jueves, 14 de noviembre de 2013

Un único grito (III)

         (...)

         Subíamos la cuesta hacia mi casa uno detrás del otro: yo, al volante de la furgoneta de 7RM, y Óscar con su propio coche. La calle estaba completamente vacía, llena de escombros y con el Xara Picasso aplastado por la cornisa del edificio de enfrente.
         Al llegar al final de la calle, delante de mi casa, una cinta policial cerraba el paso. Óscar se quedó alumbrándome con las luces largas de su coche mientras yo entraba en mi portal.
         Escombros. La escalera iluminada únicamente con las luces blancas de emergencia. Ni un solo ruido en todo el edificio.
         Abrí la puerta de mi casa y escogí con rapidez cuatro o cinco objetos personales, sabiendo que quizás todo lo demás iba a quedar atrás. Como consecuencia de los terremotos hubo que derribar, en los meses sucesivos, cerca de 1.200 viviendas en el casco urbano y en algunas diputaciones como la de Río.
         ¿Qué te llevas?
         No tuve mucho tiempo para pensarlo; estaba muerto de miedo, atento al primer crujido de la tabiquería o del suelo. Cogí una bolsa de basura y metí una muda de ropa, el cepillo de dientes y el cargador del móvil. Saqué de una estantería la carpeta con toda la documentación de la familia. Recorrí con rapidez todas las habitaciones y cerré las ventanas. Luego me entretuve unos instantes para enderezar el reloj de péndulo de mis abuelos; única concesión al sentimentalismo en medio de la huida. Corté la llave del agua, la luz. Y antes de irme metí dentro el felpudo, para que los posibles saqueadores no supieran si aquel piso estaba habitado o no. Bajé las escaleras a buen paso y cerré el portal, forcejeando un poco con la puerta. Luego le dije adiós a mi casa y a mi barrio, monté en la furgoneta de la televisión y me alejé.

    
     Encuentros en la tercera fase
         La ciudad de Lorca está atravesada por la avenida Juan Carlos I, que en un extremo tiene a la de Europa -salvando el río Guadalentín por encima de un puente- y en el otro una plaza pequeña pero fundamental para el tráfico, que se llama el Óvalo. A la una y media de la mañana cruzamos el puente y enfilamos la avenida absolutamente desierta; primero el cámara, luego yo. Captamos algunos planos de comercios cubiertos de escombros, semáforos destrozados...
         En un momento dado me detuve para sacar algunas fotos con mi cámara; y entonces escuché a mi espalda, entre las sombras, una voz inconfundible:
         - Así me gusta; que te pares cuando me veas.
         Me di la vuelta. Cayetano Plazas, el director de Recursos Humanos de mi empresa, fumándose un cigarrillo y acompañado por un joven que resultó ser su hijo.
         - ¡Hombre, Cayetano; ha venido en persona a pagarnos las horas extra!
         Sonrió con cierto cansancio. Cayetano es de Lorca; tras el primer terremoto llamó a su mujer, a sus hijos y a sus padres. Cuando se produjo el segundo, que hizo tambalearse el televisor que tiene en su despacho de Murcia, no lo dudó; como tantos otros lorquinos cogió el coche y se vino a la ciudad a ver cómo estaban los suyos. Pasó más de una hora atrapado frente a los túneles de la autovía -fue él quien me contó la anécdota del bombero que te he comentado con anterioridad-, hasta que pudo dejar el coche, en una de las calles más exteriores de la ciudad. Luego recorrió dos kilómetros y medio andando hasta su casa, asegurándose de que toda su familia estaba a buen recaudo.
         - No puedo entrar en casa porque los pernos de la puerta blindada se han doblado -me contó-; lo malo es que al otro lado se escucha ruido de agua.
         - ¿Ha cortado la general?
         - Sí, pero sigue saliendo agua.
         - A lo mejor es de algún radiador...
         Al escucharme, a su hijo y a él se les alegró la mirada.
         - ¡Claro! No es una fuga; es el circuito de la calefacción.
         Les monté en la furgoneta; seguimos calle arriba, comentando lo que había pasado, hasta que me encontré con un operador de cámara de rodillas en medio de la avenida, sacando planos a ras de suelo.
         - Che, gandul! -le saludé en valenciano-. ¿Es que no tienes casa?
         - ¿Y tú, Toni? ¿Tienes casa? -me respondió el cámara, mientras se incorporaba para estrecharme la mano.
         Joan Sampedro, un buen amigo al que conocí grabando juntos en Heneas Televisión, de Valencia, allá por el año 1999. Luego volvimos a coincidir en Alicante. En la actualidad es uno de los cámaras más dinámicos de Atlas Levante, responsable de las noticias de Tele 5 y Cuatro.
         Hice las presentaciones.
         - Joan, de Atlas... Cayetano, directivo de mi empresa.
         Salimos de la furgoneta y echamos el rato junto a la estatua del Óvalo. Cayetano encendió un cigarrillo. Eran las dos de la mañana, y allí estábamos; más que nada, porque no teníamos otro sitio al que ir. Yo acabé durmiendo en Águilas, en casa de los padres de Óscar Peña, con la alarma del reloj a las 7 de la mañana. Cayetano y su hijo también se marcharon, aunque a la mañana siguiente el hombre ya estaba en su despacho. Y Joan regresó a Alicante sabiendo que a la mañana siguiente debía estar de vuelta en la ciudad herida, para seguir informando. Hacemos Periodismo; vivimos el Periodismo, y al fin y al cabo situaciones así no son más que gajes del oficio.


         El día después
         El terremoto de Lorca -me refiero al segundo, el destructor- tuvo tres características que lo convirtieron en letal.
         La primera, la magnitud: 5'1 en la escala de Richter.
         La segunda, la escasa profundidad: apenas 1'5 kilómetros.
         La tercera, la puntería. Y es que el epicentro se ubicó en pleno casco urbano. Ya te comenté que el hospital comarcal tuvo que ser evacuado por completo; la delegación de 7RM en Lorca estaba ubicada a poco más de 5 kilómetros yendo hacia las afueras. La mañana del 12 de mayo, cuando Óscar Peña y yo fuimos a la delegación a reponer el equipo, nos esperábamos un caos de dimensiones considerables.
         Nada. Ni un papel fuera de su sitio. Ni un foco movido de su soporte.
         Los terremotos hicieron blanco en el centro de la diana.
         Comenzamos la jornada haciendo una conexión en directo para el informativo matinal, desde uno de los campamentos de refugiados instalado en el Huerto de la Rueda: una explanada asfaltada en la que hacían cola infinidad de personas, sobre todo inmigrantes -magrebíes, ecuatorianos, senegaleses, chinos- que no tenían familia en los municipios vecinos.
         Pensé, con un escalofrío, que ahí podía haber pasado la noche mi mujer (descalza), con los dos niños, si no hubiera podido rescatarla minutos después de los seísmos. Y sentí una infinita gratitud hacia los voluntarios: Cruz Roja, Protección Civil... y la Unidad Militar de Emergencias, la UME.
         Unos días después colgué en Facebook algunas fotos sobre los dispositivos de emergencia, respetando siempre la intimidad de los afectados. Recuerdo que una persona que se las da de antisistema marcó con un Me Gusta todas mis fotos -una manera algo siniestra de comentarlas-, con una única excepción: una foto de la calle Mayor de Lorca con dos jeeps de la UME aparcados junto a un comercio. Militares en las calles... No me gusta, tuvo que ser el análisis que hizo aquella persona, desde el más absoluto desconocimiento del mundo.
         Le deseo de corazón que jamás tenga que pasar por lo que pasamos en Lorca; que no se le salten las lágrimas cada vez que ve a uno de esos hombres y mujeres de uniforme caqui y boina amarilla, que nos ayudaron tantísimo cuando lo necesitamos.

 


La foto que no mereció un "Me gusta".
Por mi parte, siempre sentiré GRATITUD hacia la UME.


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