domingo, 22 de septiembre de 2013

Un encuentro delirante

            Os dejo con un fragmento de mi manual de estilo para periodistas jóvenes, en el que llevo un par de meses trabajando. Me gustaría haberlo terminado antes de fin de año. Ja vorem.

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        Nunca sabes en qué momento puede aparecer la noticia. Allá por el año 2002 me fui a cubrir un suceso en la huerta de Elche. Habían robado en una granja de avestruces, o algo por el estilo. Además de ser una ciudad próxima al cuarto de millón de habitantes, Elche/Elx tiene un término municipal gigantesco, lleno de palmeras -más de medio millón, declaradas en su conjunto Patrimonio de la Humanidad por la Unesco-, de huertas, parcelas, caminos rurales, acequias y bancales.[1]

         Como siempre, íbamos con la información más escueta posible: Robo en granja de avestruces, de manera que llamamos a la Policía Local a ver si nos podían dar alguna indicación. Los contactos informales, al margen de los conductos oficiales, son una lotería; en aquella ocasión nos dijeron que no nos podían dar ninguna información, ni siquiera aclararnos si la granja estaba al Norte o al Sur, y nos remitieron al gabinete de prensa del Ayuntamiento. A cuyo responsable no fuimos capaces de localizar.

         Preguntamos a otros compañeros, llamamos a otras personas, y logramos acotar un poco la búsqueda. La granja de marras estaba por la zona de Torrellano, una inmensa planicie rústica que se extiende entre la ciudad de Elche y el término municipal de Alicante. Cogimos la carretera nacional mirando por encima de las vallas a ver si veíamos asomar algún cuello largo rematado en pico. Luego probamos suerte en otra carretera transitada, de ahí derivamos a un camino entre chalets, luego empezamos a meternos en pistas de tierra, flanqueadas por matorrales y las omnipresentes palmeras...

         El hombre estaba sentado a la sombra de un muro, leyendo un periódico y escoltado por un perrillo que al ver aparecer el coche de la televisión empezó a dar brincos y a amenazarnos con todos los males del Infierno. Bajé la ventanilla, traté de hacerme oír entre los ladridos del perro.
         - ¡Buenas tardes! ¿Hay por aquí alguna granja de avestruces?

         El hombre se puso en pie y miró a los cuatro puntos cardinales. Huertas y más huertas, con la línea horizontal de la autovía allá a lo lejos, hacia el Oeste. Estuvo unos instantes mirando a su alrededor para confirmar lo que ya sabía, y luego denegó con la cabeza.
         - ¡Muchas gracias! -me despedí. El cámara puso la primera marcha y empezó a mover el coche, pero en ese momento el hombre se apoyó en la ventanilla, miró hacia el interior y comentó:
         - Pensaba que habían venido a entrevistarme por lo de Deliranta Rococó.

         ¿El qué?, pregunté yo; y si tienes menos de 40 años es muy posible que te hayas preguntado lo mismo.

         Durante varias décadas, hasta los primeros años ochenta, la editorial Bruguera sacó a los kioscos toda una serie de revistas de humor para niños. Super Mortadelo, Super Zipi y Zape, Super DDT... Unos tebeos en los que las estrellas de aquellos años, Mortadelo y Filemón, el botones Sacarino, Carpanta, Rompetechos... alternaban con otros personajes que no se hicieron tan conocidos. No sé si te sonarán los nombres de Anacleto agente secreto, Gordito Relleno, Doña Urraca, Sir Tim O'Theo, El profesor Tragacanto, Las hermanas Gilda, La familia Cebolleta... o Deliranta Rococó. Ésta era una aristócrata gorda y presuntuosa que siempre acababa metiéndose en líos pese a la sensatez de su ayuda de cámara: un hombre que no era su mayordomo sino su menordomo, porque era muy pequeñito.

         El autor de aquellas historietas -que los chavales de mi quinta habíamos devorado- firmaba como Schmidt, pero en realidad era español[2] y había estado alojado durante mucho tiempo en aquella casa de campo perdida en mitad de la huerta ilicitana, a la que habíamos llegado buscando un robo en una granja de avestruces.
     En mi agenda de contactos de aquellos años lo tengo apuntado, en la letra D:

         Deliranta Rococó: Pedro ***, alojó a Gustavo Schmidt: 96.568...

         Fue un tema que no llegué a desarrollar porque en aquella época hacía, sobre todo, Periodismo de sucesos; pero esta batallita me quedó como ejemplo de la forma tan imprevisible en que puede aparecer una noticia.


[1] Jaume Espinosa, historiador y buen amigo mío, me informa de que hay pedanías ilicitanas que distan entre sí cerca de 40 kilómetros, como Santa Anna y La Marina.
[2] Se llamaba Gustavo Martínez Gómez y nació en Cartagena. Murió en Elche en 1998.  

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