sábado, 5 de abril de 2014

Leopoldo Calvo-Sotelo: ni frío ni anodino

         El Ayuntamiento de Lorca ha distribuido el contenido del Pregón de la Semana Santa que pronunció ayer Pilar Ibáñez-Martín en la iglesia de San Mateo, y que reproduciré en su totalidad al final de este artículo.
         Pilar Ibáñez-Martín es hija de José Ibáñez Martín, que fue ministro de Educación con el general Franco, y viuda de Leopoldo Calvo-Sotelo, presidente del Gobierno entre 1981-82. Su familia está emparentada con numerosas personalidades de la Historia reciente de España, como el dirigente de derechas José Calvo Sotelo o el ministro socialista Fernando Morán.
         Si me lo permitís, voy a darle un breve repaso a la genealogía de esta familia, porque siempre viene bien recordar, aunque sea mínimamente, a nuestros personajes históricos.

         José Ibáñez Martín, padre de nuestra Pregonera de este año, nació en un pueblo de Teruel en 1896 y falleció en Madrid en 1969. Estuvo vinculado a la derecha monárquica desde su juventud; así, durante la Dictadura del general Primo de Rivera perteneció a la Unión Monárquica Nacional, un pequeño partido heredero de la Unión Patriótica, el partido único de aquellos años. Llegó a formar parte de la Asamblea Nacional Consultiva, el remedo de Cortes que actuaron bajo el mandato de Primo de Rivera.

Miguel Primo de Rivera


         Durante la II República perteneció en primer lugar a Acción Española, y luego a la CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas liderada por José María Gil-Robles, y fue diputado por Murcia en la segunda legislatura republicana (1933-36).
         La Guerra Civil le encontró en la zona republicana, pero en 1937 cruzó las líneas y se puso al servicio de Franco, quien le envió a Hispanoamérica a hacer propaganda de su causa.

José Ibáñez Martín

        El 9 de agosto de 1939, Franco le nombró ministro de Educación; desempeñó el cargo hasta el 19 de julio de 1951, lo que le convierte en uno de sus ministros más duraderos. Entre otras actuaciones, fue el creador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
         Perteneció a las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando (1950), de Jurisprudencia y Legislación (1962) y de Ciencias Morales y Políticas (1967). Fue, asimismo, presidente del Consejo de Estado (1951), embajador en Lisboa (1967), consejero nacional del Movimiento y procurador en Cortes (en varias legislaturas, entre 1943 y 1967, y por varias circunstancias: como ministro, como consejero nacional y por ser presidente del Consejo de Estado y del CSIC).
         La ciudad de Lorca ha perpetuado su memoria con uno de sus institutos, el IES Ibáñez Martín. En años anteriores, parte de la izquierda pidió el cambio de nombre de dicho centro, al estar dedicado a un ministro del Franquismo, pero paradójicamente está siendo la derecha la que se está encargando de que nadie pueda decir que estudia en el Ibáñez Martín...

         Leopoldo Calvo-Sotelo (Madrid, 1926 - Pozuelo de Alarcón, Madrid, 2008) y nuestra Pregonera se conocieron precisamente en la casa de José Ibáñez Martín.
         La historia la relata Calvo-Sotelo en su libro Pláticas de Familia, cuya lectura recomiendo porque es un volumen muy ameno e interesante: mientras estudiaba la carrera de Ingeniería se convirtió en delegado estudiantil; los alumnos de su Facultad pidieron una reunión con el ministro de Educación para hacerle algunas peticiones, y el ministro accedió a que tres o cuatro de ellos se acercasen por su casa a planteárselas. Calvo-Sotelo y sus compañeros se reunieron con don José en el salón de su casa, en el ambiente envarado que os podéis imaginar, y en un momento dado se abrió la puerta, apareció una jovencita y dijo algo así como:
         - ¡Papá, que dice mamá que vayáis terminando, que ya está la cena!
         El que manda, manda. El ministro concluyó la reunión, y los jóvenes salieron a la calle. Entonces Leopoldo le dijo a sus compañeros:
         - Para convencer al ministro, es imprescindible que hagamos una colecta entre todos y le compremos a su hija un ramo de flores.
         Así lo hicieron. Y así se llevó Calvo-Sotelo la gata al agua. ¡Para que luego le recordemos como una persona seria e hierática!
         Personalmente he leído algunos libros escritos por él, y me ha sorprendido su estilo culto y ameno. No fue don Leopoldo, en absoluto, la esfinge impávida que se vendió en su momento.
         Una de las cosas más sorprendentes de don Leopoldo es que no se llamó Leopoldo Calvo-Sotelo, sino Leopoldo Calvo Bustelo, hasta que llegó a la adolescencia.
         Como sabéis, era sobrino de José Calvo Sotelo, el líder monárquico derechista que fue asesinado el 12 de julio de 1936 en represalia por el asesinato de un oficial socialista. Por cierto, que otro de sus tíos fue el dramaturgo Joaquín Calvo Sotelo.
         Tras la Guerra Civil, Franco le concedió a los hijos de José Calvo Sotelo el privilegio de unir sus apellidos por un guión; una medida que hizo extensiva al resto de miembros de la familia, de manera que Leopoldo pasó a llamarse, legalmente, Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo.
         Durante el Franquismo, Calvo-Sotelo ocupó altos cargos en varias empresas, como Explosivos Río Tinto, Banco Urquijo, Renfe (que presidió en 1967), Banco Hispano Americano... fue procurador en Cortes entre 1971 y 1977, en su calidad de ministro y por el tercio de sindicatos (como empresario del sector de químicas).
         A la muerte de Franco, fue ministro de Comercio con Carlos Arias Navarro (diciembre de 1975 - julio de 1976); a continuación, desempeñó el ministerio de Obras Públicas en el primer gabinete de Adolfo Suárez, designado directamente por Juan Carlos I. Dimitió a finales de abril de 1977 para poder presentarse como diputado a las elecciones a Cortes Constituyentes. Fue el número 2 en la lista de Unión de Centro Democrático (UCD) por Madrid, después del propio Suárez, y representó a dicha coalición en los Pactos de la Moncloa, que establecieron un acuerdo marco económico y social entre todos los partidos.


         Entre febrero de 1978 y mayo de 1980, fue ministro de Relaciones con la Comunidad Económica Europea (CEE), el antecedente meramente comercial de la Unión Europea, y se encargó de allanar el camino para que España ingresase en dicha organización en las mejores condiciones, lo que no logró del todo.
         En 1979 se celebraron las segundas elecciones generales -esto es, para la I Legislatura, ya que la de 1977-79 se denomina Legislatura Constituyente-; Calvo-Sotelo fue de nuevo el número 2 en la lista ucedista por Madrid.
         En septiembre de 1980, Suárez le nombró Vicepresidente 2º para Asuntos Económicos, cargo que ostentaba cuando el Presidente anunció su dimisión a principios de 1981.

Calvo-Sotelo y Suárez, dos padres de la Transición


         Entre los motivos de su designación como Jefe del Gobierno estuvieron su vinculación con la Iglesia y sus contactos con el mundo de la banca y de la empresa, tanto en España como en Europa, así como su buena relación con el Rey y el peso de su apellido entre los militares y los estamentos conservadores.
         Su carácter frío y circunspecto garantizaba que no iba a sufrir psicológicamente las presiones que habían acabado políticamente con Suárez. Además, no pertenecía a ninguna de las familias que se estaban enfrentando por el poder, y había sido de los pocos barones de UCD que habían apostado por la permanencia de Suárez, por lo que cederle el poder a él no significaría una derrota para su antecesor.
         El 20 de febrero de 1981 se planteó ante el Congreso su votación de investidura; para este trámite hacía falta mayoría absoluta, pero, como no la obtuvo (tuvo 169 votos a favor, 158 en contra y 17 abstenciones), se convocó una segunda votación para el día 23 de febrero...
         Tras el fracaso del golpe de Estado, Calvo-Sotelo se convirtió en el tercer Jefe de Gobierno de Juan Carlos I, y el segundo de la etapa democrática.  




         Y aquí tuvo un papel importantísimo, que no se le reconoce porque no se suele recordar, en la consolidación de la democracia y la sumisión de los militares al poder civil: los secuestradores del Congreso fueron juzgados, y algunos de ellos obtuvieron penas que parecieron irrisorias... de manera que el Gobierno recurrió la sentencia del consejo de guerra ante el Tribunal Supremo.
         El poder civil, enmendándole la plana a los jueces togados. El Supremo corrigiendo las decisiones de los generales, por decisión de los civiles acabados de salir de un golpe de Estado. Pienso que, sólo por esto, Calvo-Sotelo merece pasar a las páginas principales de nuestra Historia.
         Otro hito histórico fue que en diciembre de 1981 Soledad Becerril se convirtió en la segunda mujer en ocupar una cartera ministerial, tras Federica Montseny en la II República.
         Entre las decisiones de Gobierno ordinarias de Calvo-Sotelo estuvo la Ley Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), consecuencia de un pacto entre UCD y el PSOE, que creó un mapa con diecisiete autonomías, todas ellas con techos competenciales similares, lo que vulgarmente se dio en llamar café para todos. También aprobó el ingreso de España en la OTAN, la estructura militar dependiente de los Estados Unidos.
         Otra medida histórica, otro atrevimiento del soso y anodino Calvo-Sotelo, fue la aprobación de la Ley del Divorcio, que fue defendida por su ministro de Justicia, el socialdemócrata Francisco Fernández Ordóñez.
         Aunque la I Legislatura se cumplía en los primeros meses de 1983 (había nacido en las elecciones de 1979, con Suárez), la UCD se fue descomponiendo, hasta el punto que Calvo-Sotelo se dio cuenta de que se estaba quedando solo; de manera que en octubre de 1982 se celebraron elecciones anticipadas, que ganó el PSOE de Felipe González.





         Posteriormente Calvo-Sotelo fue diputado de las diezmadas filas de UCD (1982-86), y eurodiputado de dicha coalición, dentro del Partido Popular Europeo (1986-89).

         Otros políticos relacionados con Calvo-Sotelo han sido:

         Su primo Carlos Bustelo y García del Real, ministro de Industria y Energía con Suárez (1977-80), y los hermanos de éste, Carlota (diputada socialista y representante española en la ONU) y Francisco (diputado socialista).
         Su cuñado Fernando Morán, ministro de Exteriores con Felipe González (1982-85).

A Morán había que desprestigiarle porque él sí quería sacarnos de la OTAN.
Se hicieron hasta libros de chistes de Morán para no tomarle en serio.
Miles de bobos rieron los chistes que le dejaban como un bobo.


         Su sobrina Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, ministra de Educación y Ciencia con José Luis Rodríguez Zapatero (2006-09).

         Asimismo, sus hijos Andrés, Juan, Leopoldo y Víctor Calvo-Sotelo Ibáñez-Martín, han ocupado concejalías, alcaldías y otros cargos políticos.

         ...en fin, he querido compartir con vosotros algunos datos acerca de la familia de Calvo-Sotelo. Os dejo con el Pregón que pronunció ayer su viuda, Pilar Ibáñez-Martín Mellado... que, y pido disculpas por no haberlo dicho todavía, tiene una fortísima vinculación con Lorca al ser de familia lorquina.



P R E G Ó N

SEMANA SANTA
Lorca, 2014

         Excelentísimo Señor Alcalde de Lorca, queridos sacerdotes que tan amablemente nos recibís en esta magnífica iglesia de San Mateo, señores Presidentes de las Cofradías y Hermandades Pasionales, Camareras, señoras y señores, queridos amigos de Lorca.
         Mis primeras palabras tienen que ser de agradecimiento a quienes me han hecho el honor de confiarme este Pregón de la Semana Santa de Lorca: a nuestro Alcalde, Francisco Jódar, y al Presidente del Paso Azul, José Antonio Ruiz Sánchez, que me propuso como pregonera, contando con el acuerdo de los demás presidentes, y que tuvo la gentileza de venirme a ver a Madrid para empezar a preparar esta gran ocasión.
         Cuando recibí este honroso encargo, vinieron a mi mente recuerdos y sensaciones que hacía mucho tiempo que no experimentaba.  Sin duda, recuerdos de infancia, de los que pronto os hablaré, pero, ante todo, el temor juvenil ante el examen.  Durante varios días volví a ser la alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Complutense que quería prepararse bien para salir airosa de una prueba importante y difícil.
Hice los deberes, leí los magníficos pregones de mis ilustres antecesores y me di cuenta de que casi todos tenían un tesoro que yo no tengo: una relación intensa, íntima, ininterrumpida, con Lorca y con su incomparable Semana Santa.  Quienes me han precedido en esta prestigiosa cátedra conocen todos los monumentos y los rincones de Lorca, todos los horizontes de su bello paisaje, a veces solitario y misterioso, y otras fértil, risueño y coronado de palmas y de higueras. Son también mis antecesores minuciosos conocedores de las procesiones, de las hermosas imágenes que inspiran la religiosidad apasionada de los lorquinos, de las ricas vestiduras que las engalanan, de los acordes musicales que acompañan los desfiles.
Como os decía, yo no poseo ese tesoro de vivencias: sólo conservo media docena de joyas en mi memoria, que, eso sí, me acompañan siempre, y que me gustaría compartir con vosotros.  Puede que algunas parezcan triviales y de relevancia puramente familiar, pero a mí me importan mucho. Y es que, si, como dijo el poeta, “la verdadera patria del hombre es su infancia”, yo tengo muy preciados recuerdos de mi patria lorquina.
Mi madre, Mari Flor Mellado Pérez de Meca, era la hija mayor de los Condes de San Julián, mis abuelos Víctor y Emilia.  Mi padre, José Ibáñez Martín, era hijo de unos labradores de Valbona, en la provincia de Teruel. Mi padre estudió el bachillerato en Teruel y luego se licenció en Filosofía y Letras y en Derecho en la Universidad de Valencia, con premio extraordinario en los dos casos.  En 1922 obtuvo por oposición la cátedra de Geografía e Historia del Instituto Nacional de Segunda Enseñanza Media de Murcia. 
Así llegó el joven turolense a tierras del Segura, rehaciendo el camino de sus antepasados aragoneses que vinieron a reconquistar y a poblar el Reino de Murcia.  Aquí encontró muchas formas de decir y de sentir que le recordaban a su patria chica aragonesa, aunque sin duda dulcificadas al ser trasplantadas a estas latitudes meridionales y mediterráneas.  Pero en Murcia encontró mi padre mucho más: la vocación política, que ya nunca le abandonaría, y, sobre todo, a su mujer, Mari Flor Mellado, la abuela Mari Flor de mis hijos, que hoy me acompañan en este acto.  
Mi padre fue Teniente Alcalde de Murcia en 1923, luego fue nombrado Presidente de la Diputación provincial, y por último fue elegido diputado a Cortes por Murcia. En aquella época conoció, en un festejo en San Julián, a una rubia y jovencísima Mari Flor, que ya entonces llevaba el título de Condesa de Marín.  El título se lo concedió directamente a ella el Papa Benedicto XV, como reconocimiento a la ayuda prestada por su abuelo Antonio Pérez de Meca en la recuperación para la Iglesia del Convento de Santa María de las Huertas, que había sido desamortizado. José y Mari Flor se casaron en la Colegiata de San Patricio en 1930.
La familia quedó, pues, constituida en Lorca.  Luego, la vida le llevó a mi padre a Madrid, como Ministro de Educación Nacional y después como Presidente del Consejo de Estado; y a Lisboa, donde fue Embajador de España.  Pero mis padres siempre volvieron a Lorca y mantuvieron abierta su casa de La Hoya.
Durante sus largos años de actividad política, mi padre se ocupó con gran interés de las cosas de Murcia y de Lorca, donde consiguió un nuevo edificio para el Instituto de Enseñanza Media, agradeciendo mucho que las autoridades lorquinas quisieran que llevara su nombre, agradecimiento que seguimos teniendo sus hijos.  Por lo demás, mi madre fue hasta el final de sus días una lorquina que vivía en Madrid, y en cuya casa no faltaba nunca la torta de pimiento molido.
Esa torta de pimiento molido es mi madalena de Proust.  Su sabor cálido y fuerte me retrotrae al año 1939, que mis hermanos Víctor, Mari Flor, Conchi y yo pasamos en Lorca con nuestros abuelos.  Aquel año fue difícil para todos los españoles, y para muchos, terrible.  Pero yo tenía ocho años y los niños, gracias a Dios, viven en otro mundo, y el mío era una casa grande y misteriosa, y un jardín de cuento, con olores de jazmines, heliotropos, alhelíes, y flores de azahar, y una gran libertad, sólo interrumpida por la merienda, en la que había pan con aceite y, por supuesto, torta de pimiento molido… Mi recuerdo infantil se extiende también, con todo cariño, a la persona que nos cuidaba, Juana Martínez, lorquina y llena de bondad e inteligencia, y, lo que es más, de sabiduría, a cuyo entierro en esta ciudad acudió toda nuestra familia.
Yo iba a dar clase con las monjas, y también me preparaba para mi primera comunión, que hice en la Iglesia de San Francisco el 8 de diciembre de 1939.  Qué maravilloso día aquel, con el altar de oro, la música del órgano llenándolo todo, mi vestido blanco… Fue un día muy importante para mí.  Se ha dicho que el barroco es la densidad de la fe, y sin duda mi fe de niña creció a la sombra del barroco lorquino, se vistió con los hilos de seda y de terciopelo de las bellísimas imágenes de nuestra Semana Santa, y se conmovió al son de sus tambores, timbales y bombos.  Esa fe infantil es como una esencia que yo he procurado conservar hasta hoy, sin que se derrame ni se evapore, y que esta tarde siento revivir al estar entre vosotros.
Poco después de mi primera comunión empezaron en casa de mis abuelos los preparativos para la Semana Santa.  No sería exagerado decir que parecía que una corriente eléctrica sacudía a la familia; y digo que no sería exagerado porque, como es sabido, el color de la electricidad es el azul.  Mi abuelo Víctor era un aguerrido entusiasta del Paso Azul, del que fue nombrado Presidente de Honor pocos años después.
Entre sus ayudantes de campo destacaba su hija Conchita, mi tía y madrina, que me llenaba las trenzas de lazos azules.  Si no recuerdo mal, la bandera del Paso Azul dormía alguna noche en casa. Sólo mi abuela Emilia, que era una persona muy espiritual y de una bondad extraordinaria, permanecía al margen de aquel torbellino.  ¿Por qué?  Aunque yo era pequeña, siempre me pareció que el misterio sólo podía tener una clave: la abuela era blanca, pero, con renuncia ejemplar, sacrificaba sus sentimientos en el altar del amor conyugal.
Por fin llegó la Semana Santa y las procesiones me sorprendieron, como me sorprenden cada vez que las veo, por ser capaces de unir una gran devoción y una incontenible originalidad.  En la Semana Santa, Lorca se une al fervor penitencial de muchas ciudades de España; pero es única en lo audaz y grandioso con que están concebidas sus procesiones.  Según escribió el cronista Ángel Oliver, para describir el espectáculo de nuestras procesiones habría que decir que es “como si la antigüedad del mundo se la hubiesen repartido las cofradías lorquinas”.
Y es verdad: hay en la Semana Santa de Lorca una curiosidad universal que lo abarca todo, y que opera, por decirlo así, a través de círculos concéntricos: de este modo, en torno al núcleo sagrado de los Evangelios y del Viejo Testamento, se despliegan las abigarradas figuras de la Antigüedad clásica, con una puesta en escena llena de color y de imaginación. Quizá podríamos decir que nuestra Semana Santa ofrece el tesoro de la fe cristiana en toda su grandeza, pero no aislado, sino tal y como nos lo encontramos en el mundo, rodeado de elementos paganos.
Junto a aquella Semana Santa infantil de posguerra aparece en mi biografía otra, ya en años juveniles, y que también fue importante para mí, porque a ella acudió Leopoldo Calvo-Sotelo, que por entonces empezaba a salir conmigo.  Leopoldo vino con un grupo de amigos y se alojaron en el viejo Hotel Comercio, que estaba enfrente de casa de mis abuelos.  La algarabía de nuestras procesiones sobresaltó a sus amigos, y sobre todo a uno que era extranjero, con lo que siguieron camino a destinos más tranquilos.  Leopoldo se quedó y se acabó casando conmigo. 
A Leopoldo le gustaban mucho los paisajes que rodean a Lorca. Siempre se sintió atraído por los lugares desérticos, y en particular, por los de Tierra Santa.  En la “Vida de Jesús” de Ernesto Renan, mi marido tenía muy subrayado un párrafo en el que el autor, hablando de un viaje a Galilea, destacaba la “maravillosa armonía del ideal evangélico con el paisaje que le sirvió de marco”, paisaje en el que Renan creía haber encontrado un quinto evangelio.
¿Podríamos nosotros hablar de un hallazgo parecido aquí, en Lorca?  Así lo hizo Juan Guirao en su pregón, al contarnos una excursión con su padre a las ermitas del Calvario.  “La tierra del Señor dicen que es así”, afirmaba el padre de Juan Guirao, mirando el paisaje desde el altozano del Calvario. Y continuaba, con convicción admirable: “Tiene que ser así”.
¿Hay manera más hermosa de que un padre le transmita la fe a su hijo?  Qué duda cabe de que esta tierra tiene algo que nos acerca a Dios, y seguro que así lo sintieron también  los judíos que invocaban su santo nombre en esa sinagoga lorquina que ha sido objeto de una restauración admirable, cuyo proyecto exponía recientemente nuestro Alcalde en el Ateneo madrileño, en presencia del Embajador de Israel.
En fin, el caso es que yo me casé y en las vacaciones Leopoldo me llevaba a Ribadeo, a orillas del Cantábrico, en la provincia de Lugo. He sido muy feliz veraneando allí, aunque a veces me parecía vivir aquel cuento de Álvaro Cunqueiro en que una murciana, casada en Galicia, conseguía el milagro de cultivar y secar, en aquel reino de la lluvia, algo de pimiento, que luego molía para ofrecer a los vecinos una nostálgica torta, que quizá fuera poco más que un crespillo…
Me convertí así en una lorquina de la diáspora, lo que también tiene sus ventajas, porque, ¿qué mayor felicidad hay que encontrarse muy lejos de Lorca con un paisano y entablar inmediatamente conversación con la pregunta inevitable de si es blanco o azul?  ¿Qué otra ciudad de España o del mundo ofrece a sus vecinos y allegados la posibilidad de empezar a hablar, sin conocerse, de un tema tan agradable y tan verdadero?
         En su pregón de hace ya muchos años, nuestro Presidente Ramón Luis Valcárcel dijo de las procesiones lo siguiente: “…el centro de atracción lo constituyen los Pasos Azul y Blanco, porque ambos aglutinan a todos los demás, al pueblo entero, que podrá ser encarnado, negro, morado o del Resucitado, o no pertenecer a ninguna cofradía; pero, además de todo esto, en Lorca se es blanco o azul, sin que sea fácil (yo diría que imposible) situarse al margen de esa división cromática y pasionaria. Y es que el lorquino antes, incluso, de nacer, desde el momento en que es engendrado, ya es blanco o azul; azul o blanco”.
         Tenía razón el Presidente.  Y sin embargo, quizá quepa introducir un matiz, y es que en el encuentro de un blanco y de un azul fuera de Lorca, y mucho más si están fuera de España, lo que en Lorca es rivalidad amistosa se convierte, simplemente, en amistad. Yo en Lorca soy azul. Cuando salgo de aquí sigo siéndolo, pero me gusta actuar con otro lema, que podría ser: tanto montan, montan tanto, Paso Azul y Paso Blanco, porque lo que de verdad importa es promover el bien de Lorca.
         Así he procurado actuar siempre, dentro de mis posibilidades.  En la primavera de 1982, siendo mi marido Presidente del Gobierno, hice algunas gestiones para conseguir que la Dirección General del Patrimonio del Estado cediera un local para la Casa de la Cultura de Lorca. También intervino en el asunto mi primo Fernando Sanz-Pastor, que entonces era Consejero de la preautonomía murciana. Todavía guardo con orgullo la carta de agradecimiento que me escribió Trinidad García, presidente de la Agrupación Cultural Lorquina, en la que me decía que “con su interés nos ha demostrado que por sus venas corre sangre lorquina…”. 
          De las veces que he vuelto a Lorca, quizá la que más me emocionó fue una visita que hice después del terremoto.  Me paseé por la ciudad, hablé con la gente, estuve en Santa María de las Huertas, en San Mateo, en San Francisco, y pude admirar el enorme trabajo desarrollado por miles de lorquinos para restaurar su patrimonio artístico y monumental, y para devolver a Lorca su prosperidad y su esplendor. Me sentí orgullosa de esa sangre lorquina de la que hablaba la carta y me entró una gran satisfacción al pensar que la vinculación de mi familia con Lorca se mantiene y, si Dios quiere, se mantendrá siempre.
Así, la vieja casa de mis padres en La Hoya ha cobrado nueva vida y prestancia gracias al entusiasmo de mi hermana Emilia y de su marido, Miguel Doménech, que es extremeño, pero que con el paso de los años se ha vuelto el más lorquino de la familia.  También mi hermana Conchi y su marido, Javier Lirón de Robles, son visitantes muy asiduos de esta tierra. Y mi hijo mayor, Leopoldo, siguió los pasos de su abuelo José Ibáñez-Martín, y lo mismo que él se casó con una murciana rubia, Cristina Egea, con lo que ya tengo nietos azules, que se llaman Leopoldo, Ricardo y Cristina y están hoy aquí con nosotros.
Los padres de mi nuera, José Egea y Cristina Gutiérrez-Cortines, también tienen casa en Lorca. José Egea introdujo en la comarca de Lorca numerosas innovaciones en materia agronómica y de regadíos; y mi consuegra Cristina, que fuera Consejera de Educación y Cultura de la Región de Murcia y hoy es Eurodiputada, siempre ha puesto a disposición de la ciudad, especialmente después del terremoto, sus grandes conocimientos en materia de gestión y restauración del patrimonio artístico.
Pues bien, después de tantos años, aquí me tenéis de nuevo, esperando con más ilusión que nunca la llegada de nuestra Semana Santa, esa Semana Santa que es tan difícil de describir y de contar, sobre todo desde la lejanía.  Lo expresaba muy bien Pedro Guerrero en su pregón: “Porque lejos de aquí (…) trataba de explicar nuestras procesiones.  Pero me sobrepasaba la nostalgia y no podía… Y es que la Semana Santa de Lorca no se puede contar”.  El narrador, en efecto, se siente perdido “sin tambor, sin corneta, sin himno, sin bandera, sin caballo y sin jinete, sin carro, sin cuadriga y sin siga, sin mi gente…”.
Qué difícil de contar, y sin embargo, qué fácil de ver y de vivir.  Pocas cosas hay que entren tan bien por los ojos o que activen tan rápidamente los circuitos de la memoria como esa maravillosa secuencia de la tarde del Viernes Santo, el Paso Encarnado, el Pasado Morado, el Paso Azul, con la infantería romana, la profetisa Débora, los etíopes y los egipcios, los magnates romanos, el Triunfo de la Cruz, el cortejo de la Redención con el Estandarte del Ángel Velado, el Trono del Santísimo Cristo de la Buena Muerte y el Reflejo, y la Virgen de los Dolores; el Paso Negro, también llamado Paso de la Curia; el Paso Blanco, con sus romanos, babilónicos, persas y judíos, la Verónica, San Juan, el Estandarte de la Oración del Huerto, y la Virgen de la Amargura.  ¡Qué lujosas y resplandecientes las vestiduras de todas las imágenes y personajes! Podríamos decir, parafraseando uno de los versículos más poéticos del Evangelio, que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos.  Y es que el bordado lorquino en seda y oro es un arte único y merecedor de todos los reconocimientos, nacionales e internacionales.
Termino ya. Como Pregonera me toca promulgar y publicar esa ley fundamental de Lorca que manda que cada uno se incorpore a su puesto y cumpla con su deber, para que todos nos encontremos en esa gran cita anual, que es a la vez litúrgica y ciudadana, y hagamos posible ese milagro que es nuestra Semana Santa.  Como os decía, yo la espero este año con verdadera ilusión.  Antes os hablé de dos Semanas Santas en mi vida, una infantil y otra juvenil, las dos muy importantes para mí.  Esta Semana Santa de 2014 lo va a ser igualmente y será gracias a vosotros.  De verdad, muchas gracias a todos.


                                               Lorca, 4 de abril de 2014 

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