lunes, 6 de enero de 2014

El Lute, el terror de los políticos

         Ayer volvió a cobrar protagonismo El Lute, de las páginas en blanco y negro de El Caso a los modernos platós de la era digital... y, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, quiero recordar algunos momentos míticos de cierto operador de cámara cuyos compañeros le conocíamos como El Lute... y que se convirtió en el azote de los políticos, igual que su tocayo lo fue de la Policía Armada y de la Guardia Civil.

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         El Lute, el terror de los políticos

(Fragmento de ¿Esto a qué hora sale?,
manual de Periodismo de próxima publicación)

         El detalle de no interrumpir una entrevista para no molestar no se le habría ocurrido jamás al Lute. Me vas a perdonar que emplee este mote un tanto chabacano, pero es el que le dábamos a cierto operador de cámara valenciano al que no quiero identificar.
         No sé si el Lute era una persona muy de izquierdas; lo que sí sé es que sus víctimas principales eran los dirigentes del Partido Popular.
     En cierta ocasión, al llevarse la cámara al hombro en una convención del PP escuchó un topetazo a sus espaldas; al darse media vuelta se encontró con la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, llevándose la mano a la frente, en la que había recibido el impacto de la parte trasera de la Betacam.
         El Lute grabó un día -allá por 1997- una minicumbre de presidentes autonómicos del PP que se llevó a cabo en la ciudad de Murcia. El presidente murciano, Ramón Luis Valcárcel, se iba a reunir con el valenciano Eduardo Zaplana y el aragonés Santiago Lanzuela por no sé qué tema de actualidad. El compañero llegó desde Alicante, reconoció de inmediato a Zaplana y se puso a grabar los recursos mientras los presidentes y sus compañeros de gabinete iban llegando, antes de que comenzase la minicumbre.
         En un momento dado, los gráficos -esto es, los operadores de cámara y los fotógrafos- les pidieron a los jerifaltes una foto de familia. De manera que Zaplana y Valcárcel se colocaron delante de un panel, debidamente escoltados por su gente, mientras los reporteros se apiñaban y empezaban a grabar y a sacar fotos.
         El Lute estaba en uno de los extremos de la piña formada por los gráficos, con un tiro de cámara muy torcido, tratando de abrirse paso hasta el centro a codazos; en un momento dado, para estropearle aún más la grabación, vio de reojo que una persona trataba de ponerse delante del objetivo. De manera que alargó el brazo, le apoyó la mano en el pecho y le echó hacia atrás.
         - Déjame pasar -escuchó, en susurros, mientras el hombre trataba de colarse.
         - ¡Estate quieto! -le instó.
         Aquel hombre siguió tratando de meterse en medio; el Lute le empujó con firmeza, apartó el ojo el visor y le recriminó su actitud:
         - ¡Estoy grabando a los presidentes!
         - ¡Es que yo soy el presidente de Aragón! -se justificó Lanzuela, mientras conseguía por fin esquivar al Lute y colocarse al lado de sus compañeros de partido.

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         No sé si sabes lo que es un pool: básicamente es un acuerdo entre periodistas y gráficos de medios de comunicación diferentes, para que uno de ellos -y sólo uno- grabe las imágenes y el sonido de una cobertura y las difunda sin restricciones a los demás. Un pool se da cuando la presencia de las decenas de periodistas que acuden a la cobertura pone en peligro a la propia noticia. Por ejemplo: una personalidad relevante tiene un niño y accede a que un periodista y un cámara entren a grabarles en la habitación del hospital; pero sólo uno, y no cincuenta. O puede tratarse de una operación policial que se vería comprometida si hay doce furgonetas de televisión siguiendo a los secretas. Cosas así. En estos casos, se escoge a un medio de comunicación y se le da la responsabilidad de grabar en nombre de todos, y para todos.
         En una ocasión, al Lute le encomendaron grabar un pool en un acto de José María Aznar, cuando era Presidente del Gobierno. Se le iba a entregar un premio a la Selección Nacional de fútbol, y los responsables de prensa establecieron que sólo podían entrar un fotógrafo y un operador de cámara -ni siquiera un periodista- por algún motivo que desconozco.
         El Lute cogió su cámara entre las peticiones de los demás compañeros -grábate esto, y aquello-, mientras su periodista se quedaba en la retaguardia anotando el listado de televisiones a quienes deberían entregar lo antes posible una copia de la cinta. Le llevaron a una sala de reuniones donde estaban Aznar, algunos de sus ministros y los futbolistas de la Selección, con Fernando Hierro a la cabeza.
         El Lute grabó todos los recursos habidos y por haber; luego plantó sobre la mesa el micrófono de su cadena -quitándole antes el cubilete por exigencias del pool- y se dispuso a grabar los totales. Una azafata le entregó a Aznar un trofeo; éste se puso en pie, invitó a Hierro a que se incorporase, estrechó su mano, le dio el trofeo...
         ...y en ese momento se escuchó la voz desconsolada del Lute, que susurraba:
         - ¡Esto no puede ser! ¡Esto hay que repetirlo!
         Al escucharle,  algunas cabezas se giraron hacia él. Estaba sentado en una silla vacía de la primera fila, con la cámara sobre sus rodillas, forcejeando con la tapa de la cinta.
         - ¿Qué pasa? -le preguntó un escolta.
         - ¡Hay que repetirlo! ¡No se ha grabado!
         Aznar y Hierro miraron hacia él.
         - ¿Qué te pasa, hombre? -se interesó Aznar. El Lute le miró, se encogió de hombros, empezó a temblar y gritó (esto me lo ha contado él mismo):
         - ¡¡Me han patinado los cabezales!!
         Tras explicarles a los allí presentes un par de veces que le habían patinado los cabezales -esto es, básicamente, que la cinta no corría por un fallo en las piezas que graban-, el Lute se puso en pie e indicó:
         - ¡Esto hay que repetirlo!
         Aznar le miró con cierta sorna.
         - ¿Hay que repetirlo? ¿Todo?
         - Es que me han patinado...
         El Presidente se echó a reír y le dijo que no pasaba nada; que volvían a repetirlo si hacía falta. Le pidió a Hierro que le devolviese el trofeo, lo dejó sobre la mesa y miró al Lute.
         - ¿Ya funciona?
         - ¡Ahora sí, ahora va bien! -respondió éste, con un suspiro.
         Entonces Aznar cogió el trofeo, se lo entregó a Hierro, estrechó la mano del capitán de la Selección y volvió a felicitarle, entre los aplausos de los allí congregados y el alivio infinito del cámara, que en una situación tan complicada supo salir del paso.
         El Lute siempre terminaba esta historia recalcando que, tras entregar el premio por segunda vez, Aznar se volvió a él y le preguntó si tenía suficiente o si era necesario que volviera a repetir el discurso.


         No hay que tener vergüenza a la hora de formular algunas exigencias, que no son más que necesidades del oficio. Eres un periodista y estás allí para obtener información y transmitírsela a tu audiencia.
         En cierta ocasión, la OPC de la Guardia Civil de Alicante[1] convocó a los medios de comunicación a una rueda de prensa sobre un alijo de droga muy importante que se había incautado en un municipio de la provincia.
         Nosotros llegamos tarde. Tan tarde, que en el patio de la casa cuartel nos cruzamos nada menos que con un general de la Guardia Civil, que se marchaba rodeado de los altos mandos. El cámara logró un par de planos del general, a voleo; luego entramos en la sala en la que se había desarrollado la rueda de prensa y nos encontramos a todos los compañeros desmontando los equipos, mientras un oficial le explicaba a otro periodista algunos detalles menores de la operación; algunos puntos que no habían quedado claros.
         Al vernos entrar, el oficial nos miró con cierta sorna:
         - Han llegado ustedes un poco tarde.
         En realidad ese un poco eran cuarenta minutos de retraso. Mientras el cámara se echaba la herramienta al hombro -ni hablar de plantar el trípode-, puse sobre la mesa el micrófono, conectado al cable y con el pie de micro, que había preparado mientras él le echaba dos planos al general, y le espeté:
         - Lo siento mucho, mi teniente coronel[2] -lucía dos estrellas de ocho puntas; aprenderse estas cosas es básico-; hemos llegado un poco tarde. ¿Nos podría explicar lo más destacado de la operación? Los kilos de droga y su valor en el mercado...
         El hombre me miró con cierta sorpresa, y accedió a darnos un par de frases. ¿Qué podíamos perder? Todo lo más, que nos respondiera de forma desabrida y nos echara la bronca por haber llegado tarde y pretender un trato especial.
     Te puedo asegurar que, cuando se trata de colgarse una medalla, los guardias civiles y los policías son los primeros en ponerte la alfombra roja. Es normal, y creo que así debemos ir los periodistas: aprovechando las facilidades, cuando se nos dan, y pasando por encima de las dificultades, cuando se nos plantan en el camino. Sin perder el espíritu crítico en el primer caso ni dejarnos llevar por el resquemor en el segundo.
         Termino la batallita recordando que después de darnos un par de totales, aquel teniente coronel nos permitió grabar la droga durante un minuto -tiempo suficiente para que un buen cámara saque cinco o seis buenos planos-, y con eso, más un par de planos del general, un exterior de la casa cuartel y recursos de coches patrulla, pudimos hacer la noticia.


Éste no es El Lute sino Antonio Balibrea (7RM),
de servicios mínimos en una huelga general



[1] Oficina Periférica de Comunicación: el gabinete de prensa de la Guardia Civil.
[2] Aquel hombre lucía dos estrellas de ocho puntas. Aprenderse las graduaciones es algo básico. Y si en vez de dirigirte a él como "teniente coronel" le dices "mi teniente coronel", muestras una deferencia que a muchos oficiales les agrada y te puede abrir más la puerta a la hora de grabar. ¿Es peloteo? Es empatizar con la fuente de información.

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