miércoles, 9 de julio de 2014

El Serrano vuelve a ganar la carrera

         Si os comento que la semana pasada me fui a un sanatorio a visitar a un amigo que es esquizofrénico, que se ha pasado meses en la UCI, luego un par de años en estado catatónico, y que se ha quedado en silla de ruedas...
         ...y si os digo que fui con otros dos amigos y que volvimos muertos de risa, haciendo bromas...
         ...pensaréis que soy una persona sin escrúpulos; un sinvergüenza, un canalla que se ríe de la desgracia de los demás.

         Pero antes de juzgarme tan a la ligera, por favor, permitidme que os hable un poco más acerca de Antonio Serrano, y de las circunstancias que han rodeado sus últimos años de vida.

Fuentes (izda) y Enrique. ¿Risas en una visita a un sanatorio?
¿Es que hemos perdido la decencia?

         Que Antonio Serrano naciera con problemas mentales quizás era algo inevitable, puesto que varios miembros de su familia padecen del mismo mal.
         Que llegara a convertirse en licenciado en Derecho, a pesar de su esquizofrenia y de sus problemas de movilidad fue, sin duda, una proeza; algo que dice mucho de su inteligencia y su fuerza de voluntad.
         Antonio Serrano nació en Alcoy en 1970; es, por tanto, dos años mayor que yo, aunque fuimos compañeros de clase en la facultad de Derecho porque él perdió dos años entre médicos y ataques. Un individuo de metro ochenta de altura y unos cien kilos de peso, con gafas cuadradas, como pantallas de televisor, casi siempre torcidas; diestro contrariado, como decía él, porque además de sus problemas mentales tuvo un mal parto y perdió mucha movilidad en la mano y el brazo derecho.
         Cuando Antonio era niño, en su casa no había libros. Sus padres eran gente trabajadora, pero sin estudios. Él se iba a la tienda de tebeos de Alcoy, y alquilaba algún Mortadelo -más adelante, algún Astérix- por unas horas, manchándolo de nocilla o de tomate como era menester. Más adelante descubrió las bibliotecas, y se convirtió en una de las personas con mayor cultura que he tenido el gusto de conocer.
         A finales de los años 80 se fue a estudiar a la universidad de Alicante; y allí le descubrí yo, la primera semana de 2º de Derecho. Una persona taciturna, cerrada en sí misma. Recuerdo cómo, al acercarse las vacaciones de Navidad, el grupo de alumnos que nos sentábamos juntos nos intercambiamos los números de teléfono -los fijos, evidentemente; los móviles iban a tardar algunos años en llegar-... pasándonos los pedacitos de papel por encima de la cabeza de Antonio, a quien nadie se le ocurrió pedirle su número. No por nada; sino porque aquella persona que se sentaba con nosotros era como un convidado de piedra.
         Poco a poco, Antonio se fue integrando en el grupo. Y entonces descubrimos a una persona simpática, a veces irónica y a veces desaforada. Una noche me fui a cenar a su piso de estudiantes y conocí a sus amigos de la infancia: el Chino, Fuentes y Enriquito. Estos dos últimos son los que me acompañaron en mi visita de hace unos días; los que se partían de risa conmigo tras dejar a nuestro amigo en el sanatorio, atado a una silla de ruedas. Pero no nos juzguéis; todavía no...
         En el piso del Serrano había una regla: Donde comen cinco, comen cuatro. Eran expertos en preparar tortillas en las que se metía cualquier alimento que tolerase el paso por la sartén, desde salchichas hasta pimientos, pasando por garbanzos o trozos de hígado. Creo recordar que era el Chino el que comía directamente de la sartén. Estaba prohibido tirarse pedos en las zonas comunes, y el único habitante del mueble bar era una botella de Bailey's de la que yo solía servirme un par de vasos antes de coger el coche de regreso a mi pueblo.
         Pasaron los años; por razones que no vienen al caso yo decidí dejar la carrera de Derecho y me fui a vivir la vida un poco a lo tonto. Fui conductor de ambulancias, vendedor de seguros... en junio de 1995, mientras Antonio se licenciaba en Derecho, yo conducía camiones cisterna en el aeropuerto de Alicante. Los años sucesivos me llevaron a vivir en Madrid, Barcelona y Valencia, pero cada pocos meses me iba a mi pueblo, y lógicamente me acercaba por Alcoy a saludar a mi amigo y ver cómo le iban las cosas.
         Y no le iban del todo mal.

1994: Antonio Serrano, a punto de invadir Aragón
         Beltrán; es que los domingos en Alcoy no hay mucho que hacer... se excusaba. De manera que nos dedicábamos a dar vueltas de promoción: nos subíamos en un coche cinco o seis chavales, poníamos las luces de cruce, las antinieblas, la radio bien alta, y cruzábamos Alcoy cinco o seis veces, cruzando los puentes, apatrullando la ciudad, pitando cuando veíamos algún grupo de chavalas y prometiéndoles que les íbamos a meter el purlom, metáfora refinada que, para mis lectores más jóvenes, hacía referencia a una marca de salchichas que creo que quebró a mediados de los 90.
         No es fácil encontrar trabajo cuando tienes un brazo inútil y alternas las depresiones con los estados de euforia. Periódicamente llamaba a mi amigo Antonio por teléfono, desde la ciudad en la que estuviera trabajando, y me preparaba para recibir una de dos respuestas posibles: o bien una alegría descontrolada, con promesas de vernos pronto para enseñar por ahí el purlom, o bien un diálogo desganado, de dos frases, diciéndome que me iba a colgar porque no tenía gran cosa que decirme.
         Cuando notaba que iba a entrar en crisis, pedía el ingreso voluntario en el hospital de Alcoy y se pasaba una temporada charlando con otros pacientes que entraban y salían; luego nos contaba historias del coronel de las medallas, que parece ser que era un antiguo militar, o de no sé qué chica que, si los dos estuvieran sanos, seguro que serían más que amigos. Antonio, os podéis casar y llevar una vida normal, incluso tener hijos... le dijimos en alguna ocasión; pero una mirada suya detrás de sus gafas torcidas nos hizo cerrar la boca.
         Un verano, unos amigos y yo nos lo llevamos de acampada a la zona de Albarracín; de ahí volvimos con una frase mítica: Me gustan mucho el latín y el griego; aprovecharé para estudiarlos cuando me haga funcionario...


Hace 20 años: Serrano y un servidor, en el campo de Teruel

         Antonio había acabado la carrera y había vuelto a la casa de sus padres; conocedor de sus limitaciones, optó por prepararse unas oposiciones, creo recordar que a letrado de la Seguridad Social. Todas las mañanas recorría las dos manzanas que le separaban del piso vacío de su abuela y se inclinaba sobre los libros, estudiando en soledad. Por las tardes hacía otro tanto; hasta que, a última hora de la tarde, se daba un paseo por la ciudad, pensando en sus cosas. Se metió en un club de ajedrez, luego en otro que estudiaba la Biblia. Mantuvo grandes tertulias con un amigo al que llamaba el colmenero, que nunca supimos si era real o imaginario.
         Antonio corrió muy rápido para escapar de su enfermedad; hasta que el mal le acabó alcanzando.
         En abril de 2007, la televisión autonómica 7 Región de Murcia me contrató y me puso al frente de su delegación en Lorca. Unas semanas más tarde, llamé por rutina a casa de Antonio Serrano para contarle cómo me iba en mi nuevo hogar.
         Al oír que preguntaba por su hijo, Isabel, su madre, se echó a llorar. De manera que no sabes que mi Antonio lleva tres meses muriéndose en la UCI.
         Me senté en una silla y escuché toda la historia.
         Hay un pequeño porcentaje de esquizofrénicos, realmente muy pequeño, a los que el tratamiento les provoca una reacción que les pone a las puertas de la muerte.
         Una vez más, la maldita mala suerte le había tocado a Antonio.
         Tres meses en la UCI; luego despertó, pero no reconocía a nadie.
         Sentado para siempre en una silla de ruedas porque su cerebro era incapaz de recordar las órdenes para ponerse de pie y caminar.
         Luego, catatónico.
         Y buscando un sanatorio en el que mantenerle a perpetuidad, a un hombre de 40 años recién cumplidos.
         Alcoy, Valencia, Gandía, San Vicente... su madre removió Roma con Santiago. A muchos hospitales iba con el título académico de Antonio bajo el brazo; para que vieran hasta dónde había llegado su hijo, que ahora se veía así, tumbado en la camilla, con la mirada fija en el cielo.
         La última vez que le vio Enriquito, estaba en estado catatónico.
         La última vez que le vio el Fuentes, estaba jugando una partida de ajedrez con otro interno y apenas se dignó levantar la mirada.
         La última vez que le vi yo, estaba atado en una camilla en un sanatorio de San Vicente; a menos de un kilómetro de aquel piso de estudiantes en el que había preparado tantos exámenes. Me pidió con ansias que le diera un vaso de agua; cuando su médico me dijo que ni de coña, que le había dado la manía de la sed y se iba a dañar el riñón, mi amigo Antonio trató de liberarse de la camilla y me dijo que me fuera, gritándome con odio maricón e hijo de puta.
         Y luego... luego, sencillamente, le perdimos la pista.
         Sus padres se mudaron, y se cambiaron de número de teléfono. Alcoy no es demasiado grande, pero ni Enrique, ni el Fuentes, ni nadie de la pandilla volvió a toparse con ellos. Nos llamábamos por teléfono y sentíamos remordimientos: ¿qué clase de amigos éramos nosotros, que nos habíamos olvidado del Serrano?
         En los últimos años, Antonio fue la figura ausente en nuestras bodas, en el nacimiento de nuestros hijos. El número de teléfono que ya no guardabas en la agenda porque al otro lado ya no había nadie.


         Una tarde del pasado mes de diciembre, el Fuentes me llamó por teléfono.
         - ¡Beltrán! ¡Ya sé dónde está el Serrano!
         Me levanté de delante de la tele, busqué un mínimo de silencio en mi piso zarandeado por los juegos de mis hijos.
         Aquella misma tarde, el Fuentes se había tropezado en la calle con el hermano mayor de Antonio. El hombre iba hablando por el móvil, pero, así y todo, mi amigo le detuvo y le interrumpió:
         - ¿Dónde está tu hermano?
         - Ahora mismo estoy hablando con él -fue la respuesta.
         Fuentes pudo mantener una conversación muy breve con Antonio, después de tantísimos años. Y, tan pronto llegó a su casa, me llamó para contármelo.
         Hay un pueblo pequeño, en las montañas de Gandía, que se llama Barx. Un entorno privilegiado, rodeado de pinos, de barrancos y de huertos de naranjos. A las afueras, entre chalets de piedra, hay un geriátrico que también acepta a gente más joven con discapacidad. Allí estaba nuestro amigo Serrano, y allí le pasaron la llamada telefónica que le hice a renglón seguido, temblando de emoción.
         - ¿Digaaaa? -una voz inconfundible, algo lánguida y nasal por la medicación. Recordé como un idiota que Antonio siempre se había negado a que le administrasen prózac porque el nombre le parecía poco eufónico.
         ¿Cómo decirle quién eres, después de tantos años y sin saber cómo va a reaccionar?
         - Antonio... -dudé-. Soy un amigo tuyo.
         - ¡Beltrán! -gritó. Y se echó a llorar. Y no fue el único.


         Después de aquello, había que organizar una visita. Enrique, el Fuentes y yo. Pedimos permiso a la familia, avisamos al sanatorio. Unos y otros nos dijeron que era muy posible que Antonio no quisiera recibirnos, o que no estuviera en condiciones de hablar con nosotros. Pero, indudablemente, aquello no nos podía echar para atrás.
         Habíamos reservado para Antonio el último domingo de junio. Abrazos en Alcoy; Enrique y yo no nos veíamos desde hacía mucho tiempo. Cogimos el coche y salimos hacia Barx asumiendo lo que nos íbamos a encontrar. Un pobre hombre sentado en una silla de ruedas, atontolinado por la medicación y posiblemente violento, como la última vez que yo le había visto.
         Después de abrirnos paso entre huertos de naranjos, y de guiarnos por el sol, llegamos al sanatorio de Barx. La familia de Antonio nos advirtió de que acababa de tener una crisis porque decía que estaba harto de ir en silla de ruedas. Nosotros nos miramos, nos sentamos debajo de un árbol y esperamos. Un grupo familiar más entre todos los que ocupaban el jardín del sanatorio; unas vistas maravillosas, a condición de poderlas dejar atrás cuando te apeteciera.
         Antonio estaba igual que siempre, pero con el pelo blanco. Un enfermero bajó la silla de ruedas por una rampa, y entonces yo esbocé la primera sonrisa. Las piernas le temblaban; por tanto, no se había olvidado de cómo moverlas. Quizás algún día podría volver a andar.
         Antonio nos miró con la misma sonrisa irónica de cuando amenazaba a las alcoyanas con enseñarles la salchicha.
         - ¡Beltrán! -le estreché la zurda, la mano sana, que él acogió con fuerza-. ¡Enriquito! ¡Fuentes... con barba!

Serrano, Beltrán, Fuentes y Enriquito:
los amigos de verdad son para siempre
         Mi amigo Antonio Serrano volverá a andar algún día; sólo que tiene los pies atrofiados por el tiempo que pasó en estado catatónico. Sabe perfectamente que ahora tenemos otro Rey, y tiene su opinión al respecto. Se fía de nuestra palabra de que estamos en 2014, aunque él habría calculado 2004. Y cuando le pregunté si podía leer, hurgó en el lateral de la silla de ruedas y sacó La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe. Con dos cojones.
         Fuimos hasta Barx con la idea de rendirle a un triste paciente catatónico el homenaje de nuestra antigua amistad, y salimos de allí tras haber recordado los buenos tiempos y habernos puesto todos al día; con la esperanza de que algún día Antonio podrá mandar al diablo la silla de ruedas y encontrar plaza en un centro de día, en Alcoy, que aún está a medio construir. Volver a dormir en su habitación, darse un paseo por los puentes de Alcoy, sentarse en el sofá de su casa y leer un buen libro... es algo que ya no nos parece una utopía. Y, mientras tanto, gozar de la visita periódica de sus viejos amigos, el uno más gordo, el otro más calvo y el otro con barba, como nos dijo el muy cabrón.
         ¿Comprendéis ahora por qué el Enriquito, el Fuentes y un servidor nos marchamos de aquel sanatorio muertos de risa, compartiendo la misma alegría? Porque mi amigo Antonio Serrano ha vuelto a coger carrerilla y le ha vuelto a ganar la carrera a la puta esquizofrenia.

Uno más calvo, otro más gordo, otro con barba...
y otro en plena forma, ¡hasta la próxima visita!

10 comentarios:

  1. Impresionante y emocionante historia. Gracias Antonio por compartirla.

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  2. Qué bonita historia. Uno no sabe si llorar o reir, lo que si se es que es maravilloso tener unos amigos así.!!

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  3. Es maravilloso, que haya salido para adelante, y que haya llegado tan lejos, la historia es maravillosa, que el pudiera tener amigos seguro que le hicisteis mucho bien. escribe un libro seguro que mucha gente lo compra, hoy en dia esta el maltrato a las mujeres, la crisis y la enfermedad mental que esta hay que si sale o no sale, y haber si sale.

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  4. Su amigo el colmenero existe, es mi padre, le recuerdo muy bien, hacía mucho tiempoque no sabía de él, recuerdo que sí que le veía con frecuencia durante algun tiempo. Lo más curioso era la forma y la práctica que tenía para darte la mano, giraba si mano izquierda muy ágilmente para darte la mano, no solo era un acto de cordialidad sino también una forma de decir, "he superado mi minusvalía". Gracias por hacerme memoria sobre él sois unos "AMIGAZOS".

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  5. Tiene razón Enriquito escribes muy bien.

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  6. Eres muy grande Beltrán, Antonio Serrano es un ejemplo de mala suerte como lo es de superación, justo cuando Antonio entró en estado catatónico, entre 2007 y 2009 pasé por momentos muy difíciles (un cáncer y una recaída) y no puede prestarle toda la atención que merecía. Gracias Fuentes y Beltrán por permitirme reconciliarme con mi conciencia, sois muy grandes, tanto como el propio Serrano, hemos de volver

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  7. Que gran suerte tener amigos como vosotros, Beltrán, Enriquito y Serrano. Los tres habéis tenido momentos difíciles qué habéis superado con nota. Seguro que, como decía Serrano el pasado domingo, tenéis un futuro todavía más prometedor si cabe. Al igual que Serrano que seguro que lo veremos más pronto que tarde ya paseando por las calles de Alcoy...
    Fuentes

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  8. emotiva historia, gracias por compartir.

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  9. Este año he estado hospitalizada una semana. Mis padres, mis tres hermanas -somos cuatro chicas-, mis amigas, mis primas - en especial mi prima Lolita -, mis tías, todos estuvieron conmigo. Ahora vosotros también me dais esperanza. Gracias.

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  10. Impresionante. Me encanta la forma tan sencilla de narrar lo que, al fin y al cabo, son grandes hitorias. Gracias.

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