Al
final de Isabel le ha faltado únicamente dejarnos un poco a solas con
nuestro luto. Un epitafio apresurado, un anuncio de quesos y la misma Isabel, esto es, la magnífica Michelle
Jenner, aún vestida de Reina, enseñándonos los entresijos de la serie. Aún
no nos habíamos enjugado las lágrimas viendo cómo aquella mujer tan hermosa
como fuerte entraba en la Historia de España con paso firme, y ya nos estábamos
riendo con las anécdotas del backstage.
Para
atar modestamente algunos cabos, quiero
contaros muy de pasada qué sucedió con los principales protagonistas de esta
epopeya en la que dos reinos medievales, en la periferia de Europa y
arrinconados por el poderío cultural y militar islámico, lograron transformarse
en un Imperio cuya huella aún perdura y perdurará durante muchos siglos.
Los Reyes
Empezaré
hablando de Felipe el Hermoso; un
personaje al que suele identificarse como una especie de Romeo, por su apodo y porque murió trágicamente, y que en la serie
se muestra como un auténtico trepa, el típico aristócrata de provincias que va
trepando agarrándose a las Coronas más cercanas.
Hemos
visto que la serie concluyó con Fernando
el Católico reivindicando la Corona de Castilla para su hija Juana, tal y como había querido Isabel.
Sin embargo, Felipe el Hermoso no estaba dispuesto a quedar en segundo plano; a
finales de 1505, un año después de la muerte de Isabel, suegro y yerno firmaron
un acuerdo conocido como la Concordia de
Salamanca, en la que se establecía que Juana y Felipe reinarían de manera
conjunta, mientras que Fernando se quedaría en calidad de gobernador.
Así,
durante breve período de tiempo en Castilla hubo dos Reyes, reinando en
igualdad de condiciones: Felipe I y
Juana I, marido y mujer. Sólo que, al ser los primeros con ese nombre, se
les llamó sencillamente Felipe y Juana. Esto es lo que sucede en la actualidad
con el papa Francisco, aunque no
sucedió en su día con Juan Carlos I,
ni con el papa Juan Pablo I, porque
el uso social prefirió darles el ordinal desde el primer momento.
Felipe
el Hermoso no tuvo demasiado tiempo para gozar de la Corona por la que tanto
había conspirado. Once meses después de haber firmado el pacto de Salamanca,
Felipe I murió repentinamente. La historia dice que murió por haberse bebido un
vaso de agua fría tras haber estado haciendo deporte, y quizás de ahí la manía
de generaciones de madres de prohibirnos beber agua después de sudar. Otras
interpretaciones dicen que Fernando no estaba dispuesto a que su yerno
administrase la herencia de Isabel, y que alguien partidario del aragonés pudo
haberse encargado de esa muerte, haciendo que pareciera un accidente...
Felipe
fundó la dinastía de los Habsburgo
-también conocida como los Austria-, que reemplazó a la de
los Trastámara. Llegado el momento,
su hijo Carlos se iba a convertir en el rey Carlos I de España y V de Alemania, aunque los propios españoles
solemos recordarle como "Carlos V".
¿Qué
pasó con Juana? Que enloqueció. Aún más, si cabe. Mientras Fernando el Católico
recuperaba el control de Castilla, ella le organizó a su esposo unos funerales
que duraron ocho meses; casi tanto como el propio reinado de Felipe. Acompañada
de una pequeña cohorte funeraria recorrió toda España de cabo a rabo, llevando
consigo el ataúd con los restos mortales de su marido, ante el horror de los
ciudadanos que veían aparecer aquella comitiva siniestra. La última Reina de
Castilla pasó el resto de su vida recluida en la fortaleza de Tordesillas, por
decisión primero de su padre y luego de su hijo, hasta su muerte, medio siglo
después de la de su esposo.
Tras
la muerte de Isabel, Fernando II de Aragón no pintaba nada en Castilla; así se
lo hicieron saber los nobles, además de su yerno. Sin embargo, al morir Felipe
el Hermoso volvió a intervenir en la política castellana, en nombre de su nieto
Carlos. Años después, Castilla se anexionó el Reino de Navarra, reforzando el concepto de Monarquía Española.
Por
cierto... un año después de enviudar, Fernando el Católico se casó por segunda
vez. La reina consorte fue la francesa Germana
de Foix, sobrina nada menos que de Luis
XII de Francia, su antiguo enemigo. Fernando murió en 1516, y Germana
-mucho más joven que el monarca- quedó bajo la protección de su nieto postizo,
el emperador Carlos I, con quien, según algunos historiadores, tuvo una hija
llamada precisamente Isabel.
Los curas
Tres
fueron los prelados que acompañaron a Isabel la Católica en sus últimos años de
vida: Cisneros, Fonseca y fray Hernando de Talavera.
El
actor Eusebio Poncela interpreta de
manera magistral al cardenal Cisneros, el confesor de la Reina. Tras
la muerte de Isabel, Cisneros siguió estando muy próximo a Fernando el Católico:
fue la larga mano desde la que el aragonés siguió dominando sobre Castilla,
aprovechando la incapacidad de Juana. Murió poco después de Fernando, a los 80
años de edad, mientras ejercía la Regencia en nombre del emperador Carlos I.
El
obispo Juan Rodríguez de Fonseca
siguió controlando los asuntos de las Indias hasta su muerte, en tiempos de
Carlos I. El actor Francesc Garrido
consigue convertir a este prelado en un personaje siniestro, enrevesado,
maquiavélico, de acento y ademanes tan particulares.
Fray Hernando de Talavera, resulta ser lo
contrario de Fonseca, tanto física como espiritualmente. El verdadero Talavera
fue monje y arzobispo. Murió un par de años después de Isabel, asediado por la Inquisición
de la que él renegó.
Los cortesanos
Isabel
de Castilla muere con la entrega incondicional de tres nobles severos, dignos y
de carácter: Gonzalo Chacón, su
protector desde que era una niña, que murió poco después de fallecer la Reina; el
embajador Gutierre Gómez de Fuensalida,
prototipo de aquellos diplomáticos austeros, vestidos de negro, formales y con
el respaldo del incipiente Imperio Español a sus espaldas; y Andrés Cabrera, casado con Beatriz de Bobadilla, la servidora más
leal de la Reina.
Otro
incondicional de Isabel, que aplicaba la diplomacia de las espadas: Gonzalo Fernández de Córdoba, a quien
también se recuerda como el Gran Capitán por sus méritos en
el campo de batalla. La tradición dice que, tras la muerte de Isabel, Fernando
le pidió que rindiera cuentas de lo que había gastado luchando en Nápoles; el
militar hizo una enumeración muy detallada, exagerada, para poner de manifiesto
que lo que sus hombres y él habían conseguido no se pagaba con dinero. Desde
entonces se emplea la expresión las
cuentas del Gran Capitán, por ejemplo para hablar de gastos inmensos o para
poner en evidencia a algún desagradecido que pide cuantificar algo que no tiene
valor.
Los malos
La
otra cara de la moneda: el señor de
Belmonte. Frente a la lealtad de los anteriores, el personaje de Juan Manuel de Villena es un espía, un
personaje vendido a Felipe el Hermoso; y eso se le nota hasta en la cara. Al
morir Isabel creyó que habían llegado sus días de gloria, pero su protector
murió enseguida y Belmonte tuvo que escapar de las manos de Fernando.
Permaneció en Flandes, temiendo por su vida, hasta que el emperador Carlos I le
rehabilitó -al fin y al cabo había servido muy bien a su padre- y le volvió a
dar cargos en el Gobierno de España.
El
rey Luis XII de Francia, enemigo de
los Reyes Católicos y señor de Felipe el Hermoso, a quien despreciaba, murió
sin tener el esperado heredero varón. Prohijó a un pariente lejano, el príncipe
Francisco, que se casó con su primogénita Claudia
y reinó como Francisco I de Francia.
¿Y
César Borgia? El bastardo papal ha
pasado a la Historia como ejemplo de personaje capaz de acabar con cualquiera con
tal de medrar. Le hemos visto encarcelado por los Reyes Católicos tras la
muerte de su padre, el papa Alejandro VI...
en extrañas circunstancias. César logró escapar y se enzarzó en las guerras
dinásticas de Navarra, pero murió en una emboscada en 1507, en el municipio de Viana. Por su nefasto pasado, su
cadáver pasó tres siglos enterrado en plena calle, a las afueras de la iglesia.
Desde la década de 1953 tiene una modesta sepultura, pero aún no se le ha
permitido ser enterrado dentro de la iglesia.
Empecé
esta reseña hablando de Felipe el Hermoso, y la concluiré hablando de su
hermosa e inteligente hermana, Margarita
de Austria. Tras la muerte de su adorado hermano, esta joven viuda sin
hijos fue regente de los Países Bajos y tutora de Carlos I y los demás
infantes.
Chacón,
Pacheco, Fuensalida, César Borgia... Enrique II, Alejandro VI, Luis XII...
Juana... personajes reales de una serie que ha destacado, a mi juicio, por la
altísima calidad del plantel de actores, por las localizaciones, y que pienso
que ha hecho más por difundir la Historia de España que una buena pila de
enciclopedias. La letra ya no entra con
sangre, sino a través del televisor. El cine español es un cine
espectacular, grandioso cuando se hace bien a pesar de los pocos medios y de
los recortes; nuestros actores les pueden dar sopas con honda a muchas
estrellas de Hollywood. Televisión Española -y la televisión española, con minúsculas en este caso-,
demuestra que no todo es telebasura. Ni muchísimo menos. Pienso que Isabel, la
serie, ha pasado a la pequeña Historia de la televisión, y, desde luego, quienes
la hemos seguido no la olvidaremos jamás, ni podremos separar la imagen de Su
Católica Majestad del rostro joven, inteligente y arrebatador de Michelle
Jenner.
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