben fichando por compañías eléctricas, es el incremento brutal de la factura de la luz. Las eléctricas son un lobby con el que ningún político sensato se metería, porque se está jugando su retiro dorado; un sueldazo más que añadir a los que ya perciben por empobrecernos.
         No sólo se empobrece a las familias. La energía solar, limpia, barata, no contaminante, se ha ido al garete en uno de los países más soleados de Europa. Los que apostaron por las fotovoltaicas fueron traicionados por Zapatero; Rajoy les ha subido las tarifas y ha acabado, en la práctica, con una competencia peligrosa para las eléctricas tradicionales, las que contratan a ex políticos.
         Otros de los grandes perjudicados por la última subida son los agricultores y ganaderos. No tenemos suficiente con que Marruecos haga competencia desleal; no tenemos suficiente con que la UE vaya a disponer en breve que todos los países del mundo podrán competir en igualdad de condiciones, sin tener que someterse a nuestros controles sanitarios, sin tener que pagar jornales dignos.
         Además del interés de Marruecos por crecer pasando por encima de sus vecinos más débiles, como España; además del interés de los Estados fuertes de la UE por salir adelante machacando a sus socios más débiles, como España... ahora nos encontramos con que el sector primario, que es de lo poco que nos da fuerza, se ve debilitado porque nuestros políticos, incapaces de defendernos de los problemas reales, miman a las eléctricas buscando en más de un caso su propio bienestar y el de sus familias.
         Se nos dice que el enemigo es Gibraltar, al que llevamos años, o décadas, permitiéndoselo todo, cediendo a una política de hechos consumados. Resulta que la colonia británica está dándole a miles de familias andaluzas el empleo que los sucesivos Gobiernos, tanto los centrales como los autonómicos, han sido incapaces de darles. Ahora han echado en el mar, en unas aguas que se ha permitido que se conviertan en suyas, o al menos compartidas, unos bloques de hormigón, como se está haciendo en buena parte de la costa andaluza. Y esa excusa la convertimos en casus belli. Nos vacila Marruecos, y callamos. Nos vacila la Argentina expropiando sin pagar, y callamos. Nos vacila Europa firmando convenios que nos perjudican, y callamos. Nos vacila un personaje como Joaquín Almunia, presionando con la naval a su propio país, a la clase obrera que el partido en que milita dice representar, incluso a la sociedad vasca y marítima en que se ha criado... y callamos. Y ahora nos vamos a enfrentar a Gibraltar, que da empleos directos; al Reino Unido, donde están trabajando muy duro miles de españoles, muchos de ellos jóvenes universitarios que ahora sirven copas o hacen camas porque la política nefasta de los últimos años les ha obligado al exilio.
         Si nosotros imponemos una tasa de 50 € a todo el que entre en Gibraltar, los británicos pueden imponerle una tasa de 50 € a todos los jóvenes que vayan a Londres a echar un currículum. Si nosotros ponemos trabas para entrar en el Peñón, los británicos pueden poner trabas a la renovación o formalización de contratos de trabajo para españoles. O ni siquiera eso: basta con que el empresario británico, el dueño del pub irlandés, del hotel inglés, la familia que necesita una au-pair... cuando llegue nuestro hijo español, coja su currículum y lo eche a la papelera, porque está hasta las narices de españoles idiotas que les tocan las narices con el Peñón. A esto nos lleva esta política idiota. Primero nos empobrecen, y luego nos ponen en contra de quienes nos acogen fuera para que no nos muramos de hambre dentro.
         Claro que, a gilipollas, gilipollas y medio. Si nuestro Gobierno recurre a Gibraltar, el Gobierno autonómico de Cataluña recurre a Felipe V, a Franco y a otras realidades, que en su día sin duda supusieron traumas. Para nuestros tatarabuelos. Artur Mas está tratando de tapar la corrupción que también chorrea a su alrededor, la crisis generalizada, diciendo que la culpa de todo la tiene Espanya, que llevamos trescientos años robándoles y que la solución a todo es la independencia. De la noche a la mañana todos los catalanes vivirán mejor. No habrá sangre, no habrá ni siquiera malos rollos.
         Contadle al currante de la ciudad de Lérida -Lleida lo pondré cuando escriba en valenciano-, que todos los fines de semana se va a casa de sus padres a Monzón (Huesca), que en vez de los cincuenta kilómetros que se hace ahora, se va a tener que hacer prácticamente el doble, porque el único paso fronterizo por su zona es el que le lleva a Fraga. Ah, caram. Los países diferentes tienen fronteras; y más si no forman parte de la UE ni del Territorio Schengen. La independencia de Cataluña supone tener fronteras, tener barreras. Tres o cuatro conexiones entre Cataluña y el resto de España, sin el centenar de carreteras convencionales, vías rápidas o caminos de tierra que hay ahora entre provincias. Contadle al regante de Amposta que el caudal del Ebro, convertido en río internacional, dependerá de convenios internacionales. Que a lo mejor a un Gobierno demagógico le sale de las narices construir seis presas aguas abajo de Zaragoza, porque en una España empobrecida por la salida de Cataluña serían los catalanes, y no los gibraltareños, los chivos expiatorios. Veo la portada de La Razón, con la Pilarica poniendo un pie sobre el río para poner firmes a los enemigos catalanes. España defiende el agua que Cataluña arroja al mar, diría Paco Marhuenda. Retrasos de hasta cinco horas en la frontera de Vinaroz, mientras los camiones cargados con frutas y verduras de Marruecos suben a Francia por la variante de Alcañiz, entre los vítores de las cafeterías, gasolineras, restaurantes, hoteles, supermercados, comercios y burdeles valencianos y aragoneses.

         En fin. No suelo hablar de política, porque a estas alturas no hay más sordo que el que no quiere oír. Mirad; le dije NO a la OTAN, le dije NO a la caída del Muro porque sabía que lo que había a nuestro lado no era la panacea, le dije NO a la reforma laboral de Felipe, NO a la Guerra de Irak de Aznar, NO a la Constitución Europea de Zapatero, y, desde luego, le digo NO a toda esta basura que hay ahora. Le digo SÍ a crear riqueza nacional, apostando por el sector primario, la pesca, el turismo, la naval, los productos españoles; SÍ a apoyar a los autónomos, a obligar a los bancos a que concedan préstamos cuando sea razonable, a los contratos fijos que aumentan el consumo y a la larga generan empleo; SÍ a la sanidad, la educación, la investigación públicas y de calidad. NO a las tribus, NO a votar como robots a nuestro partido de siempre, NO a la corrupción. En definitiva, y os pido disculpas por este exabrupto que me ha salido del tirón: trato de decirle NO a hacer el idiota votando cosas que no me benefician. Aunque, la verdad: no siempre lo he conseguido.

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