jueves, 3 de julio de 2014

Del 25 de mayo al 19 de junio

         El politólogo Diego Farpón -@diegofarpon- ha querido compartir con nosotros su análisis, desde un punto de vista crítico y de izquierdas, sobre el reinado de Juan Carlos I, la Monarquía, los fallos intrínsecos del capitalismo y la necesidad del marxismo para solucionar los problemas de millones de trabajadores del todo el mundo.
         Reproduzco su artículo, agradeciéndole su colaboración; espero que resulte de vuestro interés. Tomaos vuestro tiempo para leerlo íntegro, porque es un análisis profundo y largo. Personalmente he encontrado muchas ideas muy interesantes, que comparto.

Del 25 de mayo al 19 de junio

Diego Farpón

         Una visión limitada de los acontecimientos políticos nos llevaría a decir que el monarca ha abdicado como consecuencia de las elecciones europeas que tuvieron lugar el pasado 25 de mayo. Nada más lejos de la realidad: la monarquía es una de las piezas clave del régimen surgido en la Transición, uno de los elementos centrales de la superestructura de dominación burguesa en España. La abdicación del monarca es la última pieza de esa estructura de dominación que se ha llevado por delante la crisis orgánica del capitalismo.
         El capitalismo español está en quiebra: la producción es incapaz de reorganizarse y de depurarse. Como corresponde a una crisis orgánica, no se atisba el surgimiento de un nuevo ciclo de expansión. La crisis orgánica, a diferencia de las crisis generales, que son un elemento objetivamente necesario del modo de producción capitalista, es una crisis que muestra la objetividad de las leyes del derrumbe del capitalismo. Para la economía no hay a este respecto cuestiones éticas o morales, la crisis orgánica del capitalismo no es ni buena ni mala, es simplemente el límite objetivo del modo de producción capitalista.
         Este es un elemento central para el marxismo: nuestra oposición al capitalismo no es una oposición moral, sino objetiva. La clase trabajadora sufre la explotación capitalista, trabaja muchas más horas de las necesarias de las necesarias para vivir. La propiedad privada de los medios de producción, y la apropiación privada de los beneficios hacen que la clase trabajadora no trabaje el tiempo socialmente necesario, sino el tiempo que permite al empresario extraer la máxima plusvalía. ¿Cuántas horas de más hizo la clase trabajadora en la construcción, cuando las viviendas son privadas y responden a los intereses de unos pocos? Si las viviendas fuesen sociales y cumpliesen un objetivo social, esto es, que quien necesita una vivienda pueda tener acceso a ella, entonces no sobrarían viviendas, sino que la juventud se podría emancipar. Pero como el modelo económico actual se basa en la extracción del beneficio económico lo importante es, precisamente, obtener beneficios. El trabajo, miles y miles de horas invertidas por la clase trabajadora para construir viviendas, han resultado inútiles para la misma clase social que las ha construido y que hoy, en el mejor de los casos, no puede acceder a ellas, y en el peor de los casos ve cómo se queda con ellas el gran capital financiero.
         Por lo tanto, el problema de la producción capitalista, el exceso de producción, es un problema que deriva del carácter privado de los medios de producción. Este error no podría darse en un sistema socialista, que antepusiera los intereses de la mayoría social y sus necesidades a los beneficios de unos pocos, porque ello requeriría, necesariamente, una planificación de la economía. Invertir la lógica del beneficio privado frente al beneficio de la mayoría social supondría conocer las necesidades de esa sociedad para poder trabajar para cumplirlas. Por lo tanto, no habría una construcción excesiva de viviendas, sino que se construirían aquellas que necesita la sociedad.
         Pero la clase trabajadora construyó más viviendas de las que la propiedad privada podía canalizar, convirtiéndose, de esta forma, la riqueza, la construcción de viviendas, en un obstáculo para el desarrollo de la economía. Era capital invertido en la pura especulación, en el crecimiento desorbitado de los precios de las viviendas. Pero esto no es más que una rama de la economía. El capital se podría haber refugiado en otras ramas, y la clase trabajadora, antes dedicada a la construcción de viviendas podría haberse dedicado a producir otras cosas: pero el capital no encontró dónde refugiarse. Era tal la magnitud del volumen especulativo que no pudo encontrar sitio en ningún lugar. La crisis no es una cuestión española. La crisis es mundial. Y no es, por tanto, una cuestión de PP o PSOE: lo que está en quiebra es modelo capitalista global.
         Desde 2007, desde que estallara la crisis, la realidad está dando la razón a quienes analizan la crisis como una crisis irreversible, frente a quienes que hablan de crisis de una crisis más, una crisis de subconsumo o una crisis bancaria, por ejemplo.
         Si fuese una crisis de falta de consumo, esto es, si el problema fuese que la clase trabajadora no tiene dinero para comprar productos y fruto de ello se quedan en las tiendas sin vender y se acumulan la solución a la crisis hubiera sido fácil: se hubiera podido incentivar la demanda de múltiples maneras. Y de hecho el gobierno del PSOE lo intentó de distintas maneras cuando estalló la crisis. Sin embargo, no era un problema de demanda, por ello para lo único que han servido las distintas medidas ha sido para vaciar las arcas del Estado y, muy coyunturalmente, mientras se vaciaban, limitar la caída de la economía, algo que, bajo el gobierno del PP se ha transformado en la negación radical de la crisis -situándola como algo coyuntural y heredado de una mala gestión-, y en el intento de mantener la tasa de beneficio del capital mediante un trasvase de las rentas del trabajo al capital.
         Pero esta tampoco es una crisis bancaria. A la banca se le han destinado muchos cientos de millones de euros. Habría salido más barato hacer una nueva. Mientras la banca ganó ingentes fortunas, éstas fueron privadas, y las repartió entre los accionistas y las juntas directivas. En el momento de la crisis las pérdidas se han socializado. La clase trabajadora española ha pagado el rescate a la banca, el regalo de dinero público que han hecho los políticos a la banca –unos 1,4 billones de euros-. Una gran banca que, fruto de la tendencia a la centralización y concentración del capital –tendencias que se agudizan en periodos de crisis- ha multiplicado por cuatro sus beneficios de 2012 a 2013: Santander, BBVA, Caixabank, Popular y Sabadell obtuvieron 7674 millones de euros netos el año pasado.
         En cualquier caso, si donde estalla la crisis de forma perceptible es en el mercado de la vivienda, esto es porque, como hemos señalado, ahí está el capital especulativo y no productivo. Al producirse la crisis orgánica el primer elemento que entra en quiebra es el especulativo, el más frágil, mientras el capital productivo todavía es capaz de reproducirse, pues es socialmente más necesario.
         La realidad es aplastante. Más allá de la capacidad para hacer análisis. El proceso histórico comenzado hace ya casi siete años comienza a tener consecuencias. El poder económico ha intentado que la clase trabajadora y los sectores populares, el Bloque Popular, no se diese cuenta de qué era lo que ocurría. Entonces se inventaron una “crisis ninja”, unos “brotes verdes”… y ese Bloque Popular se creía el mensaje que el poder económico transmitía a través de los políticos y los medios de comunicación.
         Desde la crisis de los años treinta no se vivía una situación parecida. La burguesía, como Bloque Dominante, lo recuerda. La burguesía construye la Historia, y tiene muy presente lo que significó aquella crisis, porque como clase dominante transmite de generación a generación su conocimiento y experiencia.
         Sin embargo, el Bloque Popular, en la medida en que es un bloque subordinado, no tiene memoria. Su historia, conocimiento y experiencia están moldeadas cuando no abiertamente falseadas por la burguesía, que como clase dominante transmite su ideología a través del cine, la cultura, los medios de comunicación, la educación… la reciente transición española es muy ejemplificadora a este respecto: los abuelos de los rojos están en cunetas y fosas comunes, y no se ha recuperado ni su historia ni su memoria. Y lo que se ha recuperado ha sido a pesar del Estado, a pesar de la las leyes, a pesar de la Ley para la recuperación de la memoria histórica, a pesar de los jueces y a pesar de todo el entramado institucional, radicalmente opuesto a la recuperación de la memoria democrática, y, también, lo que se ha recuperado ha sido a pesar del mensaje de la burguesía: recuperar la memoria era remover, era reabrir heridas… y demás. Quienes perdieron la guerra fueron sometidos ideológicamente incluso generaciones después.
         De esta forma el Bloque Dominante mantiene el conocimiento y un hilo histórico, que no se corresponde con la realidad sino con sus intereses de clase, mientras la clase trabajadora y los sectores, en tanto en cuanto están subordinados no pueden mantener sus conocimientos. Así, la burguesía, como bloque histórico hegemónico mantiene el recuerdo de la anterior crisis, pero no así la clase trabajadora y los sectores populares.
         El Bloque Popular ha tenido que aprender, y está aprendiendo a marchas forzadas, qué es una crisis orgánica del capital. Hoy, siete años después, la clase trabajadora ha dado grandes pasos.
La toma de las plazas, que sin ningún valor revolucionario es un estallido de la conciencia, mutada a las marchas de la dignidad son, en la práctica, el mayor avance de conciencia de nuestra clase en muchos años.
         De esta forma, los orígenes de la crisis política que vivimos en la actualidad tienen su origen en agosto de 2007. La realidad, obstinada, nos muestra que estamos viviendo una crisis estructural. Aunque no lo sepa, no ya la sociedad, sino organizaciones que se dicen de izquierdas y que predican ser marxistas y querer transformar la sociedad.
         Esta crisis, de la que el sistema económico es incapaz de salir, tiene como consecuencia el final de un modo de vida. Lo que estamos viviendo en estos momentos es el paso de un modo de vida a otro. ¿Qué modo de vida se acaba? El construido desde los años setenta hasta la actualidad: el de, con todo aquello que era y es criticable, salarios dignos, trabajo estable, derechos sociales gratuitos y universalizados... Ese modo de vida que la clase trabajadora arrancó en la lucha de los años setenta hoy se pierde. Que este cambio, es decir, el modo de vida que va a sustituir al actual, sea favorable para la burguesía, como lo está siendo por el momento, o para la clase trabajadora es algo incierto, que estará determinado por la correlación de fuerzas de ambos bloques. Las dos posibilidades están dentro de la lógica de la Historia.
         La Historia no está escrita. Pero la Historia no es libre albedrío. La Historia tiene, dentro de ella misma, una lógica. Llegados a esta crisis orgánica del capital puede ocurrir, por un lado, que el sistema capitalista destruya de forma violenta todo aquello que ha producido de más para reiniciar el ciclo de reproducción en un contexto de bajos salarios, nulos derechos –políticos, sociales y económicos- y jornadas interminables de trabajo, volviendo a poner en marcha la economía. O bien puede, por otro lado, que sea la clase trabajadora la que salga vencedora, aprovechando esta coyuntura para liquidar históricamente el capitalismo y construir un nuevo modo de producción y una nueva forma de entender la vida y las relaciones sociales.
         Estamos asistiendo, pues, a la muerte de lo viejo, a la muerte de lo históricamente pasado, estamos asistiendo a la finalización de una etapa histórica y entrando en una nueva. Etapa, esta, nueva, en la que surgen muchas raíces pero sólo una de ellas crecerá. Históricamente, la crisis orgánica del capital se caracteriza, ante la crisis del modo de vida, por la polarización social: esto es, por la posibilidad objetiva del auge del fascismo, así como de un aumento de las posibilidades de la izquierda revolucionaria.
         Se quiera o no, la reciente dictadura franquista y fascista es, a este respecto, un obstáculo para el propio fascismo, porque pese a la falta de transmisión de conocimiento intergeneracional, fruto del miedo fundamentalmente, y pese a la construcción de aquello de que “bajo el franquismo se vivía mejor” o “con Franco no se vivía tan mal”, por parte de la clase dominante para amansar a la clase trabajadora, esta última sabe que sufrió y, pese a todo, se organizó y luchó contra el fascismo y, aunque limitadas, arrancó conquistas sociales, políticas y económicas.
         El fascismo necesita, en España, mucho más que un lavado de cara, o bien un deterioro mucho mayor de las condiciones de vida del bloque subordinado, que tengan como consecuencia un refugio explosivo en las tesis fascistas, ante una incapacidad objetiva de las organizaciones populares para canalizar el descontento social, perdiendo de esa forma la clase trabajadora la capacidad de articular y hegemonizar un Bloque Popular que sea capaz de disputar el poder al actual bloque hegemónico. No obstante, por el momento, y aún a falta de que las organizaciones populares jueguen el papel histórico que les corresponde, la conciencia del Bloque Popular se ha fortalecido desde que estalló la crisis.
         En esta coyuntura las organizaciones existentes antes de 2007 tienen un problema: su pertenencia al viejo mundo.
         Las organizaciones, llamémoslas clásicas, esto es, las organizaciones establecidas y que formaban parte del capitalismo español –igual partidos políticos que sindicatos- y que eran relevantes eran las organizaciones que se correspondían con aquel momento histórico. Y la clase trabajadora estaba en unas u otras organizaciones en función de una multiplicidad de factores e intereses que, en cualquier caso, lo que hacían eran mostrar la historicidad acertada o no de las organizaciones, así como del Bloque Dominante para someter a la clase trabajadora, y, también, la historicidad ineficaz de las organizaciones de izquierda para configurarse y constituirse como alternativa.
         De esta forma, si el PP y el PSOE eran los dos partidos hegemónicos lo eran porque el Bloque Dominante consiguió que la clase trabajadora los percibiera como suyos. Mientras, Izquierda Unida era una organización cuya influencia era limitada, en parte por la posición subordinada de la clase trabajadora, en parte por su propio carácter. Mientras, por otro lado, estaban las fuerzas nacionalistas, más a la derecha unas y más a la izquierda otras, configuradas en pequeñas zonas fruto de la realidad concreta española, donde la construcción oligárquica y excepcional del capitalismo español ha impedido históricamente la puesta en común de los intereses de la burguesía central con las periféricas, careciendo de un proyecto nacional y provocando que pervivan construcciones culturales enfrentadas.
         En cualquier caso, cada momento histórico requiere una serie de organizaciones. El periodo histórico iniciado en 2007 requiere nuevas organizaciones políticas –de fundación no necesariamente nueva, pero de carácter nuevo- que se correspondan a las necesidades de este nuevo periodo histórico. Sería estúpido pensar que, en este tiempo en que el viejo mundo muere y surgen distintas alternativas las organizaciones pueden permanecer inmutables en él. Es una necesidad histórica objetiva la mutación de las organizaciones existentes o bien el surgimiento de otras nuevas que representen los intereses y las inquietudes actuales de la sociedad. A este respecto, la pregunta es si pueden mutar las organizaciones de clase en un sentido favorable para los intereses de la mayoría social. La Historia ha demostrado que la clase trabajadora es dada en determinados momentos históricos a perder sus organizaciones. Pero también las puede recuperar. Negarlo sería un negativo determinismo histórico. Los próximos años veremos las tensiones propias de esta posibilidad, porque más allá de las elucubraciones abstractas es esta una gran oportunidad histórica en la que se dan una serie de circunstancias que permiten abiertamente y en el marco de elevación del grado de conciencia del bloque social subordinado un aumento del grado de conciencia de la clase organizada que sea capaz de modificar las fuerzas políticas no domesticadas y no integradas en el sistema.
         Por el momento, y como cristalizó el 25 de mayo, a lo que estamos surgiendo es al surgimiento de nuevos actores políticos rivales, tanto en el campo de la derecha como en el campo de la izquierda. En el campo de la burguesía este surgimiento de nuevas organizaciones políticas muestra la disgregación del Bloque Dominante, esto es, la incapacidad de la burguesía para mantenerse unida en un periodo de crisis estructural del sistema, en la que unas capas de la burguesía optan por un camino y otras por otro. Para la burguesía fue muy fácil mantenerse unida mientras fue hegemónica y en ningún momento vio peligrar sus intereses.
         Hoy, cuando esos intereses están en cuestión y las distintas capas se enfrentan entre ellas –fundamentalmente la burguesía monopolística con la pequeña y mediana burguesía- surgen las grietas en su unidad ideológica, esto es, surgen grietas en la hegemonía ideológica dominante, que mantenía subordinada a la clase trabajadora. El control del bloque históricamente hegemónico se resiente y el bloque históricamente subordinado puede avanzar.
En lo que respecta al campo de la izquierda, el surgimiento de las nuevas fuerzas políticas rivales lo que muestra es, en lo fundamental, un cierto grado de incapacidad de las organizaciones ya representantes de los intereses de la clase trabajadora y los sectores populares de defenderlos de forma efectiva, así como la incapacidad de enfrentar populismos y nuevas coyunturas históricas concretas. Pero, en cualquier caso y más allá de otras cuestiones y de peligrosas abstracciones como la suma de estos y los otros de forma aritmética, esas organizaciones del campo de la izquierda preexistentes a la crisis han obtenido en estas últimas elecciones un porcentaje más alto –insuficiente por otro lado- que en las anteriores elecciones europeas, habiendo canalizado parte del descontento social. Naturalmente, hay aquí también una relación dialéctica entre la capacidad de las organizaciones para adaptarse y defender a su clase y la capacidad de canalizar el descontento, de forma que la situación objetiva –diríamos, la capacidad de la clase para dirigir sus organizaciones- es hoy mejor que antes del 25 de mayo.
         El viejo mundo agoniza. Y las formas y métodos de las organizaciones clásicas agonizan con él.
         Y surgen, en este momento, los populismos. Los peligrosos populismos. Los de derechas por su carácter fascista. Los de izquierdas por su incapacidad para construir una organicidad consecuente y una estructura, programa y proyecto para la transformación radical de la sociedad.
         Lo que requiere hoy el bloque histórico subordinado es una teoría revolucionaria. ¿Y esto qué es? Es una teoría en la que no pueda penetrar el adversario. Por eso, Podemos objetivamente está dentro de la categoría del populismo, no porque se configure como un proyecto interclasista, pues la clase trabajadora no debe temer ese tipo de alianzas, sino porque se ha construido dentro de la ideología del Bloque Dominante, concesión de la burguesía que les ha permitido lograr los exitosos resultados electorales del pasado 25 de mayo.
         Podemos, cuya radicalidad democrática ya está en entredicho y los impulsores –Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Iñigo Errejón…- tienen importantes problemas para dotar al proyecto de la organicidad necesaria, así como para situar el discurso en unos u otros parámetros, ha demostrado la necesidad objetiva de un proyecto político para el bloque histórico subordinado. Porque, ciertamente, y a pesar de ser una construcción populista, su base electoral es una base trabajadora. Y esta, la posición que ocupan sus votantes en la cadena productiva, es una cuestión objetiva. A Podemos no le han votado un millón doscientos mil millonarios.
         Intelectuales, pequeños comerciantes, autónomos, clase trabajadora, profesionales liberales… todos ellos reclaman hoy un proyecto de izquierdas que no existe, la construcción de una organización política que todavía no ha surgido, bien por mutación de las existentes bien como nueva construcción.
En momentos como el actual, con la crisis de un modo de vida puede haber, además, muchos espejismos. Hoy las organizaciones están mutando, naciendo o muriendo, de forma tal que un avance electoral puede ser fruto del descontento social y no del avance de una organicidad que sea capaz de canalizar el descontento social y aglutinar al Bloque Popular. Es un momento de oportunidades, y de incertidumbres.
         Incluso en esta coyuntura de inestabilidad pueden producirse aumentos electorales que sean un reflejo de una realidad previa, ya no existente, es decir, una realidad en la que la inercia de la organización la lleva a obtener unos resultados electorales determinados por una realidad pasada que ya no se corresponde con el momento presente, que puede ser infinitamente  peor. De esta forma, la cuestión electoral se torna, no sólo extremadamente compleja, sino extremadamente peligrosa, porque un avance electoral puede suponer una mejora en la subjetividad de la organización, y puede hacer que sus miembros piensen que lo están haciendo bien y que van por el camino correcto cuando en realidad se puede haber producido ya un retroceso objetivo en la influencia de la misma sobre la clase y sus bases, de forma que el continuar ese camino, dentro de la lógica del buen resultado electoral, lo que puede hacer es que alguna organización avance con decisión hacia un precipicio.
         Otra de las cuestiones que pusieron las elecciones del pasado 25 de mayo de relieve es que el Bloque Popular no desconoce sus intereses, y sus votos son suyos. Fruto del complejo sistema de dominación que tejió la burguesía, esta logró que el Bloque Popular admitiese sus tesis y votase a sus representantes. Pero hoy, la clase trabajadora va recuperando, a medida que se quiebra la hegemonía del Bloque Dominante, su soberanía.
         Hoy, todas las organizaciones que se reclaman de la izquierda transformadora deben hacer una autocrítica profunda. No basta con la caída del bipartidismo con la que le está cayendo a la clase trabajadora. No basta con echarle la culpa a la clase trabajadora. El responsable último de la clase trabajadora es la propia clase trabajadora, pero un papel importante juegan sus organizaciones de clase, sus vanguardias, sus defensoras. Estas organizaciones, políticas y sindicales, tienen una importante culpa de lo que sufre hoy la clase trabajadora y de la incapacidad de la misma, como clase sin referentes orgánicos como alternativa de poder de masas , para estar orientando la Historia en un sentido distinto al que está transitando.
         Porque no basta con una caída del bipartidismo. La caída del PP y del PSOE lo que refleja es un retroceso de la hegemonía de la burguesía, pero no es, en sí, un avance de las posiciones de clase ni de las posiciones de izquierda –aunque, como hemos señalado, sí hay un avance de las mismas-. La caída del PP y del PSOE no ha sido a favor de una organización de clase y rupturista, sino a favor de distintas organizaciones, más o menos populistas, más o menos de derechas y de izquierdas. Es cierto que la quiebra de la hegemonía es un proceso dialéctico y contradictorio. Como tal, la clase trabajadora no podía pasar de votar al PP a una organización de la izquierda transformadora, aunque esta sea la que objetivamente representa sus intereses. Así, el cambio es cuantitativo, y sólo en un determinado momento puede convertirse en cambio cualitativo.
         La toma de conciencia es gradual, y si explosiona en determinadas etapas históricas es por una acumulación, y no porque de repente estalle. La clase trabajadora no se libera de un día para otro de forma idealista, sin motivo aparente, es la lucha de clases la que la libera. Llega un momento en el que el cambio en la ideología cuantitativo se transforma en cambio cualitativo. Y entonces puede producirse el estallido social. Y ese estallido social sorprenderá a las organizaciones que no estén preparadas, que no hagan un análisis científico, marxista, de la realidad y que no sepan valorar la subjetividad de la clase trabajadora para dirigir el estallido.
Y, dentro de este momento histórico, dentro de esta coyuntura potencialmente revolucionaria, entre organizaciones, partidos y proclamas, el Bloque Popular requiere un elemento sin el cual no hay posibilidad de llevar a cabo la revolución: la construcción de una ideología revolucionaria. Esto, claro, si lo que queremos es hacer una revolución y no otras cosas, esto es, si lo que queremos es acabar con el capitalismo y no moldearlo. Nos encontramos aquí ante una cuestión compleja: no puede haber una organización revolucionaria si no hay un pensamiento social revolucionario, pero no puede haber un pensamiento social revolucionario si no hay una organización capaz de influir en la mayoría social para que piense en este sentido. La construcción, entonces, se convierte en una cuestión extremadamente compleja, en el cual la interrelación y la dialéctica entre ambos la condicionan. Y, por supuesto, mientras no hay organización revolucionaria ni pensamiento social revolucionario tampoco puede haber proceso revolucionario. Mientras no se construye ese proceso las masas no son conscientes de su fortaleza, por lo cual no lo transitan.
         Pensamiento revolucionario no es pensamiento marxista-leninista. Pensamiento revolucionario es aquel que rompe con la hegemonía ideológica establecida y opta por una ruptura con el modo de vida establecido. Ruptura que es mucho más que dejar de creer en las ideas del Bloque Dominante, y significa, en lo fundamental, perder el miedo a las posibilidades de un futuro incierto. Con todo lo que está viviendo, y sufriendo el Bloque Popular, está, sin embargo, seguro: saber que el mes que viene su moneda va a ser el euro le da seguridad, saber que el mes que viene va a seguir siendo parte de la Unión Europea le da seguridad… romper con todo ello plantea un problema importante, porque la gente tiene una idea de cómo va a ser el mes que viene. Pero optar por una cuestión electoral que no tenga claros esos elementos, o los cuestione abiertamente, abre una serie de incertidumbres que suponen una incertidumbre de futuro, de cómo va a ser la vida en los próximos tiempos. A este respecto, el refranero español no deja duda acerca de la subjetividad de las masas: “más vale malo conocido que bueno por conocer”. Y es que la incertidumbre, no saber cómo va a ser el mes que viene, supone, para las masas, miedo.
         Por todo ello quebrar la confianza en la hegemonía ideológica pasa por la insostenibilidad de las condiciones materiales de vida del Bloque Popular: es necesario que piense que el mes que viene no va a poder, y no va a querer, seguir viviendo bajo el sistema establecido. Esta quiebra del sistema establecido, la quiebra de la hegemonía ideológica del poder establecido es la que permite el cambio, la revolución.
         Revolución que, no podía ser de otro modo, se da como una multiplicidad de factores, y no únicamente, como algunos pretenden, de forma automática por la cuestión económica. Dicho de otra forma, y aunque parezca evidente: una crisis estructural del capitalismo no implica necesariamente una quiebra de la ideología del poder establecido. En última instancia los resortes represivos del Estado, institución del poder burgués, se ponen en marcha y reprimen todo aquello que le parece peligroso. O las organizaciones de clase hacen su trabajo, o la clase trabajadora asistirá a una larga agonía y recomposición del capitalismo, y la burguesía se encontrará con un descontento asumible o que podrá reprimir de manera fácilmente llevadera.
         Es, en este marco de crisis y de multiplicidad de opciones y de quiebra de un modo de vida en el que el monarca español abdica. Su abdicación es una necesidad histórica para la clase dominante, que necesita imponer al Bloque Popular un nuevo rey para un nuevo tiempo histórico. Es necesario un nuevo rey que permita, en la nueva historicidad, mantener a la  burguesía como Bloque Dominante y, a su vez, le permita mantener sometido al Bloque Popular.
         Como resultado del franquismo, y de la correlación de fuerzas en aquel momento histórico entre el Bloque Dominante y el Bloque Popular no hubo posibilidad de elegir el modelo de estado. El Bloque Dominante, franquista, y hegemónico, impuso entonces la monarquía, y configuró al rey como la piedra angular de su superestructura de dominación. Un rey que abdica hoy en un momento histórico determinado: nada se produce por casualidad, abdica hoy como resultado de la crisis iniciada en 2007 y que quedó reflejada en los resultados electorales del 25 de mayo, pero no por unos resultados electorales abstractos, pues si no se hubiesen producido dentro de la crisis orgánica del capitalismo no supondrían para el Bloque Dominante mayor problema que una necesidad de reorganización de los elementos de dominación y de cohesión social e integración de la superestructura.
         El objetivo de la burguesía es dar un lavado de cara a su sistema de dominación para intentar contener la lucha de clases durante los próximos años, y ante una perspectiva de profundización de la crisis del régimen que pudiera suponer un auge de la lucha de clases y de la movilización social que no les permitiera, en el futuro, hacer el cambio con la tranquilidad con la que lo pueden hacer hoy, menos que la de hace unos años, pero probablemente muy superior a la que pudieran tener próximamente.


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