miércoles, 4 de septiembre de 2013

Canción triste de Limusa

         Son las doce menos cuarto de la noche. En el barrio de Los Ángeles no se escucha ni el sonido de una mosca. Mañana es miércoles y muchos vecinos tienen que levantarse a las seis o a las siete de la mañana para ir al campo a trabajar. Los niños por fin se han dormido, y los vecinos de este barrio de Lorca se preparan para descansar.
         De repente se escucha el motor de un camión y un siseo siniestro, cada vez más fuerte. Los matrimonios se miran aterrados: ¡No!
         Una vez más, el camión de Limusa que riega las calles aparece a las doce menos cuarto, dispuesto a quedarse hasta las doce y media de la noche parado en medio de la calle, con todos los motores -el suyo y el de la bomba al ralentí-. Una vez más, el individuo que organiza los horarios ha dispuesto que los vecinos de Los Ángeles tienen que despertarse y permanecer una hora aguantando el estrépito del motor y el silbido de la manguera que va regando la calle palmo a palmo, pasando por la misma baldosa tres o cuatro veces, salpicando los coches, inundando las motos y armando la de San Quintín.
         Las luces de las habitaciones se van encendiendo; las puertas de las terrazas se llenan de siluetas en pijama que se quedan apoyados en las barandillas, resignados, a la espera de que Limusa decida acabar con el festival de ruido, salpicaduras y por supuesto humo maloliente del tubo de escape. Un camión parado durante una hora, con el runrún, es capaz de echar una buena cantidad de gases.
         Uno de mis vecinos me manda un mensaje al móvil. ¿Te han despertado? ¿Subo con una piedra? El hombre es capaz de eso y mucho más. Se acuesta a las diez de la noche porque empieza a trabajar a las seis y media de la mañana. Además, tiene dos niños pequeños que se estarán removiendo en sus camas, como los míos, al ritmo de una trepidación que hace temblar las paredes de las casas.
         Por supuesto, le digo al vecino que no. Los dos hombres que pasan la manguera una y otra vez no tienen la culpa de que sus jefes les hayan mandado a despertar al barrio entero. Tampoco hay por qué abollar un camión que pagamos entre todos, al igual que pagamos por tener un servicio de limpieza serio: que no revolucione barrios enteros a la una de la mañana, ni se dedique a vaciar los contenedores de reciclaje a las tres; que no es la primera vez que pasa.
         Finalmente el vecino pierde la paciencia, me llama al móvil y me dice que va a liar la de Dios, porque además la cuesta de Los Ángeles lleva una hora cerrada al tráfico para que el camión pueda bajar en dirección contraria. Me recuerda que la última vez los coordinadores de Limusa lo hicieron tan mal, que dejaron atascado al mismísimo camión de la basura. Era más de la medianoche y en la parte alta de la cuesta avanzaban primero el camión del riego, luego el de la basura.

         Tranquilizo al vecino prometiéndole que esta misma noche le mandaré un correo a Limusa pidiéndoles que organicen sus rutas de manera que no perturben la paz del barrio de una manera tan grave. Que pasen, por ejemplo, a las diez de la mañana, a las doce del mediodía, a las cinco de la tarde, a las nueve de la noche... será que no hay más horas. Pero ya es el enésimo mail que les mando, y ni siquiera se molestan en responder. De manera que le prometo que, al menos, haré un pequeño artículo para que quede constancia de que en Los Ángeles estamos hasta las narices de que nos despierten a medianoche y nos tengan una hora sufriendo el escándalo del camión de riego. Claro que mientras acabo estas líneas una persona me manda un tuit diciéndome que por la zona de la iglesia del Carmen pasan a las 4 de la mañana, y entonces doy gracias de que a nadie se le haya ocurrido aprovechar los adoquines que se llevaron de la calle Nogalte. No para apedrear a los currantes del camión, sino para hacer una barricada y que se vayan con el escándalo a otra parte.

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