Asomatognosia
Entre
todos los papeles que guardo en casa hay un recorte de prensa, muy baqueteado,
que siempre he considerado uno de los mayores ejemplos... a no seguir.
Se
trata de un artículo del Defensor del Lector de El país, publicado el 16 de julio de 2000, cuyo título ya lo dice
todo: El periodista no estuvo allí. Lo firma Camilo Valdecantos, y es
una respuesta tras la lluvia de críticas de lectores que vieron muchas
incoherencias en un reportaje.
El
artículo comienza así:
El periodista no estuvo allí
Desconcierto agudo
Salvador Pániker publicó en 1969
un libro de entrevistas,Conversaciones en Madrid, con éxito de
varias ediciones. Mezclaba personajes de la oposición oculta y del régimen.
Laureano López Rodó, entonces ministro comisario del Plan de Desarrollo,
aseguraba en un momento de la charla que la peor enfermedad que puede tener un
político es la asomatognosia. Pániker debió dar un respingo ante lo esotérico
del término y repreguntó: "¿Qué?" López Rodó le explicó que se
trataba del desconocimiento de la posición de un individuo en el espacio.
"No
estuve"
Quizá el entonces todopoderoso
ministro de Franco no reflexionó nunca sobre los estragos que la enfermedad
puede causar en un periodista y la agresión que se perpetra contra los lectores
si se escribe bajo este extraño síndrome en su manifestación más aguda.
El sábado día 8, numerosos
lectores de este periódico debieron sospechar que sufrían algo parecido, aunque
no pudiesen ponerle nombre tan científico.
También pudo ocurrir, más
sencillamente, que quedasen pasmados...
Después de una introducción
tan devastadora, el ombudsman entra
en materia. El 6 de julio de 2000, un choque frontal entre un autobús escolar y
un camión en las inmediaciones de Soria se saldó con 28 fallecidos: 22 jóvenes
procedentes de Barcelona, y 6 adultos; entre ellos, el conductor del autocar y
el del camión, a quien desde el primer momento se señaló como causante del
siniestro al haberse salido de su carril.[1]
Tras
el accidente de autocar, El país
encargó a una persona -a la que voy a llamar Víctor-[2]
que se desplazase hasta la localidad segoviana de Cuéllar, donde había nacido
el camionero, para hacer el seguimiento de la noticia. Ya sabéis: exprimir un
poco el tema.
Nuestro
Víctor contó cómo se lo estaban tomando la familia y los vecinos del camionero,
e hizo un reportaje ambientado en este municipio. Se refirió a Cuéllar como un
pueblo de unos cientos de habitantes, emplazado en un otero rodeado por un mar de trigos, con acequias que le han robado el agua al Duero, e informó de las
reacciones de varias personas del municipio al saber que su paisano había
perdido la vida en el accidente.
El
mismo día en que el reportaje salió publicado, El país empezó a recibir numerosas llamadas de personas que decían
que Cuéllar no era tal y como lo habían descrito; que no está a lo alto de un
otero, ni tiene trigales, ni hay acequias... porque ni siquiera está junto al
Duero. Y, además, no tiene unos cuantos centenares de habitantes sino más de
9.000. Al día siguiente, el
alcalde de Cuéllar le mandó al periódico un correo electrónico sugiriendo que,
tal vez, el autor del reportaje había confundido este municipio segoviano con
una pequeña población próxima a Soria que se llama Cuéllar de la Sierra (y que está
a 200 kilómetros de distancia).
En
la dirección del periódico saltaron las alarmas.
El Defensor -expone Camilo Valdecantos, refiriéndose a sí
mismo- chequeó la información, dato a dato, con ambos comunicantes (el alcalde y otro lector) y con un buen
conocedor de la provincia de Segovia y llegó pronto a la amarga sospecha de que
el redactor no había pisado Cuéllar.
No había pisado el
Cuéllar segoviano, pero aportaba testimonios de vecinos de dicho municipio; un
extremo que también fue investigado.
¿Era posible que, tras el agudo
desvarío geográfico, el periodista hubiese estado en Cuéllar y hubiese hablado
con alguien de aquella localidad? La respuesta, lamentablemente, es negativa,
tal y como se sospechó desde el principio, y Víctor, requerido por el Defensor, lo ha admitido abiertamente.
Ésta es su explicación:
"Confundí la localidad de
Cuéllar, localidad soriana de unos cientos de habitantes, a unos 30 kilómetros
de la capital, con la ciudad segoviana de casi 10.000 habitantes, situada a más
de 170 kilómetros de Soria. No estuve en Cuéllar. Escribí la crónica en Soria.
(...)
Personas que acudieron al lugar
del accidente me explicaron que el chófer del camión era del Cuéllar de Soria.
Ahí nació mi error".
Coincidirás
conmigo en que personas que fueron al
accidente no son una fuente fiable.
Si
nuestro Víctor se hubiera comportado con profesionalidad, este error habría
caído por su propio peso: al llegar a Cúllar de la Sierra, los vecinos le
habrían dicho que no conocían de nada al camionero fallecido. Supongo que, tras
el previsible mosqueo, se habría buscado alguna fuente de fiar que le habría
aclarado las cosas:
-
¿Quién te ha dicho que el muerto era del Cuéllar de Soria? ¡Al de Segovia! ¡Si
quieres a sus parientes, tienes que irte al de Segovia!
Entonces,
Víctor habría tachado sus anotaciones sobre los oteros, los trigales y las
acequias que se beben el Duero, y se habría marchado a Segovia echando venablos
por la boca, prometiéndose que, para otra vez, no le iba a hacer caso al primer
mirón.
Pero
volvemos a lo mismo. Si no estuvo en el pueblo del camionero, ¿cómo pudo
entrevistar a sus vecinos?
Víctor
contó en su reportaje que había hablado con
susurros y disimulo con un grupo de mujeres -entre ellas, una llamada
Rosaura, que era íntima amiga de la
familia-; cuando el Defensor del Lector le preguntó de dónde había sacado esos
testimonios, respondió:
"Las declaraciones de
vecinos de Cuéllar sobre la familia del conductor fallecido (...), son ciertas
y fueron difundidas en directo por radio y televisión aquella tarde. Utilicé
estas informaciones y también fue un error no haberlas atribuido a las citadas
fuentes".
El
hombre llegó a la ciudad de Soria, escuchó al primero que le quiso decir algo
-de dónde era el camionero, por ejemplo-, fue escuchando la radio, vio la tele
en algún bar, y tomó nota. El informativo de Canal 11 entrevista a una vecina
llamada Rosaura que dice esto... El corresponsal de Onda Soria aporta el
testimonio de este otro grupo de vecinos... Finalmente, tras apoderarse del
trabajo de otros compañeros, buscó algún dato sobre el pueblo del que una
fuente no fiable le había dicho que procedía el fallecido.
A
este individuo le pillaron porque se confundió de pueblo; si no, habría cobrado
por su reportaje confeccionado sobre la mesa de un bar, vampirizando el
esfuerzo de sus compañeros, y habría seguido engañando a su empresa y a los
lectores de su periódico.
El
ombudsman añade:
El Defensor tiene que concluir que es algo mucho más
grave que un error.
El capital principal de un
periódico radica en la confianza que le otorgan sus lectores.
Las relaciones sociales no se
apoyan, fundamentalmente, en las normas legales, sino en algo previo y más
sutil, que es la confianza.
Los lectores no compran un
periódico pensando que podrán acudir al juez si se sienten perjudicados. Lo
compran porque creen sinceramente que el periódico puede equivocarse, pero
nunca engañarlos.
Traicionar esa confianza en la
que descansa la relación diaria entre periódico y lector supone vulnerar
principios esenciales de esta profesión.
(...)
El juicio queda al criterio de
cada lector. Las disculpas van para todos.
[1] Posteriormente la DGT
estableció como la causa más probable del siniestro una llamada al móvil del
acompañante del camionero; éste se distrajo un par de segundos y se salió del
carril.
[2] El artículo identifica con
nombre y apellido al autor de la estafa periodística, aunque no tendría sentido
que yo aquí echase más porquería encima.
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