sábado, 23 de febrero de 2013

La guerra de las arañas (I)


         Como no todo van a ser sucesos, actuaciones políticas e información cultural, en los días sucesivos voy a compartir con vosotros un pequeño relato que acabo de escribir. Siempre me pasa lo mismo, que las historias que escribo no llegan a novela, pero al mismo tiempo tampoco son relato corto. O me paso o no llego.

         La guerra de las arañas está ambientada en un planeta que lucha por sobrevivir tras la invasión de una especie extraterrestre tan inteligente como violenta. Un porcentaje importante de la Humanidad ha sido aniquilado, otros se han sometido a los invasores y otros luchan por sobrevivir.

La Resistencia se ha organizado en pequeñas ciudades amuralladas, famélicas pero orgullosas de seguir siendo libres. Sus agentes de enlace recorren el territorio con mil precauciones, siempre con el peligro de caer en manos de los araknos o de sus secuaces, los humanos esclavizados con sus pulseritas de oro...

Os animo a que desconectéis un poco y escuchéis la historia increíble que nos quiere contar uno de estos agentes de enlace, que atravesó España entera buscando ayuda para su ciudad franca: un pequeño enclave llamado Villa de Coy, ubicado en las montañas de una población llamada Lorca.
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La guerra de las arañas
Novela breve por entregas
Parte I  

         Hace unas décadas, los seres humanos libramos una guerra contra las arañas. Y la perdimos.

         Bueno, en realidad no eran arañas, esos seres de formas aberrantes, que nos dan tanto miedo porque parecen llenos de agujas para pinchar y tenazas para morder. ¡Ojalá hubieran sido arañas! Ellas respiran nitrógeno y oxígeno, expulsan CO2. Haberse dejado dominar por las arañas habría sido una faena para el Homo Sapiens, pero la Tierra habría seguido respirando, sólo que con menos autopistas y más telas de araña. Los araknos van más allá; los araknos están envenenando al planeta entero para convertirlo en una réplica de la bola apestosa de la que provienen, allá en el fondo de la galaxia, en alguna de esas estrellas heladas que nos miran impasibles en las noches frías.

         Claro que no nos derrotaron sin lucha, aunque, como siempre, nuestro peor enemigo fuimos nosotros mismos. Los propios animales se pusieron de parte nuestra: de parte del planeta Tierra. Los pájaros empezaron muy pronto a atacar a los araknos en vuelos suicidas; especies nocturnas como el búho les profesaron un odio especial hasta que fueron prácticamente exterminados. Y también las víboras, quizás celosas de que aquellos seres de dos patas, dos tentáculos y dos brazos les quitasen su primacía entre los enemigos del Hombre. El Génesis mandado al cubo de la basura por la aparición de aquellos seres a los que Adán no se atrevió a poner nombre, a quienes Noé lanzó sus maldiciones mientras el agua subía por las amuras del Arca, escuchando a sus espaldas los gritos de odio y de terror de los demás animales enjaulados de dos en dos...

         Me avergüenza decir que sólo los humanos han pactado con los araknos. Los gatos abandonaron las aldeas tan pronto los primeros marcianos de panza hinchada y ojos encarnados entraron tambaleándose, precedidos por los alcaldes de las comunidades que se rindieron. Los perros retrocedieron aullando entre dientes, las ratas se escabulleron al ver que de aquellos seres orondos y de piel de cuero no iban a poder aprovechar ni los deshechos.

         Hay enemistad permanente entre los araknos y otros horrores más cotidianos y sin duda terráqueos, miembros de nuestra dinastía. En las aguas del Pacífico, los tiburones blancos se lanzan como torpedos contra las naves de exploración anfibia de los araknos; en la sabana africana, los leones y las hienas hacen huir a los destacamentos marcianos hasta las trampas excavadas por los guerreros bemba y los masais, mientras los buitres cargan en barrena y los francotiradores de la Resistencia apuntan al sitio más débil: la escafandra natural que transforma nuestro aire en esa mezcla de gases que llenan los pulmones de los araknos. Se sabe que los enjambres de avispas se lanzan en tromba sobre ellos, quizás provocadas por los efluvios venenosos que secretan, aunque no consiguen perforar su piel de cetáceo. Las cucarachas se muestran indiferentes, al igual que las arañas de verdad.

Se dice que algunos árboles se han dejado caer aposta encima de esos seres, pero el suicidio vegetal no deja de ser una leyenda urbana. Los pocos científicos independientes que han quedado afirman que la caída masiva de hojas, ramas e incluso algún tronco de pequeño tamaño tan sólo es una reacción natural de los tejidos vegetales ante una atmósfera hostil: ese gas compuesto por amoníaco y azufre que es en lo que se convierte el CO2 después de ser filtrado por sus burbujas pulmonares. Sí que se sabe, porque así lo han difundido los hackers, que en el Polo Norte ha habido casos de osos polares que han hecho barrera con sus cuerpos para proteger a los tiradores escogidos, capaces de convertir un rostro alienígena en un amasijo de carne gris y palpitante de un solo disparo certero a doscientos metros.

         Verán; todo comenzó en los tiempos de mis abuelos, en el verano de 2020, cuando los satélites revelaron que un sector de la selva amazónica estaba cambiando de color. La primera población de araknos llevaba sabe Dios cuántos años criándose en la penumbra de la selva, respirando nuestro aire y convirtiéndolo en ese gas ácido del que debe de estar formada la atmósfera de su asqueroso planeta. En un radio de varios kilómetros alrededor de su nave, los árboles y los arbustos se estaban marchitando sin remedio. Como un auténtico cáncer que hubiera arraigado en lo más profundo del pulmón de este planeta.

         Los primeros araknos, los que eclosionaron en el interior de la selva, nacieron de huevos congelados dentro de una nave con muchos kilómetros a sus espaldas. Un artefacto que quizás llevaba en órbita un millón de años, y que se despertó al recibir las ondas de radio que los humanos estamos lanzando al espacio exterior desde hace un par de siglos.

Algunas personas dicen que, puestos a elegir, les habría sido más sencillo haber optado por un planeta donde nadie les pudiera plantar cara. Un mundo en el que las amebas, o las algas, fueran la especie dominante. Yo no sé nada de Ciencias, pero sí sé bastante de enfrentarme a mis enemigos. Si estás solo, de noche, perdido en un monte, debes ir adonde haya un fuego. Y luego ya te las apañarás para matar a aquéllos que lo han encendido. Aquella nave vio que en el tercer planeta alrededor del Sol las condiciones de vida eran buenas, porque había podido desarrollarse una especie avanzada capaz de mandar mensajes de radio. No era un planeta de hielo, ni compuesto enteramente por gases o por volcanes. Si era bueno para los terráqueos, también podía serlo para los araknos.

         La expedición enviada por el Gobierno brasileño a ver qué le pasaba a la selva se encontró con más de un millar de araknos en pleno proceso de crecimiento: enanos marrones con dedos, patas y tentáculos, muertos de hambre después de un viaje demasiado largo. Colonos cercados por grupos de guaraníes, de botocudos, de tribus enemistadas durante cien generaciones, que ahora luchaban codo con codo, lanzando lluvias de flechas y cascadas de piedras. Los científicos ordenaron un alto el fuego y se acercaron expectantes, armados con microscopios y cámaras de fotos. Aquello acabó como tenía que acabar, con los científicos devorados en vida y los indígenas recogiendo sus escasas pertenencias, desmantelando los poblados y atrincherándose en lo más profundo de la selva, donde no pudiera llegar la estupidez de los occidentales. Dicen que en el corazón del Amazonas hay un par de ciudades francas, territorios no sometidos al dominio de los araknos, pero quién podría saberlo en estos tiempos en que Internet es propiedad de los marcianos y de sus siervos. En vez de exterminarlos a todos, como decían los marines más veteranos, los políticos enviaron una segunda expedición que se llevó a aquellos bichos a una base de Nevada para estudiarlos en cautividad.

         Si se ve a los araknos muy de cerca, la comparación con las arañas pierde todo su sentido. Son seres bípedos, que suelen superar los dos metros de altura. Tienen una figura vagamente antropomórfica, aunque con dos rasgos que los apartan por completo de los hombres y nuestros hermanos, los monos. En primer lugar, el abdomen hinchado hasta lo grotesco, donde se amontonan a presión todas sus vísceras. En segundo lugar, el par de tentáculos que les salen de debajo de las axilas -por emplear un término humano-, y que en su planeta podrán hacer virguerías, pero en el nuestro no son más que cuernos de caracol atrofiados, a punto de pudrirse. Los científicos afirman que, con el paso del tiempo, la evolución natural hará que vayan desapareciendo como nuestras muelas del juicio; aunque en la Resistencia siempre añadimos que no les dejaremos que se queden tanto tiempo.

Encima de los tentáculos tienen sus dos brazos, que no llegan a tener dedos pero sí unas membranas prensiles, una especie de pulgares aplastados que les sirven para manipular objetos. Y encima, separada del cuerpo por un cuello breve y rechoncho, la cabezota. Unas orejas pequeñas, poco más que unos repliegues de la carne; dos pares de ojos, alineados en horizontal: los dos exteriores pequeños, negros y sin párpados, y los interiores grandes y rojizos, parecidos a los de los caballos o las vacas. Sabemos que son órganos distintos porque los interiores los protegen con unas gafas especiales que les envía por camiones una fábrica de Barcelona. Quizás los de dentro ven la luz visible, y los exteriores son alguna especie de rádar.

         Además del abdomen hinchado, los tentáculos moribundos y los cuatro ojos, lo que más nos llama la atención de los araknos es la cara. Los primeros bichos nacidos en el Amazonas se asfixiaban en nuestra atmósfera, pero su organismo ha evolucionado con tanta rapidez que ahora pueden segregar una especie de bufanda protectora: una excrecencia que les sale por la boca y el agujero de la nariz, les tapa la parte inferior de la cara como una bufanda y les deja un pliegue en el medio para meter la comida, hablar y respirar.

         Los araknos han nacido en nuestro planeta, por lo que sus músculos están adaptados a la gravedad terrestre. Caminan, corren, se tumban y se levantan con la misma facilidad que un elefante: lentos, pero no torpes. Casi siempre van calzados; por regla general llevan botas de gran tamaño, fabricadas por las empresas que también nos proveen de calzado a los humanos. Sus pies no tienen dedos pero son flexibles, como una mano nuestra metida en una manopla grande y llena de escamas.

Exceptuando los zapatos y las gafas, los marcianos van desnudos, sin duda porque su piel gorda y tosca les sirve de protección, y tienen un pubis liso como la entrepierna de una nancy. Se reproducen como los pájaros: el macho monta a la hembra y descarga la semilla en un punto determinado del culo de su pareja, sin que haya penetración. Los expertos en conducta extraterrestre creen haber detectado una serie de rituales de apareamiento, lo que tendría mucho sentido en una especie inteligente como la suya, pero, la verdad: no me interesa en absoluto saber lo que hace mamá arakno para poner cachondo a su Paco. Tengo la experiencia suficiente como para identificar entre machos y hembras por algunas características que sería aburrido explicar ahora, y sé que las hembras son un blanco prioritario para el exterminio por su tremenda capacidad reproductiva.

         Si los araknos pudieron salir indemnes de los laboratorios de Nevada; si en los años sucesivos lograron llegar a acuerdos muy beneficiosos con la Casa Blanca, con la OTAN, con la Asamblea General de las Naciones Unidas; en definitiva, si sus escrituras con forma de círculos, rayas y triángulos ya se enseñan en los colegios de élite de Londres, Washington, Tokyo o Bombay, se debe a la acción conjunta, pero no coordinada, de dos sectores de la población mundial: ecologistas radicales, defensores del derecho a la vida de cualquier cosa, incluso del depredador más destructivo... y liberales sin escrúpulos confiados en que aquellos seres tan inteligentes como belicosos iban a ser una mina de oro en forma de tecnología, aunque fuera la tecnología del exterminio masivo. Por eso, en vez de tenerlos concentrados en un solo punto, con todas las armas apuntando a sus máscaras de cuero, los Estados occidentales negociaron entregas de araknos. Todo muy controlado, cada bicho con un código de barras marcado en su abdomen con láser. De esta manera, las colonias de araknos fueron creciendo en el corazón de los países más desarrollados.

También se comenta que la expedición del Amazonas no pudo llevarse a todos los colonos: que hubo algún ejemplar que se quedó atrás, escondido en el barro... Y hay quien dice que la nave en la que viajaba la primitiva colonia de araknos congelados, antes de caer en el centro del Amazonas, hizo un par de batidas en busca de los lugares más remotos del planeta, aquéllos donde las ondas de radio y las frecuencias de Internet eran prácticamente inexistentes, lanzando pequeños paquetitos de arañas dispuestas a crecer y multiplicarse.

Porque otra cosa no, pero a los araknos se les da de maravilla el multiplicarse. Y eso que para ellos la cópula no es más que una descarga maloliente sobre el lomo correoso de la parienta.

Los araknos alcanzan la madurez física a los dos años de la eclosión del huevo. Poco después adquieren todos los conocimientos de la generación anterior, posiblemente por medio de alguna clase de telepatía. Son sexualmente activos a los dos años y medio, tienen períodos de incubación de sólo siete semanas, después de los cuales las hembras hacen puestas de cincuenta o sesenta huevos que tardan poco más de un mes en eclosionar... En definitiva, una bomba de relojería ante la cual los logros reproductores de cucarachas, ratas y conejos palidecen.

Todo esto que les estoy contando son conocimientos básicos, es parte del temario de Neobiología que estudian los niños de ocho años en las escuelas de los pueblos sometidos. La agresividad, la inteligencia, la capacidad de actuar de manera coordinada, la tasa elevadísima de reproducción, e incluso los cambios fundamentales que introducían en los ecosistemas, esto es, en el aire y el agua de la Tierra, son cosas que ya se conocían en 2021, poco más de un año después del primer contacto entre civilizaciones. Así y todo, nuestros científicos, alentados por los políticos a base de subvenciones millonarias, alentaron el aumento y proliferación de colonias de araknos. Pensaban que aquellos seres habían atravesado el espacio, soportando una hibernación de siglos, para someterse a los manoseos de los veterinarios.

La ingenuidad de los científicos, la codicia de empresarios y políticos, se vio reforzada por la asombrosa pasividad con que las primeras generaciones de araknos se dejaron cortar y pinchar aquí y allá. Eran feos como bulldogs con dolor de estómago, y su primera reacción tras salir del huevo era lanzarse contra las paredes del laboratorio como en una película de miedo, pero a las pocas horas se sometían a los manoseos de sus amos humanos. Muchos de nosotros pensamos que su inteligencia colectiva -la puta telepatía que traen de serie- les había hecho comprender que había que calmarse y aceptarlo todo, incluyendo aberraciones como la vivisección, hasta alcanzar un número suficiente de ejemplares adultos. Tragar y tragar hasta que la especie tuviera la fuerza suficiente.

La conquista silenciosa del planeta se prolongó durante más de veinte años. Nuestros científicos creen que aprovecharon aquel tiempo para ir tomando nota de cómo funcionaba nuestro mundo. Un arakno encerrado en la base de Nevada ve pasar a una enfermera embarazada y enseña a sus compañeros del resto del mundo cómo y dónde se gestan los seres humanos. Otro aprende a navegar por Internet mientras ve chatear a los médicos que lo mantienen atado a una camilla. En varias docenas de países, las veinticuatro horas del día, hay araknos que nos ven actuar, escuchan cómo hablamos y cuáles son nuestras preocupaciones principales. Poseer objetos, copular con las hembras, alimentar a las crías, escapar del dolor y de algo que llamamos cáncer. Todos los científicos coinciden en que a los araknos en cautividad les encantaba ver la tele. En nuestra soberbia pensamos que las imágenes en movimiento, los diálogos y la música les habían hipnotizado como a un gato en presencia de un puntero láser. Evidentemente estaban aprendiendo cómo era el enemigo al que algún día -algún día cada vez más cercano- tendrían que abatir.

         La araknización del planeta Tierra comenzó durante la madrugada del 22 de octubre de 2045. Una fecha que en las ciudades francas llamamos la Conquista, y que en las escuelas de los pueblos sometidos no se enseña. Durante aquella noche, muchos miles de araknos, machos y hembras, jóvenes y adultos, se desengancharon los tubos que pinchaban sus venas, rompieron las correas que los sujetaban a las camillas, arrancaron de cuajo las puertas de sus celdas asépticas, devoraron las cabezas de los médicos, vigilantes y limpiadores que se encontraron a su paso, y antes de salir a las calles introdujeron en los ordenadores una sarta de virus que destruyeron casi por completo Internet, las redes de televisión y las de telefonía móvil, y estuvieron a punto de devolver al ser humano a los tiempos anteriores a Thomas Alva Edison.
 
(Continuará)

3 comentarios:

  1. Para cuando la próxima entrega Antonio?

    Juan Antonio AGN.C

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  2. Quería esperar a este fin de semana para publicar la quinta y última... pero la cuelgo ahora mismo. Muchísimas gracias por el interés :)

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    1. La quinta y última? No por favor, por lo menos hasta que yo encuentre la IV entrega que no la veo por ningún lado Antonio.

      Juan Antonio AGN.C

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