El
Ayuntamiento de Lorca ha distribuido el contenido del Pregón de la Semana Santa
que pronunció ayer Pilar Ibáñez-Martín en la iglesia de San Mateo, y que
reproduciré en su totalidad al final de este artículo.
Pilar
Ibáñez-Martín es hija de José Ibáñez Martín, que fue ministro de Educación con
el general Franco, y viuda de Leopoldo Calvo-Sotelo, presidente del Gobierno
entre 1981-82. Su familia está emparentada con numerosas personalidades de la
Historia reciente de España, como el dirigente de derechas José Calvo Sotelo o
el ministro socialista Fernando Morán.
Si me
lo permitís, voy a darle un breve repaso a la genealogía de esta familia,
porque siempre viene bien recordar, aunque sea mínimamente, a nuestros
personajes históricos.
José
Ibáñez Martín, padre de nuestra Pregonera de este año, nació en un pueblo
de Teruel en 1896 y falleció en Madrid en 1969. Estuvo vinculado a la derecha
monárquica desde su juventud; así, durante la Dictadura del general Primo de
Rivera perteneció a la Unión Monárquica Nacional, un pequeño partido heredero
de la Unión Patriótica, el partido único de aquellos años. Llegó a formar parte
de la Asamblea Nacional Consultiva, el remedo de Cortes que actuaron bajo el
mandato de Primo de Rivera.
Miguel Primo de Rivera |
Durante
la II República perteneció en primer lugar a Acción Española, y luego a la
CEDA, la Confederación Española de Derechas Autónomas liderada por José María
Gil-Robles, y fue diputado por Murcia en la segunda legislatura republicana
(1933-36).
La
Guerra Civil le encontró en la zona republicana, pero en 1937 cruzó las líneas
y se puso al servicio de Franco, quien le envió a Hispanoamérica a hacer
propaganda de su causa.
José Ibáñez Martín |
El 9 de agosto de 1939, Franco le nombró ministro de Educación; desempeñó el cargo hasta el 19 de julio de 1951, lo que le convierte en uno de sus ministros más duraderos. Entre otras actuaciones, fue el creador del Centro Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Perteneció
a las Reales Academias de Bellas Artes de San
Fernando (1950), de Jurisprudencia y Legislación (1962) y de Ciencias Morales y
Políticas (1967). Fue, asimismo, presidente del Consejo de Estado (1951),
embajador en Lisboa (1967), consejero nacional del Movimiento y procurador en
Cortes (en varias legislaturas, entre 1943 y 1967, y por varias circunstancias:
como ministro, como consejero nacional y por ser presidente del Consejo de
Estado y del CSIC).
La
ciudad de Lorca ha perpetuado su memoria con uno de sus institutos, el IES Ibáñez Martín. En años anteriores, parte
de la izquierda pidió el cambio de nombre de dicho centro, al estar dedicado a
un ministro del Franquismo, pero paradójicamente está siendo la derecha la que
se está encargando de que nadie pueda decir que estudia en el Ibáñez Martín...
Leopoldo Calvo-Sotelo (Madrid,
1926 - Pozuelo de Alarcón, Madrid, 2008) y nuestra
Pregonera se conocieron precisamente en la casa de José Ibáñez Martín.
La
historia la relata Calvo-Sotelo en su libro Pláticas
de Familia, cuya lectura recomiendo porque es un volumen muy ameno e
interesante: mientras estudiaba la carrera de Ingeniería se convirtió en
delegado estudiantil; los alumnos de su Facultad pidieron una reunión con el
ministro de Educación para hacerle algunas peticiones, y el ministro accedió a
que tres o cuatro de ellos se acercasen por su casa a planteárselas. Calvo-Sotelo
y sus compañeros se reunieron con don José en el salón de su casa, en el
ambiente envarado que os podéis imaginar, y en un momento dado se abrió la
puerta, apareció una jovencita y dijo algo así como:
- ¡Papá,
que dice mamá que vayáis terminando, que ya está la cena!
El que
manda, manda. El ministro concluyó la reunión, y los jóvenes salieron a la
calle. Entonces Leopoldo le dijo a sus compañeros:
- Para
convencer al ministro, es imprescindible que hagamos una colecta entre todos y
le compremos a su hija un ramo de flores.
Así lo
hicieron. Y así se llevó Calvo-Sotelo la gata al agua. ¡Para que luego le
recordemos como una persona seria e hierática!
Personalmente
he leído algunos libros escritos por él, y me ha sorprendido su estilo culto y
ameno. No fue don Leopoldo, en absoluto, la esfinge impávida que se vendió en
su momento.
Una de
las cosas más sorprendentes de don Leopoldo es que no se llamó Leopoldo Calvo-Sotelo,
sino Leopoldo Calvo Bustelo, hasta que llegó a la adolescencia.
Como
sabéis, era sobrino de José Calvo Sotelo, el líder monárquico derechista que
fue asesinado el 12 de julio de 1936 en represalia por el asesinato de un
oficial socialista. Por cierto, que otro de sus tíos fue el dramaturgo Joaquín
Calvo Sotelo.
Tras
la Guerra Civil, Franco le concedió a los hijos de José Calvo Sotelo el
privilegio de unir sus apellidos por un guión; una medida que hizo extensiva al
resto de miembros de la familia, de manera que Leopoldo pasó a llamarse,
legalmente, Leopoldo Calvo-Sotelo y Bustelo.
Durante
el Franquismo, Calvo-Sotelo ocupó altos cargos en
varias empresas, como Explosivos Río Tinto, Banco Urquijo, Renfe (que presidió
en 1967), Banco Hispano Americano... fue procurador en Cortes entre 1971 y
1977, en su calidad de ministro y por el tercio de sindicatos (como empresario
del sector de químicas).
A la
muerte de Franco, fue ministro de Comercio con Carlos Arias Navarro (diciembre
de 1975 - julio de 1976); a continuación, desempeñó el ministerio de Obras Públicas
en el primer gabinete de Adolfo Suárez, designado directamente por Juan Carlos I. Dimitió
a finales de abril de 1977 para poder presentarse como diputado a las
elecciones a Cortes Constituyentes. Fue el número 2 en la lista de Unión de
Centro Democrático (UCD) por Madrid, después del propio Suárez, y representó a
dicha coalición en los Pactos de la Moncloa, que establecieron un acuerdo marco
económico y social entre todos los partidos.
Entre febrero de 1978 y mayo de 1980, fue ministro de Relaciones con la Comunidad Económica Europea (CEE), el antecedente meramente comercial de la Unión Europea, y se encargó de allanar el camino para que España ingresase en dicha organización en las mejores condiciones, lo que no logró del todo.
Entre febrero de 1978 y mayo de 1980, fue ministro de Relaciones con la Comunidad Económica Europea (CEE), el antecedente meramente comercial de la Unión Europea, y se encargó de allanar el camino para que España ingresase en dicha organización en las mejores condiciones, lo que no logró del todo.
En
1979 se celebraron las segundas elecciones generales -esto es, para la I
Legislatura, ya que la de 1977-79 se denomina Legislatura Constituyente-;
Calvo-Sotelo fue de nuevo el número 2 en la lista ucedista por Madrid.
En
septiembre de 1980, Suárez le nombró Vicepresidente 2º para Asuntos Económicos,
cargo que ostentaba cuando el Presidente anunció su dimisión a principios de
1981.
Calvo-Sotelo y Suárez, dos padres de la Transición |
Entre
los motivos de su designación como Jefe del Gobierno estuvieron su vinculación con la
Iglesia y sus contactos con el mundo de la banca y de la empresa, tanto en
España como en Europa, así como su buena relación con el Rey y el peso de su
apellido entre los militares y los estamentos conservadores.
Su
carácter frío y circunspecto garantizaba que no iba a sufrir psicológicamente
las presiones que habían acabado políticamente con Suárez. Además, no
pertenecía a ninguna de las familias
que se estaban enfrentando por el poder, y había sido de los pocos barones de UCD que habían apostado por
la permanencia de Suárez, por lo que cederle el poder a él no significaría una
derrota para su antecesor.
El 20
de febrero de 1981 se planteó ante el Congreso su votación de investidura; para
este trámite hacía falta mayoría absoluta, pero, como no la obtuvo (tuvo 169
votos a favor, 158 en contra y 17 abstenciones), se convocó una segunda votación
para el día 23 de febrero...
Tras
el fracaso del golpe de Estado, Calvo-Sotelo se convirtió en el tercer Jefe de
Gobierno de Juan Carlos I, y el segundo de la etapa democrática.
Y aquí
tuvo un papel importantísimo, que no se le reconoce porque no se suele
recordar, en la consolidación de la democracia y la sumisión de los militares
al poder civil: los secuestradores del Congreso fueron juzgados, y algunos de
ellos obtuvieron penas que parecieron irrisorias... de manera que el Gobierno
recurrió la sentencia del consejo de guerra ante el Tribunal Supremo.
El
poder civil, enmendándole la plana a los jueces togados. El Supremo corrigiendo
las decisiones de los generales, por decisión de los civiles acabados de salir
de un golpe de Estado. Pienso que, sólo por esto, Calvo-Sotelo merece pasar a
las páginas principales de nuestra Historia.
Otro
hito histórico fue que en diciembre de 1981 Soledad Becerril se convirtió en la
segunda mujer en ocupar una cartera ministerial, tras Federica Montseny en la
II República.
Entre las decisiones de Gobierno
ordinarias de Calvo-Sotelo estuvo la Ley
Orgánica de Armonización del Proceso Autonómico (LOAPA), consecuencia de un
pacto entre UCD y el PSOE, que creó un mapa con diecisiete autonomías, todas
ellas con techos competenciales similares, lo que vulgarmente se dio en llamar café para todos. También aprobó el
ingreso de España en la OTAN, la estructura militar dependiente de los Estados
Unidos.
Otra
medida histórica, otro atrevimiento del soso
y anodino Calvo-Sotelo, fue la aprobación de la Ley del Divorcio, que fue
defendida por su ministro de Justicia, el socialdemócrata Francisco Fernández
Ordóñez.
Aunque
la I Legislatura se cumplía en los primeros meses de 1983 (había nacido en las
elecciones de 1979, con Suárez), la UCD se fue descomponiendo, hasta el punto
que Calvo-Sotelo se dio cuenta de que se estaba quedando solo; de manera que en
octubre de 1982 se celebraron elecciones anticipadas, que ganó el PSOE de
Felipe González.
Posteriormente Calvo-Sotelo fue diputado de las diezmadas filas de UCD (1982-86), y eurodiputado de dicha coalición, dentro del Partido Popular Europeo (1986-89).
Otros
políticos relacionados con Calvo-Sotelo han sido:
Su
primo Carlos Bustelo y García del Real, ministro de Industria y Energía
con Suárez (1977-80), y los hermanos de éste, Carlota (diputada
socialista y representante española en la ONU) y Francisco (diputado
socialista).
Su
cuñado Fernando Morán, ministro de Exteriores con Felipe González (1982-85).
Su
sobrina Mercedes Cabrera Calvo-Sotelo, ministra de Educación y Ciencia con
José Luis Rodríguez Zapatero (2006-09).
Asimismo,
sus hijos Andrés, Juan, Leopoldo y Víctor Calvo-Sotelo
Ibáñez-Martín, han ocupado concejalías, alcaldías y otros cargos políticos.
...en
fin, he querido compartir con vosotros algunos datos acerca de la familia de
Calvo-Sotelo. Os dejo con el Pregón que pronunció ayer su viuda, Pilar
Ibáñez-Martín Mellado... que, y pido disculpas por no haberlo dicho todavía, tiene
una fortísima vinculación con Lorca al ser de familia lorquina.
P R E G Ó N
SEMANA SANTA
Lorca, 2014
Excelentísimo
Señor Alcalde de Lorca, queridos sacerdotes que tan amablemente nos recibís en
esta magnífica iglesia de San Mateo, señores Presidentes de las Cofradías y
Hermandades Pasionales, Camareras, señoras y señores, queridos amigos de Lorca.
Mis
primeras palabras tienen que ser de agradecimiento a quienes me han hecho el
honor de confiarme este Pregón de la Semana Santa de Lorca: a nuestro Alcalde,
Francisco Jódar, y al Presidente del Paso Azul, José Antonio Ruiz Sánchez, que
me propuso como pregonera, contando con el acuerdo de los demás presidentes, y
que tuvo la gentileza de venirme a ver a Madrid para empezar a preparar esta
gran ocasión.
Cuando
recibí este honroso encargo, vinieron a mi mente recuerdos y sensaciones que
hacía mucho tiempo que no experimentaba.
Sin duda, recuerdos de infancia, de los que pronto os hablaré, pero,
ante todo, el temor juvenil ante el examen.
Durante varios días volví a ser la alumna de la Facultad de Filosofía y Letras
de la
Universidad Complutense que quería prepararse bien para salir
airosa de una prueba importante y difícil.
Hice los deberes, leí
los magníficos pregones de mis ilustres antecesores y me di cuenta de que casi
todos tenían un tesoro que yo no tengo: una relación intensa, íntima,
ininterrumpida, con Lorca y con su incomparable Semana Santa. Quienes me han precedido en esta prestigiosa
cátedra conocen todos los monumentos y los rincones de Lorca, todos los
horizontes de su bello paisaje, a veces solitario y misterioso, y otras fértil,
risueño y coronado de palmas y de higueras. Son también mis antecesores
minuciosos conocedores de las procesiones, de las hermosas imágenes que
inspiran la religiosidad apasionada de los lorquinos, de las ricas vestiduras
que las engalanan, de los acordes musicales que acompañan los desfiles.
Como os decía, yo no
poseo ese tesoro de vivencias: sólo conservo media docena de joyas en mi
memoria, que, eso sí, me acompañan siempre, y que me gustaría compartir con
vosotros. Puede que algunas parezcan
triviales y de relevancia puramente familiar, pero a mí me importan mucho. Y es
que, si, como dijo el poeta, “la verdadera patria del hombre es su infancia”,
yo tengo muy preciados recuerdos de mi patria lorquina.
Mi madre, Mari Flor
Mellado Pérez de Meca, era la hija mayor de los Condes de San Julián, mis
abuelos Víctor y Emilia. Mi padre, José
Ibáñez Martín, era hijo de unos labradores de Valbona, en la provincia de
Teruel. Mi padre estudió el bachillerato en Teruel y luego se licenció en
Filosofía y Letras y en Derecho en la Universidad de Valencia, con premio
extraordinario en los dos casos. En 1922
obtuvo por oposición la cátedra de Geografía e Historia del Instituto Nacional
de Segunda Enseñanza Media de Murcia.
Así llegó el joven
turolense a tierras del Segura, rehaciendo el camino de sus antepasados
aragoneses que vinieron a reconquistar y a poblar el Reino de Murcia. Aquí encontró muchas formas de decir y de
sentir que le recordaban a su patria chica aragonesa, aunque sin duda
dulcificadas al ser trasplantadas a estas latitudes meridionales y
mediterráneas. Pero en Murcia encontró
mi padre mucho más: la vocación política, que ya nunca le abandonaría, y, sobre
todo, a su mujer, Mari Flor Mellado, la abuela Mari Flor de mis hijos, que hoy
me acompañan en este acto.
Mi padre fue Teniente
Alcalde de Murcia en 1923, luego fue nombrado Presidente de la Diputación provincial, y
por último fue elegido diputado a Cortes por Murcia. En aquella época conoció,
en un festejo en San Julián, a una rubia y jovencísima Mari Flor, que ya
entonces llevaba el título de Condesa de Marín.
El título se lo concedió directamente a ella el Papa Benedicto XV, como
reconocimiento a la ayuda prestada por su abuelo Antonio Pérez de Meca en la
recuperación para la Iglesia del Convento de Santa María de las Huertas, que
había sido desamortizado. José y Mari Flor se casaron en la Colegiata de San
Patricio en 1930.
La familia quedó,
pues, constituida en Lorca. Luego, la
vida le llevó a mi padre a Madrid, como Ministro de Educación Nacional y
después como Presidente del Consejo de Estado; y a Lisboa, donde fue Embajador
de España. Pero mis padres siempre
volvieron a Lorca y mantuvieron abierta su casa de La Hoya.
Durante sus largos
años de actividad política, mi padre se ocupó con gran interés de las cosas de
Murcia y de Lorca, donde consiguió un nuevo edificio para el Instituto de
Enseñanza Media, agradeciendo mucho que las autoridades lorquinas quisieran que
llevara su nombre, agradecimiento que seguimos teniendo sus hijos. Por lo demás, mi madre fue hasta el final de
sus días una lorquina que vivía en Madrid, y en cuya casa no faltaba nunca la
torta de pimiento molido.
Esa torta de pimiento
molido es mi madalena de Proust. Su
sabor cálido y fuerte me retrotrae al año 1939, que mis hermanos Víctor, Mari
Flor, Conchi y yo pasamos en Lorca con nuestros abuelos. Aquel año fue difícil para todos los
españoles, y para muchos, terrible. Pero
yo tenía ocho años y los niños, gracias a Dios, viven en otro mundo, y el mío
era una casa grande y misteriosa, y un jardín de cuento, con olores de
jazmines, heliotropos, alhelíes, y flores de azahar, y una gran libertad, sólo
interrumpida por la merienda, en la que había pan con aceite y, por supuesto,
torta de pimiento molido… Mi recuerdo infantil se extiende también, con todo
cariño, a la persona que nos cuidaba, Juana Martínez, lorquina y llena de
bondad e inteligencia, y, lo que es más, de sabiduría, a cuyo entierro en esta
ciudad acudió toda nuestra familia.
Yo iba a dar clase
con las monjas, y también me preparaba para mi primera comunión, que hice en la Iglesia de San Francisco
el 8 de diciembre de 1939. Qué
maravilloso día aquel, con el altar de oro, la música del órgano llenándolo
todo, mi vestido blanco… Fue un día muy importante para mí. Se ha dicho que el barroco es la densidad de
la fe, y sin duda mi fe de niña creció a la sombra del barroco lorquino, se
vistió con los hilos de seda y de terciopelo de las bellísimas imágenes de
nuestra Semana Santa, y se conmovió al son de sus tambores, timbales y
bombos. Esa fe infantil es como una
esencia que yo he procurado conservar hasta hoy, sin que se derrame ni se
evapore, y que esta tarde siento revivir al estar entre vosotros.
Poco después de mi
primera comunión empezaron en casa de mis abuelos los preparativos para la Semana Santa. No sería exagerado decir que parecía que una
corriente eléctrica sacudía a la familia; y digo que no sería exagerado porque,
como es sabido, el color de la electricidad es el azul. Mi abuelo Víctor era un aguerrido entusiasta
del Paso Azul, del que fue nombrado Presidente de Honor pocos años después.
Entre sus ayudantes
de campo destacaba su hija Conchita, mi tía y madrina, que me llenaba las
trenzas de lazos azules. Si no recuerdo
mal, la bandera del Paso Azul dormía alguna noche en casa. Sólo mi abuela
Emilia, que era una persona muy espiritual y de una bondad extraordinaria,
permanecía al margen de aquel torbellino.
¿Por qué? Aunque yo era pequeña,
siempre me pareció que el misterio sólo podía tener una clave: la abuela era
blanca, pero, con renuncia ejemplar, sacrificaba sus sentimientos en el altar
del amor conyugal.
Por fin llegó la Semana Santa y las
procesiones me sorprendieron, como me sorprenden cada vez que las veo, por ser
capaces de unir una gran devoción y una incontenible originalidad. En la Semana Santa , Lorca se une al fervor penitencial
de muchas ciudades de España; pero es única en lo audaz y grandioso con que
están concebidas sus procesiones. Según
escribió el cronista Ángel Oliver, para describir el espectáculo de nuestras
procesiones habría que decir que es “como si la antigüedad del mundo se la
hubiesen repartido las cofradías lorquinas”.
Y es verdad: hay en la Semana Santa de Lorca
una curiosidad universal que lo abarca todo, y que opera, por decirlo así, a
través de círculos concéntricos: de este modo, en torno al núcleo sagrado de
los Evangelios y del Viejo Testamento, se despliegan las abigarradas figuras de
la Antigüedad
clásica, con una puesta en escena llena de color y de imaginación. Quizá
podríamos decir que nuestra Semana Santa ofrece el tesoro de la fe cristiana en
toda su grandeza, pero no aislado, sino tal y como nos lo encontramos en el
mundo, rodeado de elementos paganos.
Junto a aquella Semana
Santa infantil de posguerra aparece en mi biografía otra, ya en años juveniles,
y que también fue importante para mí, porque a ella acudió Leopoldo
Calvo-Sotelo, que por entonces empezaba a salir conmigo. Leopoldo vino con un grupo de amigos y se alojaron
en el viejo Hotel Comercio, que estaba enfrente de casa de mis abuelos. La algarabía de nuestras procesiones
sobresaltó a sus amigos, y sobre todo a uno que era extranjero, con lo que
siguieron camino a destinos más tranquilos.
Leopoldo se quedó y se acabó casando conmigo.
A Leopoldo le
gustaban mucho los paisajes que rodean a Lorca. Siempre se sintió atraído por
los lugares desérticos, y en particular, por los de Tierra Santa. En la “Vida de Jesús” de Ernesto Renan, mi
marido tenía muy subrayado un párrafo en el que el autor, hablando de un viaje
a Galilea, destacaba la “maravillosa armonía del ideal evangélico con el
paisaje que le sirvió de marco”, paisaje en el que Renan creía haber encontrado
un quinto evangelio.
¿Podríamos nosotros
hablar de un hallazgo parecido aquí, en Lorca?
Así lo hizo Juan Guirao en su pregón, al contarnos una excursión con su
padre a las ermitas del Calvario. “La
tierra del Señor dicen que es así”, afirmaba el padre de Juan Guirao, mirando
el paisaje desde el altozano del Calvario. Y continuaba, con convicción admirable:
“Tiene que ser así”.
¿Hay manera más
hermosa de que un padre le transmita la fe a su hijo? Qué duda cabe de que esta tierra tiene algo
que nos acerca a Dios, y seguro que así lo sintieron también los judíos que invocaban su santo nombre en
esa sinagoga lorquina que ha sido objeto de una restauración admirable, cuyo
proyecto exponía recientemente nuestro Alcalde en el Ateneo madrileño, en
presencia del Embajador de Israel.
En fin, el caso es
que yo me casé y en las vacaciones Leopoldo me llevaba a Ribadeo, a orillas del
Cantábrico, en la provincia de Lugo. He sido muy feliz veraneando allí, aunque
a veces me parecía vivir aquel cuento de Álvaro Cunqueiro en que una murciana,
casada en Galicia, conseguía el milagro de cultivar y secar, en aquel reino de
la lluvia, algo de pimiento, que luego molía para ofrecer a los vecinos una
nostálgica torta, que quizá fuera poco más que un crespillo…
Me convertí así en
una lorquina de la diáspora, lo que también tiene sus ventajas, porque, ¿qué
mayor felicidad hay que encontrarse muy lejos de Lorca con un paisano y
entablar inmediatamente conversación con la pregunta inevitable de si es blanco
o azul? ¿Qué otra ciudad de España o del
mundo ofrece a sus vecinos y allegados la posibilidad de empezar a hablar, sin
conocerse, de un tema tan agradable y tan verdadero?
En
su pregón de hace ya muchos años, nuestro Presidente Ramón Luis Valcárcel dijo
de las procesiones lo siguiente: “…el centro de atracción lo constituyen los
Pasos Azul y Blanco, porque ambos aglutinan a todos los demás, al pueblo
entero, que podrá ser encarnado, negro, morado o del Resucitado, o no
pertenecer a ninguna cofradía; pero, además de todo esto, en Lorca se es blanco
o azul, sin que sea fácil (yo diría que imposible) situarse al margen de esa división
cromática y pasionaria. Y es que el lorquino antes, incluso, de nacer, desde el
momento en que es engendrado, ya es blanco o azul; azul o blanco”.
Tenía
razón el Presidente. Y sin embargo, quizá
quepa introducir un matiz, y es que en el encuentro de un blanco y de un azul
fuera de Lorca, y mucho más si están fuera de España, lo que en Lorca es
rivalidad amistosa se convierte, simplemente, en amistad. Yo en Lorca soy azul.
Cuando salgo de aquí sigo siéndolo, pero me gusta actuar con otro lema, que
podría ser: tanto montan, montan tanto, Paso Azul y Paso Blanco, porque lo que
de verdad importa es promover el bien de Lorca.
Así
he procurado actuar siempre, dentro de mis posibilidades. En la primavera de 1982, siendo mi marido
Presidente del Gobierno, hice algunas gestiones para conseguir que la Dirección
General del Patrimonio del Estado cediera un local para la Casa de la Cultura
de Lorca. También intervino en el asunto mi primo Fernando Sanz-Pastor, que
entonces era Consejero de la preautonomía murciana. Todavía guardo con orgullo
la carta de agradecimiento que me escribió Trinidad García, presidente de la
Agrupación Cultural Lorquina, en la que me decía que “con su interés nos ha
demostrado que por sus venas corre sangre lorquina…”.
De las veces que he vuelto a Lorca, quizá la
que más me emocionó fue una visita que hice después del terremoto. Me paseé por la ciudad, hablé con la gente,
estuve en Santa María de las Huertas, en San Mateo, en San Francisco, y pude
admirar el enorme trabajo desarrollado por miles de lorquinos para restaurar su
patrimonio artístico y monumental, y para devolver a Lorca su prosperidad y su
esplendor. Me sentí orgullosa de esa sangre lorquina de la que hablaba la carta
y me entró una gran satisfacción al pensar que la vinculación de mi familia con
Lorca se mantiene y, si Dios quiere, se mantendrá siempre.
Así, la vieja casa de
mis padres en La Hoya ha cobrado nueva vida y prestancia gracias al entusiasmo
de mi hermana Emilia y de su marido, Miguel Doménech, que es extremeño, pero
que con el paso de los años se ha vuelto el más lorquino de la familia. También mi hermana Conchi y su marido, Javier
Lirón de Robles, son visitantes muy asiduos de esta tierra. Y mi hijo mayor,
Leopoldo, siguió los pasos de su abuelo José Ibáñez-Martín, y lo mismo que él
se casó con una murciana rubia, Cristina Egea, con lo que ya tengo nietos
azules, que se llaman Leopoldo, Ricardo y Cristina y están hoy aquí con
nosotros.
Los padres de mi
nuera, José Egea y Cristina Gutiérrez-Cortines, también tienen casa en Lorca.
José Egea introdujo en la comarca de Lorca numerosas innovaciones en materia
agronómica y de regadíos; y mi consuegra Cristina, que fuera Consejera de
Educación y Cultura de la Región de Murcia y hoy es Eurodiputada, siempre ha
puesto a disposición de la ciudad, especialmente después del terremoto, sus
grandes conocimientos en materia de gestión y restauración del patrimonio
artístico.
Pues bien, después de
tantos años, aquí me tenéis de nuevo, esperando con más ilusión que nunca la
llegada de nuestra Semana Santa, esa Semana Santa que es tan difícil de
describir y de contar, sobre todo desde la lejanía. Lo expresaba muy bien Pedro Guerrero en su
pregón: “Porque lejos de aquí (…) trataba de explicar nuestras
procesiones. Pero me sobrepasaba la
nostalgia y no podía… Y es que la Semana Santa de Lorca no se puede
contar”. El narrador, en efecto, se
siente perdido “sin tambor, sin corneta, sin himno, sin bandera, sin caballo y
sin jinete, sin carro, sin cuadriga y sin siga, sin mi gente…”.
Qué difícil de
contar, y sin embargo, qué fácil de ver y de vivir. Pocas cosas hay que entren tan bien por los
ojos o que activen tan rápidamente los circuitos de la memoria como esa maravillosa
secuencia de la tarde del Viernes Santo, el Paso Encarnado, el Pasado Morado,
el Paso Azul, con la infantería romana, la profetisa Débora, los etíopes y los
egipcios, los magnates romanos, el Triunfo de la Cruz, el cortejo de la
Redención con el Estandarte del Ángel Velado, el Trono del Santísimo Cristo de
la Buena Muerte y el Reflejo, y la Virgen de los Dolores; el Paso Negro, también
llamado Paso de la Curia; el Paso Blanco, con sus romanos, babilónicos, persas
y judíos, la Verónica, San Juan, el Estandarte de la Oración del Huerto, y la
Virgen de la Amargura. ¡Qué lujosas y
resplandecientes las vestiduras de todas las imágenes y personajes! Podríamos
decir, parafraseando uno de los versículos más poéticos del Evangelio, que ni
Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Y es que el bordado lorquino en seda y oro es
un arte único y merecedor de todos los reconocimientos, nacionales e
internacionales.
Termino ya. Como
Pregonera me toca promulgar y publicar esa ley fundamental de Lorca que manda
que cada uno se incorpore a su puesto y cumpla con su deber, para que todos nos
encontremos en esa gran cita anual, que es a la vez litúrgica y ciudadana, y
hagamos posible ese milagro que es nuestra Semana Santa. Como os decía, yo la espero este año con
verdadera ilusión. Antes os hablé de dos
Semanas Santas en mi vida, una infantil y otra juvenil, las dos muy importantes
para mí. Esta Semana Santa de 2014 lo va
a ser igualmente y será gracias a vosotros.
De verdad, muchas gracias a todos.
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