El
politólogo Diego Farpón -@diegofarpon- ha querido compartir con
nosotros su análisis, desde un punto de vista crítico y de izquierdas, sobre el
reinado de Juan Carlos I, la Monarquía, los fallos intrínsecos del capitalismo
y la necesidad del marxismo para solucionar los problemas de millones de
trabajadores del todo el mundo.
Reproduzco
su artículo, agradeciéndole su colaboración; espero que resulte de vuestro
interés. Tomaos vuestro tiempo para leerlo íntegro, porque es un análisis
profundo y largo. Personalmente he encontrado muchas ideas muy interesantes,
que comparto.
Del 25 de mayo al 19 de junio
Diego Farpón
Una
visión limitada de los acontecimientos políticos nos llevaría a decir que el
monarca ha abdicado como consecuencia de las elecciones europeas que tuvieron
lugar el pasado 25 de mayo. Nada más
lejos de la realidad: la monarquía es una de las piezas clave del régimen
surgido en la Transición, uno de los elementos centrales de la superestructura
de dominación burguesa en España. La abdicación del monarca es la última pieza de
esa estructura de dominación que se ha llevado por delante la crisis orgánica
del capitalismo.
El
capitalismo español está en quiebra: la producción es incapaz de reorganizarse
y de depurarse. Como corresponde a una crisis orgánica, no se atisba el
surgimiento de un nuevo ciclo de expansión. La crisis orgánica, a diferencia de
las crisis generales, que son un elemento objetivamente necesario del modo de
producción capitalista, es una crisis que muestra la objetividad de las leyes
del derrumbe del capitalismo. Para la economía no hay a este respecto
cuestiones éticas o morales, la crisis orgánica del capitalismo no es ni buena
ni mala, es simplemente el límite objetivo del modo de producción capitalista.
Este
es un elemento central para el marxismo: nuestra oposición al capitalismo no es
una oposición moral, sino objetiva. La clase trabajadora sufre la explotación
capitalista, trabaja muchas más horas de las necesarias de las necesarias para
vivir. La propiedad privada de los medios de producción, y la apropiación
privada de los beneficios hacen que la clase trabajadora no trabaje el tiempo
socialmente necesario, sino el tiempo que permite al empresario extraer la
máxima plusvalía. ¿Cuántas horas de más hizo la clase trabajadora en la
construcción, cuando las viviendas son privadas y responden a los intereses de
unos pocos? Si las viviendas fuesen sociales y cumpliesen un objetivo social,
esto es, que quien necesita una vivienda pueda tener acceso a ella, entonces no
sobrarían viviendas, sino que la juventud se podría emancipar. Pero como el
modelo económico actual se basa en la extracción del beneficio económico lo
importante es, precisamente, obtener beneficios. El trabajo, miles y miles de
horas invertidas por la clase trabajadora para construir viviendas, han
resultado inútiles para la misma clase social que las ha construido y que hoy,
en el mejor de los casos, no puede acceder a ellas, y en el peor de los casos
ve cómo se queda con ellas el gran capital financiero.
Por
lo tanto, el problema de la producción capitalista, el exceso de producción, es
un problema que deriva del carácter privado de los medios de producción. Este
error no podría darse en un sistema socialista, que antepusiera los intereses
de la mayoría social y sus necesidades a los beneficios de unos pocos, porque
ello requeriría, necesariamente, una planificación de la economía. Invertir la
lógica del beneficio privado frente al beneficio de la mayoría social supondría
conocer las necesidades de esa sociedad para poder trabajar para cumplirlas.
Por lo tanto, no habría una construcción excesiva de viviendas, sino que se
construirían aquellas que necesita la sociedad.
Pero
la clase trabajadora construyó más viviendas de las que la propiedad privada
podía canalizar, convirtiéndose, de esta forma, la riqueza, la construcción de
viviendas, en un obstáculo para el desarrollo de la economía. Era capital
invertido en la pura especulación, en el crecimiento desorbitado de los precios
de las viviendas. Pero esto no es más que una rama de la economía. El capital
se podría haber refugiado en otras ramas, y la clase trabajadora, antes
dedicada a la construcción de viviendas podría haberse dedicado a producir
otras cosas: pero el capital no encontró dónde refugiarse. Era tal la magnitud
del volumen especulativo que no pudo encontrar sitio en ningún lugar. La crisis
no es una cuestión española. La crisis es mundial. Y no es, por tanto, una
cuestión de PP o PSOE: lo que está en quiebra es modelo capitalista global.
Desde
2007, desde que estallara la crisis, la realidad está dando la razón a quienes
analizan la crisis como una crisis irreversible, frente a quienes que hablan de
crisis de una crisis más, una crisis de subconsumo o una crisis bancaria, por
ejemplo.
Si
fuese una crisis de falta de consumo, esto es, si el problema fuese que la
clase trabajadora no tiene dinero para comprar productos y fruto de ello se
quedan en las tiendas sin vender y se acumulan la solución a la crisis hubiera
sido fácil: se hubiera podido incentivar la demanda de múltiples maneras. Y de
hecho el gobierno del PSOE lo intentó de distintas maneras cuando estalló la
crisis. Sin embargo, no era un problema de demanda, por ello para lo único que
han servido las distintas medidas ha sido para vaciar las arcas del Estado y,
muy coyunturalmente, mientras se vaciaban, limitar la caída de la economía,
algo que, bajo el gobierno del PP se ha transformado en la negación radical de
la crisis -situándola como algo coyuntural y heredado de una mala gestión-, y
en el intento de mantener la tasa de beneficio del capital mediante un trasvase
de las rentas del trabajo al capital.
Pero
esta tampoco es una crisis bancaria. A la banca se le han destinado muchos
cientos de millones de euros. Habría salido más barato hacer una nueva.
Mientras la banca ganó ingentes fortunas, éstas fueron privadas, y las repartió
entre los accionistas y las juntas directivas. En el momento de la crisis las
pérdidas se han socializado. La clase trabajadora española ha pagado el rescate
a la banca, el regalo de dinero público que han hecho los políticos a la banca
–unos 1,4 billones de euros-. Una gran banca que, fruto de la tendencia a la
centralización y concentración del capital –tendencias que se agudizan en
periodos de crisis- ha multiplicado por cuatro sus beneficios de 2012 a 2013:
Santander, BBVA, Caixabank, Popular y Sabadell obtuvieron 7674 millones de
euros netos el año pasado.
En
cualquier caso, si donde estalla la crisis de forma perceptible es en el
mercado de la vivienda, esto es porque, como hemos señalado, ahí está el
capital especulativo y no productivo. Al producirse la crisis orgánica el
primer elemento que entra en quiebra es el especulativo, el más frágil,
mientras el capital productivo todavía es capaz de reproducirse, pues es
socialmente más necesario.
La
realidad es aplastante. Más allá de la capacidad para hacer análisis. El
proceso histórico comenzado hace ya casi siete años comienza a tener
consecuencias. El poder económico ha intentado que la clase trabajadora y los
sectores populares, el Bloque Popular, no se diese cuenta de qué era lo que
ocurría. Entonces se inventaron una “crisis ninja”, unos “brotes verdes”… y ese
Bloque Popular se creía el mensaje que el poder económico transmitía a través
de los políticos y los medios de comunicación.
Desde
la crisis de los años treinta no se vivía una situación parecida. La burguesía,
como Bloque Dominante, lo recuerda. La burguesía construye la Historia, y tiene
muy presente lo que significó aquella crisis, porque como clase dominante
transmite de generación a generación su conocimiento y experiencia.
Sin
embargo, el Bloque Popular, en la medida en que es un bloque subordinado, no
tiene memoria. Su historia, conocimiento y experiencia están moldeadas cuando
no abiertamente falseadas por la burguesía, que como clase dominante transmite
su ideología a través del cine, la cultura, los medios de comunicación, la educación…
la reciente transición española es muy ejemplificadora a este respecto: los
abuelos de los rojos están en cunetas y fosas comunes, y no se ha recuperado ni
su historia ni su memoria. Y lo que se ha recuperado ha sido a pesar del
Estado, a pesar de la las leyes, a pesar de la Ley para la recuperación de la
memoria histórica, a pesar de los jueces y a pesar de todo el entramado
institucional, radicalmente opuesto a la recuperación de la memoria
democrática, y, también, lo que se ha recuperado ha sido a pesar del mensaje de
la burguesía: recuperar la memoria era remover, era reabrir heridas… y demás.
Quienes perdieron la guerra fueron sometidos ideológicamente incluso
generaciones después.
De
esta forma el Bloque Dominante mantiene el conocimiento y un hilo histórico,
que no se corresponde con la realidad sino con sus intereses de clase, mientras
la clase trabajadora y los sectores, en tanto en cuanto están subordinados no
pueden mantener sus conocimientos. Así, la burguesía, como bloque histórico hegemónico
mantiene el recuerdo de la anterior crisis, pero no así la clase trabajadora y
los sectores populares.
El
Bloque Popular ha tenido que aprender, y está aprendiendo a marchas forzadas,
qué es una crisis orgánica del capital. Hoy, siete años después, la clase trabajadora
ha dado grandes pasos.
La toma de las plazas, que sin
ningún valor revolucionario es un estallido de la conciencia, mutada a las
marchas de la dignidad son, en la práctica, el mayor avance de conciencia de
nuestra clase en muchos años.
De
esta forma, los orígenes de la crisis política que vivimos en la actualidad tienen
su origen en agosto de 2007. La realidad, obstinada, nos muestra que estamos
viviendo una crisis estructural. Aunque no lo sepa, no ya la sociedad, sino
organizaciones que se dicen de izquierdas y que predican ser marxistas y querer
transformar la sociedad.
Esta
crisis, de la que el sistema económico es incapaz de salir, tiene como
consecuencia el final de un modo de vida. Lo que estamos viviendo en estos
momentos es el paso de un modo de vida a otro. ¿Qué modo de vida se acaba? El
construido desde los años setenta hasta la actualidad: el de, con todo aquello
que era y es criticable, salarios dignos, trabajo estable, derechos sociales
gratuitos y universalizados... Ese modo de vida que la clase trabajadora
arrancó en la lucha de los años setenta hoy se pierde. Que este cambio, es
decir, el modo de vida que va a sustituir al actual, sea favorable para la
burguesía, como lo está siendo por el momento, o para la clase trabajadora es
algo incierto, que estará determinado por la correlación de fuerzas de ambos
bloques. Las dos posibilidades están dentro de la lógica de la Historia.
La
Historia no está escrita. Pero la Historia no es libre albedrío. La Historia
tiene, dentro de ella misma, una lógica. Llegados a esta crisis orgánica del
capital puede ocurrir, por un lado, que el sistema capitalista destruya de
forma violenta todo aquello que ha producido de más para reiniciar el ciclo de
reproducción en un contexto de bajos salarios, nulos derechos –políticos,
sociales y económicos- y jornadas interminables de trabajo, volviendo a poner
en marcha la economía. O bien puede, por otro lado, que sea la clase
trabajadora la que salga vencedora, aprovechando esta coyuntura para liquidar
históricamente el capitalismo y construir un nuevo modo de producción y una
nueva forma de entender la vida y las relaciones sociales.
Estamos
asistiendo, pues, a la muerte de lo viejo, a la muerte de lo históricamente
pasado, estamos asistiendo a la finalización de una etapa histórica y entrando
en una nueva. Etapa, esta, nueva, en la que surgen muchas raíces pero sólo una
de ellas crecerá. Históricamente, la crisis orgánica del capital se caracteriza,
ante la crisis del modo de vida, por la polarización social: esto es, por la
posibilidad objetiva del auge del fascismo, así como de un aumento de las
posibilidades de la izquierda revolucionaria.
Se
quiera o no, la reciente dictadura franquista y fascista es, a este respecto,
un obstáculo para el propio fascismo, porque pese a la falta de transmisión de
conocimiento intergeneracional, fruto del miedo fundamentalmente, y pese a la
construcción de aquello de que “bajo el franquismo se vivía mejor” o “con
Franco no se vivía tan mal”, por parte de la clase dominante para amansar a la
clase trabajadora, esta última sabe que sufrió y, pese a todo, se organizó y
luchó contra el fascismo y, aunque limitadas, arrancó conquistas sociales,
políticas y económicas.
El
fascismo necesita, en España, mucho más que un lavado de cara, o bien un
deterioro mucho mayor de las condiciones de vida del bloque subordinado, que
tengan como consecuencia un refugio explosivo en las tesis fascistas, ante una
incapacidad objetiva de las organizaciones populares para canalizar el
descontento social, perdiendo de esa forma la clase trabajadora la capacidad de
articular y hegemonizar un Bloque Popular que sea capaz de disputar el poder al
actual bloque hegemónico. No obstante, por el momento, y aún a falta de que las
organizaciones populares jueguen el papel histórico que les corresponde, la
conciencia del Bloque Popular se ha fortalecido desde que estalló la crisis.
En
esta coyuntura las organizaciones existentes antes de 2007 tienen un problema:
su pertenencia al viejo mundo.
Las
organizaciones, llamémoslas clásicas, esto es, las organizaciones establecidas
y que formaban parte del capitalismo español –igual partidos políticos que
sindicatos- y que eran relevantes eran las organizaciones que se correspondían
con aquel momento histórico. Y la clase trabajadora estaba en unas u otras organizaciones
en función de una multiplicidad de factores e intereses que, en cualquier caso,
lo que hacían eran mostrar la historicidad acertada o no de las organizaciones,
así como del Bloque Dominante para someter a la clase trabajadora, y, también,
la historicidad ineficaz de las organizaciones de izquierda para configurarse y
constituirse como alternativa.
De
esta forma, si el PP y el PSOE eran los dos partidos hegemónicos lo eran porque
el Bloque Dominante consiguió que la clase trabajadora los percibiera como
suyos. Mientras, Izquierda Unida era una organización cuya influencia era
limitada, en parte por la posición subordinada de la clase trabajadora, en
parte por su propio carácter. Mientras, por otro lado, estaban las fuerzas
nacionalistas, más a la derecha unas y más a la izquierda otras, configuradas
en pequeñas zonas fruto de la realidad concreta española, donde la construcción
oligárquica y excepcional del capitalismo español ha impedido históricamente la
puesta en común de los intereses de la burguesía central con las periféricas,
careciendo de un proyecto nacional y provocando que pervivan construcciones
culturales enfrentadas.
En
cualquier caso, cada momento histórico requiere una serie de organizaciones. El
periodo histórico iniciado en 2007 requiere nuevas organizaciones políticas –de
fundación no necesariamente nueva, pero de carácter nuevo- que se correspondan
a las necesidades de este nuevo periodo histórico. Sería estúpido pensar que,
en este tiempo en que el viejo mundo muere y surgen distintas alternativas las
organizaciones pueden permanecer inmutables en él. Es una necesidad histórica
objetiva la mutación de las organizaciones existentes o bien el surgimiento de
otras nuevas que representen los intereses y las inquietudes actuales de la
sociedad. A este respecto, la pregunta es si pueden mutar las organizaciones de
clase en un sentido favorable para los intereses de la mayoría social. La
Historia ha demostrado que la clase trabajadora es dada en determinados
momentos históricos a perder sus organizaciones. Pero también las puede
recuperar. Negarlo sería un negativo determinismo histórico. Los próximos años
veremos las tensiones propias de esta posibilidad, porque más allá de las
elucubraciones abstractas es esta una gran oportunidad histórica en la que se
dan una serie de circunstancias que permiten abiertamente y en el marco de
elevación del grado de conciencia del bloque social subordinado un aumento del
grado de conciencia de la clase organizada que sea capaz de modificar las
fuerzas políticas no domesticadas y no integradas en el sistema.
Por
el momento, y como cristalizó el 25 de mayo, a lo que estamos surgiendo es al
surgimiento de nuevos actores políticos rivales, tanto en el campo de la
derecha como en el campo de la izquierda. En el campo de la burguesía este
surgimiento de nuevas organizaciones políticas muestra la disgregación del
Bloque Dominante, esto es, la incapacidad de la burguesía para mantenerse unida
en un periodo de crisis estructural del sistema, en la que unas capas de la
burguesía optan por un camino y otras por otro. Para la burguesía fue muy fácil
mantenerse unida mientras fue hegemónica y en ningún momento vio peligrar sus
intereses.
Hoy,
cuando esos intereses están en cuestión y las distintas capas se enfrentan
entre ellas –fundamentalmente la burguesía monopolística con la pequeña y
mediana burguesía- surgen las grietas en su unidad ideológica, esto es, surgen
grietas en la hegemonía ideológica dominante, que mantenía subordinada a la
clase trabajadora. El control del bloque históricamente hegemónico se resiente
y el bloque históricamente subordinado puede avanzar.
En lo que respecta al campo de la
izquierda, el surgimiento de las nuevas fuerzas políticas rivales lo que
muestra es, en lo fundamental, un cierto grado de incapacidad de las
organizaciones ya representantes de los intereses de la clase trabajadora y los
sectores populares de defenderlos de forma efectiva, así como la incapacidad de
enfrentar populismos y nuevas coyunturas históricas concretas. Pero, en
cualquier caso y más allá de otras cuestiones y de peligrosas abstracciones
como la suma de estos y los otros de forma aritmética, esas organizaciones del
campo de la izquierda preexistentes a la crisis han obtenido en estas últimas
elecciones un porcentaje más alto –insuficiente por otro lado- que en las
anteriores elecciones europeas, habiendo canalizado parte del descontento
social. Naturalmente, hay aquí también una relación dialéctica entre la
capacidad de las organizaciones para adaptarse y defender a su clase y la
capacidad de canalizar el descontento, de forma que la situación objetiva
–diríamos, la capacidad de la clase para dirigir sus organizaciones- es hoy
mejor que antes del 25 de mayo.
El
viejo mundo agoniza. Y las formas y métodos de las organizaciones clásicas
agonizan con él.
Y
surgen, en este momento, los populismos. Los peligrosos populismos. Los de
derechas por su carácter fascista. Los de izquierdas por su incapacidad para
construir una organicidad consecuente y una estructura, programa y proyecto
para la transformación radical de la sociedad.
Lo
que requiere hoy el bloque histórico subordinado es una teoría revolucionaria.
¿Y esto qué es? Es una teoría en la que no pueda penetrar el adversario. Por
eso, Podemos objetivamente está dentro de la categoría del populismo, no porque
se configure como un proyecto interclasista, pues la clase trabajadora no debe
temer ese tipo de alianzas, sino porque se ha construido dentro de la ideología
del Bloque Dominante, concesión de la burguesía que les ha permitido lograr los
exitosos resultados electorales del pasado 25 de mayo.
Podemos,
cuya radicalidad democrática ya está en entredicho y los impulsores –Pablo
Iglesias, Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón…- tienen importantes problemas
para dotar al proyecto de la organicidad necesaria, así como para situar el
discurso en unos u otros parámetros, ha demostrado la necesidad objetiva de un
proyecto político para el bloque histórico subordinado. Porque, ciertamente, y
a pesar de ser una construcción populista, su base electoral es una base
trabajadora. Y esta, la posición que ocupan sus votantes en la cadena
productiva, es una cuestión objetiva. A Podemos no le han votado un millón
doscientos mil millonarios.
Intelectuales,
pequeños comerciantes, autónomos, clase trabajadora, profesionales liberales…
todos ellos reclaman hoy un proyecto de izquierdas que no existe, la
construcción de una organización política que todavía no ha surgido, bien por
mutación de las existentes bien como nueva construcción.
En momentos como el actual, con la
crisis de un modo de vida puede haber, además, muchos espejismos. Hoy las
organizaciones están mutando, naciendo o muriendo, de forma tal que un avance electoral
puede ser fruto del descontento social y no del avance de una organicidad que
sea capaz de canalizar el descontento social y aglutinar al Bloque Popular. Es
un momento de oportunidades, y de incertidumbres.
Incluso
en esta coyuntura de inestabilidad pueden producirse aumentos electorales que
sean un reflejo de una realidad previa, ya no existente, es decir, una realidad
en la que la inercia de la organización la lleva a obtener unos resultados
electorales determinados por una realidad pasada que ya no se corresponde con el
momento presente, que puede ser infinitamente
peor. De esta forma, la cuestión electoral se torna, no sólo extremadamente
compleja, sino extremadamente peligrosa, porque un avance electoral puede
suponer una mejora en la subjetividad de la organización, y puede hacer que sus
miembros piensen que lo están haciendo bien y que van por el camino correcto
cuando en realidad se puede haber producido ya un retroceso objetivo en la
influencia de la misma sobre la clase y sus bases, de forma que el continuar
ese camino, dentro de la lógica del buen resultado electoral, lo que puede
hacer es que alguna organización avance con decisión hacia un precipicio.
Otra
de las cuestiones que pusieron las elecciones del pasado 25 de mayo de relieve
es que el Bloque Popular no desconoce sus intereses, y sus votos son suyos.
Fruto del complejo sistema de dominación que tejió la burguesía, esta logró que
el Bloque Popular admitiese sus tesis y votase a sus representantes. Pero hoy,
la clase trabajadora va recuperando, a medida que se quiebra la hegemonía del
Bloque Dominante, su soberanía.
Hoy,
todas las organizaciones que se reclaman de la izquierda transformadora deben
hacer una autocrítica profunda. No basta con la caída del bipartidismo con la
que le está cayendo a la clase trabajadora. No basta con echarle la culpa a la
clase trabajadora. El responsable último de la clase trabajadora es la propia
clase trabajadora, pero un papel importante juegan sus organizaciones de clase,
sus vanguardias, sus defensoras. Estas organizaciones, políticas y sindicales,
tienen una importante culpa de lo que sufre hoy la clase trabajadora y de la
incapacidad de la misma, como clase sin referentes orgánicos como alternativa
de poder de masas , para estar orientando la Historia en un sentido distinto al
que está transitando.
Porque
no basta con una caída del bipartidismo. La caída del PP y del PSOE lo que
refleja es un retroceso de la hegemonía de la burguesía, pero no es, en sí, un
avance de las posiciones de clase ni de las posiciones de izquierda –aunque,
como hemos señalado, sí hay un avance de las mismas-. La caída del PP y del
PSOE no ha sido a favor de una organización de clase y rupturista, sino a favor
de distintas organizaciones, más o menos populistas, más o menos de derechas y
de izquierdas. Es cierto que la quiebra de la hegemonía es un proceso
dialéctico y contradictorio. Como tal, la clase trabajadora no podía pasar de
votar al PP a una organización de la izquierda transformadora, aunque esta sea
la que objetivamente representa sus intereses. Así, el cambio es cuantitativo,
y sólo en un determinado momento puede convertirse en cambio cualitativo.
La
toma de conciencia es gradual, y si explosiona en determinadas etapas
históricas es por una acumulación, y no porque de repente estalle. La clase
trabajadora no se libera de un día para otro de forma idealista, sin motivo
aparente, es la lucha de clases la que la libera. Llega un momento en el que el
cambio en la ideología cuantitativo se transforma en cambio cualitativo. Y
entonces puede producirse el estallido social. Y ese estallido social sorprenderá
a las organizaciones que no estén preparadas, que no hagan un análisis
científico, marxista, de la realidad y que no sepan valorar la subjetividad de
la clase trabajadora para dirigir el estallido.
Y, dentro de este momento
histórico, dentro de esta coyuntura potencialmente revolucionaria, entre
organizaciones, partidos y proclamas, el Bloque Popular requiere un elemento
sin el cual no hay posibilidad de llevar a cabo la revolución: la construcción
de una ideología revolucionaria. Esto, claro, si lo que queremos es hacer una
revolución y no otras cosas, esto es, si lo que queremos es acabar con el
capitalismo y no moldearlo. Nos encontramos aquí ante una cuestión compleja: no
puede haber una organización revolucionaria si no hay un pensamiento social revolucionario,
pero no puede haber un pensamiento social revolucionario si no hay una
organización capaz de influir en la mayoría social para que piense en este
sentido. La construcción, entonces, se convierte en una cuestión extremadamente
compleja, en el cual la interrelación y la dialéctica entre ambos la
condicionan. Y, por supuesto, mientras no hay organización revolucionaria ni
pensamiento social revolucionario tampoco puede haber proceso revolucionario.
Mientras no se construye ese proceso las masas no son conscientes de su
fortaleza, por lo cual no lo transitan.
Pensamiento
revolucionario no es pensamiento marxista-leninista. Pensamiento revolucionario
es aquel que rompe con la hegemonía ideológica establecida y opta por una
ruptura con el modo de vida establecido. Ruptura que es mucho más que dejar de
creer en las ideas del Bloque Dominante, y significa, en lo fundamental, perder
el miedo a las posibilidades de un futuro incierto. Con todo lo que está
viviendo, y sufriendo el Bloque Popular, está, sin embargo, seguro: saber que
el mes que viene su moneda va a ser el euro le da seguridad, saber que el mes
que viene va a seguir siendo parte de la Unión Europea le da seguridad… romper
con todo ello plantea un problema importante, porque la gente tiene una idea de
cómo va a ser el mes que viene. Pero optar por una cuestión electoral que no
tenga claros esos elementos, o los cuestione abiertamente, abre una serie de
incertidumbres que suponen una incertidumbre de futuro, de cómo va a ser la
vida en los próximos tiempos. A este respecto, el refranero español no deja
duda acerca de la subjetividad de las masas: “más vale malo conocido que bueno
por conocer”. Y es que la incertidumbre, no saber cómo va a ser el mes que
viene, supone, para las masas, miedo.
Por
todo ello quebrar la confianza en la hegemonía ideológica pasa por la
insostenibilidad de las condiciones materiales de vida del Bloque Popular: es
necesario que piense que el mes que viene no va a poder, y no va a querer,
seguir viviendo bajo el sistema establecido. Esta quiebra del sistema
establecido, la quiebra de la hegemonía ideológica del poder establecido es la
que permite el cambio, la revolución.
Revolución
que, no podía ser de otro modo, se da como una multiplicidad de factores, y no
únicamente, como algunos pretenden, de forma automática por la cuestión
económica. Dicho de otra forma, y aunque parezca evidente: una crisis
estructural del capitalismo no implica necesariamente una quiebra de la
ideología del poder establecido. En última instancia los resortes represivos
del Estado, institución del poder burgués, se ponen en marcha y reprimen todo
aquello que le parece peligroso. O las organizaciones de clase hacen su
trabajo, o la clase trabajadora asistirá a una larga agonía y recomposición del
capitalismo, y la burguesía se encontrará con un descontento asumible o que
podrá reprimir de manera fácilmente llevadera.
Es,
en este marco de crisis y de multiplicidad de opciones y de quiebra de un modo
de vida en el que el monarca español abdica. Su abdicación es una necesidad
histórica para la clase dominante, que necesita imponer al Bloque Popular un
nuevo rey para un nuevo tiempo histórico. Es necesario un nuevo rey que
permita, en la nueva historicidad, mantener a la burguesía como Bloque Dominante y, a su vez,
le permita mantener sometido al Bloque Popular.
Como
resultado del franquismo, y de la correlación de fuerzas en aquel momento
histórico entre el Bloque Dominante y el Bloque Popular no hubo posibilidad de
elegir el modelo de estado. El Bloque Dominante, franquista, y hegemónico,
impuso entonces la monarquía, y configuró al rey como la piedra angular de su
superestructura de dominación. Un rey que abdica hoy en un momento histórico
determinado: nada se produce por casualidad, abdica hoy como resultado de la
crisis iniciada en 2007 y que quedó reflejada en los resultados electorales del
25 de mayo, pero no por unos resultados electorales abstractos, pues si no se
hubiesen producido dentro de la crisis orgánica del capitalismo no supondrían
para el Bloque Dominante mayor problema que una necesidad de reorganización de
los elementos de dominación y de cohesión social e integración de la
superestructura.
El
objetivo de la burguesía es dar un lavado de cara a su sistema de dominación
para intentar contener la lucha de clases durante los próximos años, y ante una
perspectiva de profundización de la crisis del régimen que pudiera suponer un
auge de la lucha de clases y de la movilización social que no les permitiera,
en el futuro, hacer el cambio con la tranquilidad con la que lo pueden hacer
hoy, menos que la de hace unos años, pero probablemente muy superior a la que
pudieran tener próximamente.
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