Si os comento
que la semana pasada me fui a un sanatorio a visitar a un amigo que es
esquizofrénico, que se ha pasado meses en la UCI, luego un par de años en
estado catatónico, y que se ha quedado en silla de ruedas...
...y si os digo
que fui con otros dos amigos y que volvimos muertos de risa, haciendo bromas...
...pensaréis
que soy una persona sin escrúpulos; un sinvergüenza, un canalla que se ríe de
la desgracia de los demás.
Pero antes de
juzgarme tan a la ligera, por favor, permitidme que os hable un poco más acerca
de Antonio Serrano, y de las circunstancias que han rodeado sus últimos años de
vida.
Fuentes (izda) y Enrique. ¿Risas en una visita a un sanatorio? ¿Es que hemos perdido la decencia? |
Que Antonio
Serrano naciera con problemas mentales quizás era algo inevitable, puesto que varios
miembros de su familia padecen del mismo mal.
Que llegara a convertirse
en licenciado en Derecho, a pesar de su esquizofrenia y de sus problemas de
movilidad fue, sin duda, una proeza; algo que dice mucho de su inteligencia y
su fuerza de voluntad.
Antonio Serrano
nació en Alcoy en 1970; es, por tanto, dos años mayor que yo, aunque fuimos
compañeros de clase en la facultad de Derecho porque él perdió dos años entre
médicos y ataques. Un individuo de metro ochenta de altura y unos cien kilos de
peso, con gafas cuadradas, como pantallas de televisor, casi siempre torcidas;
diestro contrariado, como decía él, porque además de sus problemas mentales
tuvo un mal parto y perdió mucha movilidad en la mano y el brazo derecho.
Cuando Antonio
era niño, en su casa no había libros. Sus padres eran gente trabajadora, pero
sin estudios. Él se iba a la tienda de tebeos de Alcoy, y alquilaba algún
Mortadelo -más adelante, algún Astérix- por unas horas, manchándolo de nocilla
o de tomate como era menester. Más adelante descubrió las bibliotecas, y se convirtió
en una de las personas con mayor cultura que he tenido el gusto de conocer.
A finales de
los años 80 se fue a estudiar a la universidad de Alicante; y allí le descubrí
yo, la primera semana de 2º de Derecho. Una persona taciturna, cerrada en sí
misma. Recuerdo cómo, al acercarse las vacaciones de Navidad, el grupo de
alumnos que nos sentábamos juntos nos intercambiamos los números de teléfono
-los fijos, evidentemente; los móviles iban a tardar algunos años en llegar-...
pasándonos los pedacitos de papel por encima de la cabeza de Antonio, a quien
nadie se le ocurrió pedirle su número. No por nada; sino porque aquella persona
que se sentaba con nosotros era como un convidado de piedra.
Poco a poco,
Antonio se fue integrando en el grupo. Y entonces descubrimos a una persona
simpática, a veces irónica y a veces desaforada. Una noche me fui a cenar a su
piso de estudiantes y conocí a sus amigos de la infancia: el Chino, Fuentes y
Enriquito. Estos dos últimos son los que me acompañaron en mi visita de hace
unos días; los que se partían de risa conmigo tras dejar a nuestro amigo en el
sanatorio, atado a una silla de ruedas. Pero no nos juzguéis; todavía no...
En el piso del
Serrano había una regla: Donde comen cinco, comen cuatro. Eran expertos en
preparar tortillas en las que se metía cualquier alimento que tolerase el paso
por la sartén, desde salchichas hasta pimientos, pasando por garbanzos o trozos
de hígado. Creo recordar que era el Chino el que comía directamente de la
sartén. Estaba prohibido tirarse pedos en las zonas comunes, y el único habitante
del mueble bar era una botella de Bailey's de la que yo solía servirme un par
de vasos antes de coger el coche de regreso a mi pueblo.
Pasaron los
años; por razones que no vienen al caso yo decidí dejar la carrera de Derecho y
me fui a vivir la vida un poco a lo tonto. Fui conductor de ambulancias,
vendedor de seguros... en junio de 1995, mientras Antonio se licenciaba en
Derecho, yo conducía camiones cisterna en el aeropuerto de Alicante. Los años
sucesivos me llevaron a vivir en Madrid, Barcelona y Valencia, pero cada pocos
meses me iba a mi pueblo, y lógicamente me acercaba por Alcoy a saludar a mi
amigo y ver cómo le iban las cosas.
Y no le iban
del todo mal.
1994: Antonio Serrano, a punto de invadir Aragón |
Beltrán; es que los domingos en Alcoy no hay
mucho que hacer... se excusaba. De manera que nos dedicábamos a dar vueltas de promoción: nos subíamos en un
coche cinco o seis chavales, poníamos las luces de cruce, las antinieblas, la
radio bien alta, y cruzábamos Alcoy cinco o seis veces, cruzando los puentes, apatrullando la ciudad, pitando cuando
veíamos algún grupo de chavalas y prometiéndoles que les íbamos a meter el purlom, metáfora refinada que, para mis
lectores más jóvenes, hacía referencia a una marca de salchichas que creo que quebró
a mediados de los 90.
No es fácil
encontrar trabajo cuando tienes un brazo inútil y alternas las depresiones con
los estados de euforia. Periódicamente llamaba a mi amigo Antonio por teléfono,
desde la ciudad en la que estuviera trabajando, y me preparaba para recibir una
de dos respuestas posibles: o bien una alegría descontrolada, con promesas de
vernos pronto para enseñar por ahí el purlom, o bien un diálogo desganado, de
dos frases, diciéndome que me iba a colgar porque no tenía gran cosa que
decirme.
Cuando notaba
que iba a entrar en crisis, pedía el ingreso voluntario en el hospital de Alcoy
y se pasaba una temporada charlando con otros pacientes que entraban y salían;
luego nos contaba historias del coronel de las medallas, que parece ser que era
un antiguo militar, o de no sé qué chica que, si los dos estuvieran sanos, seguro
que serían más que amigos. Antonio, os
podéis casar y llevar una vida normal, incluso tener hijos... le dijimos en
alguna ocasión; pero una mirada suya detrás de sus gafas torcidas nos hizo cerrar
la boca.
Un verano, unos
amigos y yo nos lo llevamos de acampada a la zona de Albarracín; de ahí
volvimos con una frase mítica: Me gustan
mucho el latín y el griego; aprovecharé para estudiarlos cuando me haga
funcionario...
Hace 20 años: Serrano y un servidor, en el campo de Teruel |
Antonio había
acabado la carrera y había vuelto a la casa de sus padres; conocedor de sus
limitaciones, optó por prepararse unas oposiciones, creo recordar que a letrado
de la Seguridad Social. Todas las mañanas recorría las dos manzanas que le
separaban del piso vacío de su abuela y se inclinaba sobre los libros,
estudiando en soledad. Por las tardes hacía otro tanto; hasta que, a última
hora de la tarde, se daba un paseo por la ciudad, pensando en sus cosas. Se
metió en un club de ajedrez, luego en otro que estudiaba la Biblia. Mantuvo
grandes tertulias con un amigo al que llamaba el colmenero, que nunca supimos
si era real o imaginario.
Antonio corrió
muy rápido para escapar de su enfermedad; hasta que el mal le acabó alcanzando.
En abril de
2007, la televisión autonómica 7 Región de Murcia me contrató y me puso al
frente de su delegación en Lorca. Unas semanas más tarde, llamé por rutina a
casa de Antonio Serrano para contarle cómo me iba en mi nuevo hogar.
Al oír que
preguntaba por su hijo, Isabel, su madre, se echó a llorar. De manera que no sabes que mi Antonio lleva
tres meses muriéndose en la UCI.
Me senté en una
silla y escuché toda la historia.
Hay un pequeño
porcentaje de esquizofrénicos, realmente muy pequeño, a los que el tratamiento
les provoca una reacción que les pone a las puertas de la muerte.
Una vez más, la
maldita mala suerte le había tocado a Antonio.
Tres meses en
la UCI; luego despertó, pero no reconocía a nadie.
Sentado para
siempre en una silla de ruedas porque su cerebro era incapaz de recordar las
órdenes para ponerse de pie y caminar.
Luego,
catatónico.
Y buscando un
sanatorio en el que mantenerle a perpetuidad, a un hombre de 40 años recién
cumplidos.
Alcoy,
Valencia, Gandía, San Vicente... su madre removió Roma con Santiago. A muchos
hospitales iba con el título académico de Antonio bajo el brazo; para que
vieran hasta dónde había llegado su hijo, que ahora se veía así, tumbado en la
camilla, con la mirada fija en el cielo.
La última vez
que le vio Enriquito, estaba en estado catatónico.
La última vez
que le vio el Fuentes, estaba jugando una partida de ajedrez con otro interno y
apenas se dignó levantar la mirada.
La última vez
que le vi yo, estaba atado en una camilla en un sanatorio de San Vicente; a
menos de un kilómetro de aquel piso de estudiantes en el que había preparado
tantos exámenes. Me pidió con ansias que le diera un vaso de agua; cuando su
médico me dijo que ni de coña, que le había dado la manía de la sed y se iba a
dañar el riñón, mi amigo Antonio trató de liberarse de la camilla y me dijo que
me fuera, gritándome con odio maricón
e hijo de puta.
Y luego... luego,
sencillamente, le perdimos la pista.
Sus padres se
mudaron, y se cambiaron de número de teléfono. Alcoy no es demasiado grande,
pero ni Enrique, ni el Fuentes, ni nadie de la pandilla volvió a toparse con
ellos. Nos llamábamos por teléfono y sentíamos remordimientos: ¿qué clase de
amigos éramos nosotros, que nos habíamos olvidado del Serrano?
En los últimos
años, Antonio fue la figura ausente en nuestras bodas, en el nacimiento de
nuestros hijos. El número de teléfono que ya no guardabas en la agenda porque
al otro lado ya no había nadie.
Una tarde del
pasado mes de diciembre, el Fuentes me llamó por teléfono.
- ¡Beltrán! ¡Ya
sé dónde está el Serrano!
Me levanté de
delante de la tele, busqué un mínimo de silencio en mi piso zarandeado por los
juegos de mis hijos.
Aquella misma
tarde, el Fuentes se había tropezado en la calle con el hermano mayor de
Antonio. El hombre iba hablando por el móvil, pero, así y todo, mi amigo le
detuvo y le interrumpió:
- ¿Dónde está
tu hermano?
- Ahora mismo
estoy hablando con él -fue la respuesta.
Fuentes pudo
mantener una conversación muy breve con Antonio, después de tantísimos años. Y,
tan pronto llegó a su casa, me llamó para contármelo.
Hay un pueblo
pequeño, en las montañas de Gandía, que se llama Barx. Un entorno privilegiado,
rodeado de pinos, de barrancos y de huertos de naranjos. A las afueras, entre
chalets de piedra, hay un geriátrico que también acepta a gente más joven con
discapacidad. Allí estaba nuestro amigo Serrano, y allí le pasaron la llamada
telefónica que le hice a renglón seguido, temblando de emoción.
- ¿Digaaaa?
-una voz inconfundible, algo lánguida y nasal por la medicación. Recordé como
un idiota que Antonio siempre se había negado a que le administrasen prózac
porque el nombre le parecía poco eufónico.
¿Cómo decirle
quién eres, después de tantos años y sin saber cómo va a reaccionar?
- Antonio...
-dudé-. Soy un amigo tuyo.
- ¡Beltrán!
-gritó. Y se echó a llorar. Y no fue el único.
Después de
aquello, había que organizar una visita. Enrique, el Fuentes y yo. Pedimos
permiso a la familia, avisamos al sanatorio. Unos y otros nos dijeron que era
muy posible que Antonio no quisiera recibirnos, o que no estuviera en
condiciones de hablar con nosotros. Pero, indudablemente, aquello no nos podía
echar para atrás.
Habíamos
reservado para Antonio el último domingo de junio. Abrazos en Alcoy; Enrique y
yo no nos veíamos desde hacía mucho tiempo. Cogimos el coche y salimos hacia
Barx asumiendo lo que nos íbamos a encontrar. Un pobre hombre sentado en una
silla de ruedas, atontolinado por la medicación y posiblemente violento, como
la última vez que yo le había visto.
Después de
abrirnos paso entre huertos de naranjos, y de guiarnos por el sol, llegamos al
sanatorio de Barx. La familia de Antonio nos advirtió de que acababa de tener
una crisis porque decía que estaba harto de ir en silla de ruedas. Nosotros nos
miramos, nos sentamos debajo de un árbol y esperamos. Un grupo familiar más
entre todos los que ocupaban el jardín del sanatorio; unas vistas maravillosas,
a condición de poderlas dejar atrás cuando te apeteciera.
Antonio estaba
igual que siempre, pero con el pelo blanco. Un enfermero bajó la silla de
ruedas por una rampa, y entonces yo esbocé la primera sonrisa. Las piernas le
temblaban; por tanto, no se había olvidado de cómo moverlas. Quizás algún día
podría volver a andar.
Antonio nos
miró con la misma sonrisa irónica de cuando amenazaba a las alcoyanas con
enseñarles la salchicha.
- ¡Beltrán! -le
estreché la zurda, la mano sana, que él acogió con fuerza-. ¡Enriquito!
¡Fuentes... con barba!
Serrano, Beltrán, Fuentes y Enriquito: los amigos de verdad son para siempre |
Mi amigo
Antonio Serrano volverá a andar algún día; sólo que tiene los pies atrofiados
por el tiempo que pasó en estado catatónico. Sabe perfectamente que ahora
tenemos otro Rey, y tiene su opinión al respecto. Se fía de nuestra palabra de
que estamos en 2014, aunque él habría calculado 2004. Y cuando le pregunté si
podía leer, hurgó en el lateral de la silla de ruedas y sacó La hoguera de las vanidades, de Tom
Wolfe. Con dos cojones.
Fuimos hasta
Barx con la idea de rendirle a un triste paciente catatónico el homenaje de
nuestra antigua amistad, y salimos de allí tras haber recordado los buenos
tiempos y habernos puesto todos al día; con la esperanza de que algún día Antonio
podrá mandar al diablo la silla de ruedas y encontrar plaza en un centro de
día, en Alcoy, que aún está a medio construir. Volver a dormir en su habitación,
darse un paseo por los puentes de Alcoy, sentarse en el sofá de su casa y leer
un buen libro... es algo que ya no nos parece una utopía. Y, mientras tanto,
gozar de la visita periódica de sus viejos amigos, el uno más gordo, el otro
más calvo y el otro con barba, como nos dijo el muy cabrón.
¿Comprendéis ahora por qué el Enriquito, el Fuentes y un servidor nos marchamos de aquel sanatorio
muertos de risa, compartiendo la misma alegría? Porque mi amigo Antonio Serrano
ha vuelto a coger carrerilla y le ha vuelto a ganar la carrera a la puta esquizofrenia.
Uno más calvo, otro más gordo, otro con barba... y otro en plena forma, ¡hasta la próxima visita! |
Impresionante y emocionante historia. Gracias Antonio por compartirla.
ResponderEliminarQué bonita historia. Uno no sabe si llorar o reir, lo que si se es que es maravilloso tener unos amigos así.!!
ResponderEliminarEs maravilloso, que haya salido para adelante, y que haya llegado tan lejos, la historia es maravillosa, que el pudiera tener amigos seguro que le hicisteis mucho bien. escribe un libro seguro que mucha gente lo compra, hoy en dia esta el maltrato a las mujeres, la crisis y la enfermedad mental que esta hay que si sale o no sale, y haber si sale.
ResponderEliminarSu amigo el colmenero existe, es mi padre, le recuerdo muy bien, hacía mucho tiempoque no sabía de él, recuerdo que sí que le veía con frecuencia durante algun tiempo. Lo más curioso era la forma y la práctica que tenía para darte la mano, giraba si mano izquierda muy ágilmente para darte la mano, no solo era un acto de cordialidad sino también una forma de decir, "he superado mi minusvalía". Gracias por hacerme memoria sobre él sois unos "AMIGAZOS".
ResponderEliminarTiene razón Enriquito escribes muy bien.
ResponderEliminarEres muy grande Beltrán, Antonio Serrano es un ejemplo de mala suerte como lo es de superación, justo cuando Antonio entró en estado catatónico, entre 2007 y 2009 pasé por momentos muy difíciles (un cáncer y una recaída) y no puede prestarle toda la atención que merecía. Gracias Fuentes y Beltrán por permitirme reconciliarme con mi conciencia, sois muy grandes, tanto como el propio Serrano, hemos de volver
ResponderEliminarQue gran suerte tener amigos como vosotros, Beltrán, Enriquito y Serrano. Los tres habéis tenido momentos difíciles qué habéis superado con nota. Seguro que, como decía Serrano el pasado domingo, tenéis un futuro todavía más prometedor si cabe. Al igual que Serrano que seguro que lo veremos más pronto que tarde ya paseando por las calles de Alcoy...
ResponderEliminarFuentes
emotiva historia, gracias por compartir.
ResponderEliminarEste año he estado hospitalizada una semana. Mis padres, mis tres hermanas -somos cuatro chicas-, mis amigas, mis primas - en especial mi prima Lolita -, mis tías, todos estuvieron conmigo. Ahora vosotros también me dais esperanza. Gracias.
ResponderEliminarImpresionante. Me encanta la forma tan sencilla de narrar lo que, al fin y al cabo, son grandes hitorias. Gracias.
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