Termino
esta pequeña serie con mis vivencias como periodista la tarde de los terremotos
de Lorca. Es parte del manual de Periodismo de calle que espero que pueda estar
en las librerías dentro de pocos meses. Espero que la serie os haya resultado
de interés.
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(...)
Hago
un inciso dentro del inciso para que veas que, en ocasiones, esa dualidad entre
ser periodista y ser ciudadano nos puede jugar malas pasadas.
Los
primeros días después de los terremotos, antes de ser concentrados en las instalaciones
deportivas de La Torrecilla, los miles de refugiados se distribuyeron en varios
campamentos provisionales: hubo uno en el Huerto de la Rueda, otro junto al
instituto Ibáñez Martín, otro en la parte alta del barrio de La Viña, otro en
el barrio de San Fernando...[1]
Por
su parte, los miembros de la UME se establecieron en el campo de fútbol Artés
Carrasco. Una mañana, Óscar Peña y yo nos dirigimos hacia allí a grabar algunos
planos del destacamento militar. Plantamos la cámara en un descampado próximo
al estadio, en el preciso momento en que llegaba al lugar un gigantesco convoy
de camiones, jeeps y vehículos militares de todo tipo. Un plano impresionante
que nos apresuramos a grabar...
En
el preciso momento en que apuntamos la cámara hacia el convoy, resonó la voz de
un centinela.
-
¡Caballeros; ahí no pueden estar!
Como
parte de las medidas de seguridad, la UME había acordonado con cinta de
plástico los descampados adyacentes. Óscar y yo estábamos justo en el interior
de uno de ellos. Habíamos visto la cinta policial, pero estábamos acostumbrados
a considerarlas unas barreras para que no se colasen los curiosos; y nosotros,
desde luego, no éramos unos mirones.
Traté
de negociar con el centinela.
-
¡Medio minuto y nos marchamos!
Con
la Iglesia hemos topado.
El
centinela volvió a darnos la orden de que saliéramos de la zona acotada. Óscar
recogió la cámara, se echó el trípode al hombro y se apresuró a salir de allí
para ver si le daba tiempo de coger aunque fuera al furgón de cola. Y yo...
puse el grito en el cielo. Empecé a renegar de los militares de cabeza
cuadrada, obcecados, insensibles, incapaces de echar una mano...
...y
me detuve.
De
repente vi lo que en realidad estaba pasando delante de mis propias narices. Un
grupo de hombres y mujeres durmiendo en tiendas de campaña, en un campo de
fútbol; venidos de todas partes de España para echarnos una mano. Haciendo
jornadas maratonianas. El centinela de la puerta era un mandado como yo; con la
diferencia de que a mí, por desobediencia, me podía caer una bronca telefónica,
y a él una pena de prisión. Quizás el chaval venía de Lugo, o de Toledo, y se
iba a pasar un número indeterminado de meses en la otra punta de España.
Dándole ropa y alimentos a mis vecinos, montando tiendas de campaña para que
pudieran salir adelante con dignidad, ayudándoles a vaciar sus casas,
protegiéndoles de los saqueos...
¿Y
le iba yo a tocar las narices porque no me dejaban grabar un maldito plano
desde una zona acotada y prohibida?
Al
verme callar, Óscar se dio media vuelta; el hombre estaba más que acostumbrado
a oírme protestar por cualquier estupidez. No sé si vio que me había puesto
rojo como un tomate. Al final hice lo único que cabía hacer: le dediqué un
gesto amistoso a los centinelas y les deseé que tuvieran buena guardia.
Los
periodistas estamos sometidos a mucho estrés; eso hace que, en ocasiones,
veamos la realidad de una manera distorsionada. Además de hacer el ridículo
-imagínate a un tío de treinta y muchos años, quejándose ante un oficial porque
quería grabar los camiones desde la zona prohibida, como un niño con una
pataleta-, podemos hacer daño a personas que no se lo merecen.
......................
La
mañana del 12-M en Lorca concluyó atendiendo a una víctima: mientras estábamos
en el campamento de refugiados del Huerto de la Rueda apareció un hombre
grande, enérgico.
-
Soy Fernando, el presidente de la asociación de vecinos de San Fernando -se
presentó-. Mi barrio está para tirarlo entero, y por ahí aún no ha venido
nadie.
San Fernando |
Venía muy alterado; y no era para menos. El barrio de San Fernando estaba compuesto por una quincena de edificios de cuatro alturas, sostenidos casi todos por una serie de pilares exentos. Al no haber tabiques que sujetaran un poco, se habían comportado como auténticos muelles, haciendo que los edificios se balanceasen, y ahora muchísimos de ellos estaban muy dañados.
-
Hombre, dese cuenta de cómo está la ciudad -le dijimos-; la policía y los
bomberos no dan abasto...
Al
ver que aquel hombre sentía que les habían abandonado, Óscar y yo resolvimos
echarle una mano. Viendo que 7RM había mandado equipos suficientes -Alejo,
Galiano, Pedro-, le montamos en nuestra furgoneta y le llevamos hasta su
barrio. Al vernos llegar, no diré que los vecinos aplaudieron -no estaba el
horno para bollos-, pero se sintieron bastante reconfortados. Estaba allí la
tele; no se habían olvidado de ellos.
San Fernando; código rojo |
Si
paseas por el centro de Lorca, aún podrás encontrar aquí y allá los círculos de
colores que marcaban el destino de las familias.
El
color verde significaba que el edificio no corría peligro de derrumbe; los
ocupantes podían volver a habitarlo, aunque en el interior se podían encontrar
con los tabiques destrozados, el falso techo caído y los muebles rotos en mil
pedazos.
El
color amarillo indicaba que podías entrar en tu edificio, acompañado por
personal de emergencias -Protección Civil, Bomberos- y permanecer unos minutos
recogiendo tus pertenencias.
El
color rojo indicaba que en ese edificio no se podía entrar ni siquiera para
despedirte de tu casa desde el umbral, porque presentaba daños estructurales
severísimos.
Hubo
además unos ominosos códigos rojo-rojo y rojo-negro, que te puedes imaginar lo
que implicaban para los dueños de los inmuebles. Ni siquiera podías aproximarte
al edificio.
San Fernando |
Mientras
aguardaba, callado, vi que el jefe de la cuadrilla sacaba el spray verde y
dibujaba un círculo -que aún se aprecia- en el suelo del garaje. Luego
descubrimos que había un pilar dañado, aparte del falso techo y el ascensor,
pero aquel edificio se podía habitar. Fue entonces cuando me identifiqué como afectado
y les di las gracias.
Aquella
misma noche pude dormir en mi cama; un privilegio que miles de lorquinos aún no
han conseguido, dos años y medio después de los seísmos. Me despedí por
teléfono de mi mujer y mis hijos, me acosté... y a las once y media de la noche
sonó el móvil.
-
¿Es usted Antonio, el periodista? -escuché, mientras trataba de despertarme del
todo-. Mire, le llamo de Mazarrón... soy Paco; me entrevistó usted el año
pasado. Resulta que mañana a mediodía vamos a hacerle un homenaje a un amigo
mío, que lo ha matado un borracho que iba en coche. Me he acordado de usted, y
he pensado: Ojalá viniera la prensa.
[1]
En este emplazamiento siguen habitando, a fecha de hoy (noviembre de 2013)
cerca de una docena de familias en casas prefabricadas cedidas por la Cruz
Roja. Y sin fecha de retorno.
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