Quiero
compartir con vosotros un pequeño fragmento de la inmensa tragedia que sufrió
Lorca hace dos años y medio, cuando la tierra tembló produciendo la mayor
devastación en una ciudad española desde la Guerra Civil. Es parte del capítulo del Manual para Periodistas Jóvenes que acabo de terminar.
Yo
estaba ahí; y la televisión autonómica, también.
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(...)
Un
grito; un único grito. Toda la gente sentada en la terraza de la cafetería,
junto a mi furgoneta, echó a correr en la misma dirección, hacia la carretera,
mientras la torre de la iglesia de San Diego se convertía en una nube de polvo.
La fuerza del terremoto me sacudió dentro de la furgoneta como un cascabel.
El
tráfico se detuvo; la gente empezó a abrazarse y a llorar. Ocho personas
perdieron la vida al instante, fulminados por la lluvia de escombros. Una
novena persona iba a morir poco después a consecuencia de las heridas. Arriba,
en el castillo, los técnicos municipales salvaron la vida de milagro cuando se
encontraban a pocos pasos de la Torre del Espolón, que perdió el tercio
superior. La cúpula de la iglesia de Santo Domingo se levantó unos centímetros;
la esfera del reloj de San Francisco se hizo añicos, deteniendo aquel instante
en el tiempo. Los edificios del barrio de San Fernando, edificados sobre
pilares exentos -sin tabiques- se movieron en todas direcciones. Los vecinos de
La Viña salieron de sus casas sin imaginarse que ya no iban a poder regresar.
En la calle Infante Juan Manuel, una madre murió aplastada por los escombros al
proteger a sus dos hijos con su cuerpo.
En
Murcia temblaron las puertas y cayeron libros de las estanterías; en Alicante
algunos perros dieron señales de grandísima inquietud. Un equipo de TVE estuvo
a punto de morir bajo los escombros de la iglesia de San Diego; su cámara, un
veterano, siguió captando planos sin inmutarse. Domingo Franco, cámara
freelance, grabó para 7 Región de Murcia la caída de la torre del santuario de
la Virgen de las Huertas.
Óscar
Peña se colocó la cámara al hombro y grabó la nube de polvo de lo que unos
segundos antes había sido el extremo de la torre de San Diego. Sin inmutarse.
Yo salí de la furgoneta e hice dos llamadas telefónicas.
La
primera, a la editora.
-
Marta, ha habido una réplica muy gorda en Lorca. Puede que haya muertos.
La
segunda, a mi Madre.
-
Mamá; ha habido un terremoto muy fuerte. Sara y los niños se van ahora mismo a
tu casa, a Alicante. Por favor, avisa tú a toda la familia y diles que estamos
bien.
Colgué.
Monté en la furgoneta y recorrí el kilómetro largo que me separaba de mi casa
esquivando coches y peatones, prescindiendo de algunos semáforos.
En
aquella época nosotros vivíamos en el barrio de Los Ángeles, en la periferia de
la ciudad; mi casa estaba al final de una cuesta arriba, en una calle sin
salida pegada a una montaña. Avancé pisando escombros.
Mi
edificio lucía en la fachada las cruces
de San Andrés: las grietas en forma de aspa, fruto del colapso de los
tabiques, que se convirtieron en parte de nuestro escenario cotidiano. Delante
de mi edificio había un coche aplastado por un antepecho de ladrillo caído
desde una azotea. Y en mitad de la calle un marroquí tendido en el suelo y
cubierto de sangre, rodeado por un grupo de vecinos.
Me acerqué y me identifiqué como sanitario de la Cruz Roja, aunque hace muchos años que no me monto en una ambulancia. Aquel hombre estaba malherido.
-
¡Hay que llevarlo ahora mismo al hospital! -me gritó un vecino.
-
Ahora mismo no le podemos mover; puede tener una lesión.
-
¡Hay que llevárselo! -insistió el hombre.
Me
puse en pie y le ofrecí las llaves de la furgoneta.
-
Tenga; lléveselo. Yo voy a buscar a mi mujer y a mis hijos.
Mientras
me dirigía a mi portal llamé al 092 y les indiqué que en tal calle había un
hombre malherido. Luego abrí la puerta. Grietas en las paredes del portal. Todo
el suelo estaba cubierto de escayola; el edificio, abandonado, iluminado
únicamente por las luces de emergencia.
Subí
los cuatro pisos a la carrera. Abrí la puerta de mi casa. El salón estaba
completamente desmantelado, lleno de libros y de papeles por todas partes. El
reloj de péndulo de mis abuelos yacía inclinado sobre una estantería, con la
puerta de cristal abierta.
Llamé
a mi mujer. El piso estaba vacío. Bajé de nuevo a la calle... y en ese momento
empezaron las llamadas de la tele.
-
Antonio; entras en directo con Igor dentro de tres minutos -me dijeron desde
Producción, mientras yo me abría paso entre la gente en dirección al parque del
barrio.
-
¡Antonio, aquí está tu mujer! -me gritó una vecina, mientras al otro lado del
teléfono se escuchaba la voz de Igor Maneiro, anunciando que había habido un
segundo terremoto en Lorca.
Sara
estaba descalza. Al producirse el segundo terremoto se echó encima de mi hijo
mayor, como tantas otras madres, aunque por suerte no cayó nada del techo.
Luego cogió un niño en cada brazo y bajó las escaleras. Sin zapatos. Sin
llaves. Sin el teléfono móvil.
El
portal se abría apretando un zumbador, pero no había luz eléctrica. Mi mujer y
otras vecinas, con los niños, se congregaron delante del portal sin saber qué
hacer, hasta que apareció un vecino con un fajo de llaves. Un inmigrante del
Senegal, de dos metros de alto, que logró desencajar la puerta dándole un
manotazo tremendo.
Salieron
al parque... y esperaron a que alguien se hiciera cargo de ellos. Mi mujer se
abrazó a mí al verme llegar, aunque no pudo decirme nada porque estaba hablando
en directo por teléfono.
Me
descalcé para que ella pudiera protegerse los pies; me dijo que no con la
cabeza. Luego me explicó que necesitaba sentir la tierra firme bajo sus pies.
Me entregó a mi hija Claudia, que no comprendía lo que estaba pasando;
Antoñito, un año más grande, sabía lo suficiente como para permanecer abrazado
a su madre.
La
primera pregunta de Igor resonó en el plató de 7RM, al igual que mi respuesta.
-
Antonio, parece ser que en esta ocasión tampoco ha habido víctimas...
-
Ojalá, Igor. Ojalá pudiéramos decir eso. La realidad es que hay al menos un
herido muy grave, porque este segundo terremoto ha sido muy fuerte...
Al
escucharme, Concha Nicolás, la subdirectora de informativos, salió de su
despacho y empezó a enviar equipos hacia Lorca; el departamento de Producción
dirigido por Félix Izquierdo dispuso cámaras, coches de empresa y teléfonos. Se
contrataron conexiones en directo, se movilizó a freelances...
Cristina
Jover, al hospital Rafael Méndez, que estaba siendo evacuado por completo; Mari
Carmen Mora, a uno de los hospitales de campaña instalados por la Cruz Roja
junto a la iglesia de San Diego; Blanca Núñez, Fran Sáez, Paco Sánchez, Juana
Martínez... cerca de una decena de periodistas, con sus operadores de cámara y
con todo el equipo técnico: José Luis Buitrago, Paco Portero, David Silvente,
Christopher Abril, Pedro Ponce... al día siguiente iban a aparecer José
Galiano, Alejo Lucas, Pedro Torres, César Sánchez, Carmen María Vicente, Lorena
Tirados, Brígida Cánovas...
Mientras
en Murcia empezaban a organizarse para cubrir las necesidades de los lorquinos,
y de todos los murcianos, yo terminé mi directo telefónico.
-
Os vais al pueblo ahora mismo . Voy a bajarte unos zapatos y a sacar el coche
del garaje.
Óscar Peña (Izda.) y Alejo Lucas, el 12-M |
Subí
a casa, abrí un armario, cogí los primeros zapatos que encontré y los metí en
el bolso de mi mujer, junto a un juego de llaves del coche, su teléfono móvil y
el sobre con todo el dinero de empresa que me habían dado aquella mañana, mil
años atrás. Corría el peligro de quedarse sin gasolina y de que los sistemas
informáticos de las gasolineras hubieran caído.
Luego
bajé al garaje. Dos plantas de sótano.
-
Concha, si no hay cobertura es porque estoy en el sótano, esperando que no haya
más terremotos.
Monté
en el coche y salí como en las películas, temiendo que en cualquier momento se
me fuera a caer la casa encima. Aparqué el coche detrás de la furgoneta de la
empresa, viendo con alivio que ya se habían llevado a la persona malherida.
Instalé a mi hijo mayor en su sillita, a la niña en el maxi-cosi. Sara se calzó
y se sentó al volante mientras yo apartaba el teléfono y le daba un beso
rápido.
Luego
nos marchamos del barrio; yo en cabeza, sorteando los escombros y un par de
cables caídos de sus soportes. Bajamos una cuesta abajo... ella torció a la
izquierda y enfiló la carretera de salida de Lorca, en dirección a mi pueblo.
Yo giré a la izquierda y me abrí paso siguiendo a las primeras ambulancias
hasta llegar a San Diego.
Eran
las siete y veinte de la tarde; 7 Región de Murcia iba a comenzar un
informativo en directo de más de cinco horas de duración. Un esfuerzo que la
Academia Nacional de Radio y Televisión premió el verano siguiente,
considerándolo el Mejor Informativo del Año. Y que el Gobierno de la Región de
Murcia recompensó acabando con las emisiones informativas y con los programas
dos meses más tarde de aquel reconocimiento, dentro de una estúpida e
insensible política de recortes.
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