Para miles de
lorquinos, el 28 de septiembre de 2012 empezó como cualquier otro viernes de
otoño. Se había detectado una alerta por lluvias y tormentas, pero el cielo presentaba
un tono grisáceo que se agradecía, después de un verano sofocante.
A la una del
mediodía, los padres empezaron a recoger del colegio a sus hijos. Tras los
terremotos del año anterior, muchos centros escolares aún estaban en obras o
habían sido demolidos. Numerosos alumnos de todas las edades habían tenido que
empezar el curso en otras instalaciones, muchas veces en la otra punta de la
ciudad.
A la una y
cinco minutos, en Lorca cayeron las primeras gotas. En aquel momento, el vecino
municipio de Puerto Lumbreras ya estaba sufriendo las primeras tormentas, y la
Policía Local se preparaba para cortar el tráfico en la rambla de Nogalte, que
divide el pueblo en dos mitades. Los mayores escrutaban la parte alta del cauce
con recelo, murmurando que de vez en
cuando, el agua baja con los papeles bajo el brazo y reclama lo que es suyo
y recordando la riada que en 1973 destruyó buena parte de Puerto Lumbreras y
acabó con la vida de cerca de 90 vecinos.
Los mayores no
podían imaginarse que se les venía encima una riada que no produjo tantos
muertos, pero que fue superior a la del 73 en volumen de agua y daños
materiales.
Llega la riada
Poco antes de
las dos de la tarde del viernes 28, una gigantesca tromba de agua cayó sobre
Lorca, Puerto Lumbreras y Totana, y sobre la zona contigua de la provincia de
Almería. Las decenas de ramblas que jalonan la zona se desbordaron con el agua,
el barro y los restos de todo tipo arrastrados desde las montañas. La rambla de
Béjar arrastró uno de los viaductos de la autovía A-7, que comunica todo el
Levante español; la de Nogalte rompió en mil pedazos el puente del ferrocarril
entre Lorca y Águilas. Mientras tanto, en Almería la fuerza de las aguas se
llevó uno de los tramos de la autopista de peaje AP-7, que une Cartagena y
Vera. La Región de Murcia y la provincia de Almería quedaron incomunicadas.
El río
Guadalentín, que atraviesa Lorca y da nombre a toda la comarca, recogió toda el
agua que pudo. El pantano de Puentes, que en 1802 se rompió y provocó más de
600 muertos, resistió en esta ocasión toda la fuerza de las aguas y evitó una
catástrofe de dimensiones inimaginables. La situación iba a ser peor aguas
abajo de la ciudad: las ramblas principales, que no están encauzadas, empezaron
a vaciar todo el agua entre las viviendas, las granjas y los invernaderos,
mientras que la vía rápida entre Lorca y Águilas ayudaba a que las aguas se
embalsasen.
En las pedanías
lorquinas de La Torrecilla, El Campillo, Purias o La Escucha, el agua subió de
inmediato e inundó las plantas bajas de las casas y las naves donde se criaban
miles de cerdos, gallinas y ovejas. Muchos vecinos tuvieron que refugiarse en
tejados y azoteas, mientras los servicios de emergencia multiplicaban sus
esfuerzos. Desde un pequeño aeródromo de Águilas, los pilotos Vicente Alberola
y Juan Cegarra sacaron su helicóptero y salvaron de la muerte a decenas de
vecinos. Otro ciudadano recuperó del garaje una pequeña barca de pesca y la
hizo navegar entre los campos inundados, rescatando a sus vecinos.
Morir como un héroe
José Asensio, el Albañil, era uno de los vecinos más
conocidos de la pedanía lumbrerense de El Esparragal. La tarde de la riada,
cuando estaba junto a la rambla de Nogalte advirtió que el agua se estaba
llevando a Miguel, un vecino suyo que luchaba por su vida y por la de sus
nietos. El Albañil no pudo hacer nada por el abuelo, que desapareció bajo las
aguas, pero cuando vio en peligro a Jéssica, de 9 años, no lo dudó y se lanzó
al torbellino, ahogándose con ella. Al otro niño, Marcos, le salvó Mustafá
Fakkoudi, otro vecino de la zona que tuvo más suerte en su lucha contra las
aguas.
Tras la muerte
de su único hijo en accidente de tráfico, H.G. y su marido abandonaron Alemania
e iniciaron una nueva vida en Zarzalico, una de las diputaciones más apartadas
de Lorca. La tarde del día 28, ella quiso acercarse al mercadillo de Puerto
Lumbreras, pero se la llevó con su coche la vieja rambla de Las Macetas,
resucitada después de casi veinte años por los 200 litros por metro cuadrado
que llegaron a caer en aquella zona. Su cuerpo sin vida apareció varios días
más tarde, a varios kilómetros de distancia.
La muerte de
Bartolomé García, Bartolo, se ha sentido en los ámbitos más variados de Lorca:
la cofradía del Paso Azul, la asociación de senderistas, los organizadores de
las olimpiadas comarcales... llevaba muchos años ejerciendo como fotógrafo,
desplazándose con su moto hasta el ojo del huracán. Aquella tarde preparó su
equipo, se subió a la moto y empezó a tomar imágenes del desastre. Bartolo
apagó la cámara para siempre tras ser arrollado por un coche que no vio a
tiempo su moto en medio de la cortina de agua.
El temporal se
saldó con una decena de víctimas mortales. Además de Lorca y Puerto Lumbreras,
la guadaña golpeó Sangonera la Verde (Murcia), Vera y Cuevas del Almanzora
(Almería), Álora y Archidona (Málaga)... y dejó en la ruina, de la mañana a la
noche, a varios centenares de personas.
(Continuará...)
Un buen resumen de una jornada aciaga. Yo estuve allí.
ResponderEliminarVi el puente de la autopista de peaje, tirado entre las cañas, el barro y las piedras. Vi todos los destrozos, muerte y destrucción que dejó el agua.
Sigue así, que no se olvide nunca.
Muchas gracias. Trataremos de que no se olviden ni del desastre ni de las víctimas, que aún necesitan muchas cosas.
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