El
líder de Podemos, Pablo Iglesias, dio anoche muestras de
inteligencia y respeto hacia los medios de comunicación llamándole Don Pantuflo al periodista Eduardo Inda. Con su pelo blanco
rizado, su tez pálida y sus patillas, este periodista se da un ligero aire al
personaje de Don Pantuflo Zapatilla, el padre de los gemelos Zipi y Zape. Comoquiera que Inda estaba
poniendo nervioso a Iglesias, éste optó por la salida demagógica, la falacia ad
hominem: la misma que usaban los chulitos del recreo -algunos de ellos, con su
flamante coleta rebelde- a la hora de marginar al gordo, el cuatro ojos o el
tartaja.
Pablo
Iglesias debió pensar que apelando al remoto parecido entre el periodista y el
personaje de tebeo iba a hacer que éste perdiera los nervios, o quizás iba a
lograr que los espectadores del debate dejaran de prestar atención a los
argumentos de su oponente. Ya se sabe
que no es lo mismo llamarse Homer Simpson que Max Power.
Inda
-Abc, El Mundo, Marca, Antena
3, La Sexta- siguió adelante con sus argumentos, recordándole al político que a
él le apodan el Coletas, y le retó,
en otro orden de cosas, a que se pusiera un pin con la bandera de España que
había traído consigo. Iglesias respondió que no aceptaba regalos de
desconocidos y siguió llamándole Pantuflo con prepotencia, mientras la pléyade
de podemitas se refocilaba en las
redes sociales pidiéndole a Pantuflo
que se callara.
La
verdad; no espero gran cosa de las masas que votan a Podemos. Creo que en su
inmensa mayoría son antiguos votantes del PP/PSOE -y eso, cuando el domingo
electoral no salía con sol-, responsables por tanto de toda la política de los
últimos años, reconvertidos al antisistemismo
tras verse arruinados por las políticas que ellos ratificaron con su voto, fascinados por esa Stacey Malibú que trae
un sombrerito nuevo. Iglesias no me parece más que un demagogo, que podría
haber aparecido en la vertiente xenófoba, de pelo rapado, pero ha aparecido en
la vertiente rrrrrevolusionaria,
pronúnciese con cinco erres como lo haría Fidel.
Un señor que ha sabido canalizar el descontento, aprovechándose de que el
trabajo honesto de Izquierda Unida ha quedado siempre oscurecido por esa falta
de cohesión, esa pluralidad de siglas, ese descafeinar la ideología para que
todos, todas, tod@s y todxs estemos a gusto.
En
cualquier caso, el mismo fulano que se queja de que Rajoy se plasme a través de un plasma se ha permitido la licencia
de faltarle al respeto a un periodista con un mote idiota, y además de idiota
rancio, y además de rancio realmente oportuno, ya que Iglesias dice que va a
montar un zipizape que incluye someter a referéndum la Semana Santa, aunque eso
de salirse del euro o dejar de pagar la deuda externa ya no se podrá decidir en
referéndum porque él y su sanedrín ya lo han descartado en nombre de todos. Y de todas.
La
petulancia del camarada Coleta y su gusto por los motes me han hecho recordar
algunos apodos políticos con los que nuestros padres y abuelos se referían a
los dirigentes que les cayeron en suerte.
Los
que ya no cumplimos los treinta, ni los cuarenta, recordamos todavía cuando a Leopoldo Calvo-Sotelo le llamaban la Esfinge, o Mortadelo. Eran los años de la Transición, cuando Felipe -que en la dictadura fue Isidoro- lanzaba al Guerra a pelearse contra el Duque
o el Guti, bajo la mirada sarcástica
del Viejo Profesor. A los más jóvenes
les quiero recordar que el Guti era
el teniente general Manuel Gutiérrez
Mellado; el Viejo Profesor era
como llamaban a Enrique Tierno Galván
-catedrático socialista, hombre de una erudición inmensa y antecesor en la
alcaldía de Madrid de Juanito Precipicios,
o Juan Barranco. En cuanto al Duque, fue como dieron en llamar a Adolfo Suárez después de ser
ennoblecido por Juan Carlos I el Breve. Aunque, si he de quedarme con
algún apodo, me quedo con el genial Tejerrero
de Miñón con el que Interviú
denominaba a Miguel Herrero de Miñón,
en los años en los que a mí lo que más me interesaba de aquella revista eran
los chistes.
Más
adelante llegarían el Califa -que fue
como se llamaba a Julio Anguita, por
su origen cordobés y su perfil barbudo y aguileño, a lo Abderramán III, que no Boabdil-,
y finalmente Bambi, aunque a éste ya
le pilló la era de los SMS y tuvo que conformarse no con un mote sino con un
logo, ZP.
En
sus primeros años, al general Franco
le apodaban Franquito, Cerillito o el Comandantín, a causa de su poca estatura y su voz de pito. El
diminutivo familiar era Paquito,
claro, para diferenciarle de Pacón:
el teniente general Francisco Franco
Salgado-Araujo, su primo, que se pasó toda su carrera militar sirviéndole
de ayuda de cámara y a quien los libros recuerdan como Pacón Franco.
Durante
la dictadura, ponerle motes a los dirigentes podía acarrear pena de cárcel o
algo peor, pero eso nunca fue un obstáculo para el ingenio de los españoles.
Así, como Franco se había proclamado Generalísimo de los Ejércitos, a su cuñado
Ramón Serrano Súñer le apodaron el Cuñadísimo, mientras que a la mujer del
Caudillo se la llamaba Carmen Collares
por la profusión de joyas con la que aparecía en público.
Por
cierto, que a otro de los miembros de la dinastía, el pionero de la Aviación Ramón Franco, le conocieron como el Chacal primero sus amigos anarquistas y
luego los fascistas liderados por su hermano.
Al
almirante Camilo Alonso Vega se le apodaba
Camulo por su presunta estulticia,
mientras que a otro almirante, Carrero
Blanco, le llamaban el Cejas por
razones que no tendré que explicar. Al ministro falangista José Solís se le llamaba la Sonrisa
del Régimen, porque era un lobo con sonrisa Profidén, y al democristiano Joaquín Ruiz Giménez le apodaban Sor Intrépida. Por su parte, a Carlos Arias Navarro se le conocía con
el sobrenombre, mucho menos simpático pero bastante más certero, de Carnicerito de Málaga, por su actuación
como fiscal después de la guerra.
Las
figuras del Ausente -José Antonio Primo de Rivera, que
seguía dirigiendo la Falange después de muerto, más como Rebeca que como el Cid
Campeador- y el Protomártir -José Calvo Sotelo, asesinado como
represalia tras el asesinato de un oficial socialista- planearon sobre el
Franquismo durante cuarenta años. Por su parte, los catalanistas tuvieron a su
propio President Màrtir, Lluís Companys, apresado en Francia por
la Gestapo y fusilado en Montjuïc, que había sucedido en la Presidencia de la
Generalitat a Francesc Macià, l'Avi -el Abuelo.
Otros
dirigentes de aquellos años fueron la Pasionaria
-Dolores Ibárruri, líder de los
comunistas prosoviéticos-, Gorkin -Julián Gómez, líder de los comunistas
troskistas del POUM-, o los dirigentes de las dos facciones del PSOE de los
años 30: el Lenin Español -Francisco Largo Caballero- y don Inda -que era Indalecio Prieto, y no algún pariente del amigo Pantuflo. Entre los poderes fácticos,
imposible olvidar al general José
Sanjurjo, el León del Rif.
En
cuanto a los mismísimos Presidentes de la II República, a Manuel Azaña le llamaban el Verrugas
igual que le podrían haber llamado Cara
de Sapo, dicho sea con el debido respeto hacia su obra reformista; en el
caso de Niceto Alcalá-Zamora, el
apodo de el Botas pienso que iba más
allá de su querencia por este tipo de calzado. Los obreros y campesinos que se
vestían con trapos no podían olvidar los origenes elevados, caciquiles, de
aquel señorito cordobés.
Y
no me resisto a recordar que, tras la abolición de los títulos nobiliarios, a Álvaro de Figueroa y Torres tuvieron
que llamarle el Ex Conde de Romanones
hasta en los documentos oficiales, porque por su apellido no le conocía nadie.
A
Antonio Cánovas, sus admiradores le
llamaron el Monstruo, como si fuera
un futbolista o un torero. Harto de vaivenes políticos, y de la amenaza republicana
y anarquista, creó un sistema que se parecía en todo a una democracia, salvo en
su fondo democrático. Una monstruosidad que duró cerca de medio siglo -los
reinados de Alfonso XII y Alfonso XIII, incluyendo la regencia de María Cristina, la Reina
Gobernadora- gracias a la connivencia del otro hombre fuerte del momento, Práxedes Mateo-Sagasta, a quien
apodaron el Viejo Pastor. Aunque, si
es por motes, siempre me quedo con aquél de la Daga Florentina que le destinaron a Francisco Silvela, porque en el debate político era tan afilado como
letal.
Cuando
era una niña, la reina Isabel II, la de los Tristes Destinos, llamaba el General Bonito a Francisco Serrano, que fue uno de sus primeros amantes. Y es que a
la pobre la habían casado nada menos que con Paco Natillas, su primo el príncipe Francisco de Paula de Borbón. La canción decía que Paco Natillas es de pasta flora, y mea en
cuclillas como una señora; y es que los hombres fuertes de la Corte le
impusieron al marido más dócil que encontraron, pensando que así ellos iban a
poder mangonear a la Reina. Entre los hijos de la Reina, y quién sabe si de su
regio esposo y primo, estuvieron Alfonso XII el Pacificador y la infanta Isabel,
a quien apodaron la Chata por su
apariencia física.
Tras
unos primeros años bajo la amenaza de su tío Carlos Quinto, y tras
vencer al Tigre del Maestrazgo, el
general Ramón Cabrera, Isabel II pudo
compartir el poder con sus cuatro duques: el duque de la Victoria, el de
Tetuán, el de Valencia y el de Reus, es decir, los generales Baldomero Espartero, Leopoldo O'Donnell, Ramón María Narváez -a quien conocían
como el Espadón de Loja- y finalmente
Juan Prim, aunque fue precisamente éste
quien logró expulsarla del trono.
En
cuanto al padre de Isabel II, es bien sabido que Fernando VII empezó siendo el Deseado
para convertirse en el Rey Felón.
Aunque los más atrevidos le cantaban aquella canción de ese narizotas cara de pastel. Como es bien sabido, a Fernando le devolvieron
el trono los españoles, en una guerra contra las tropas de Pepe Botella, el Rey Intruso.
Una contienda en la que destacaron guerrilleros como Chaleco, Chamorro o Chapalangarra -me encanta citar estos
nombres juntos-, además de Juan Martín,
un vallisoletano al que llamaban el Empecinado,
porque por su pueblo pasaba un río con pecina, con cieno, y que logró convertir
su mote en sinónimo de terquedad.
En
fin; en España nunca ha hecho falta ser el Fénix
de los Ingenios, o tener la mili del Manco
de Lepanto, a la hora de rebautizar a nuestros vecinos. Un servidor lleva
años asintiendo comprensivo cuando alguien saca a colación a Juana la Beltraneja, como hicieron en su
día su padre, su abuelo y su bisabuelo; aunque afortunadamente la incultura
generalizada está relegando al olvido a esta pariente de Juana la Loca.
Recordemos
que somos herederos directos de los romanos, que llamaron Calígula a un emperador
porque de niño vestía botitas pequeñas, y Cicerón a uno de sus grandes
oradores porque alguno de sus antepasados había tenido alguna relación con los
garbanzos -que aún en valenciano conocemos como cigrons-. De manera que no nos debería extrañar que el Gran Wyoming se burle del Pequeño Nicolás, o que un maestro de la
demagogia le llame Pantuflo a un
periodista entre los aplausos de su pléyade de Rompetechos.
Para
terminar este artículo, que sin duda me ha quedado demasiado largo, quiero
dejaros con una retahíla de apodos que emplean hoy en día los argentinos. Os
animo a que le pongáis nombres y apellidos de España a esos apodos de ultramar,
porque algunos desde luego valen su peso en oro:
Cristina Fernández de Kirchner es
Palito de Yerba: Nada en el mate.
Sus
amigos de correrías reciben nombres como:
Pollo
Asado: Está quemado hasta el culo, pero sigue dando vueltas.
Delfín
de Acuario: Cuando trabaja hace payasadas y cuando no, nada.
Cuarto
Polvo: Todo el mundo habla, pero nadie lo echa.
Cubo
de Plástico: Se raja en cualquier momento.
Supositorio:
Lo pusieron con el dedo, pero lo van a sacar cagando.
Alpargata:
Le da lo mismo ponerse a la izquierda que a la derecha.
Paloma
de Campanario: A los primeros que cagó fue a los fieles.
Bolsillo
de Atrás: No sirve ni para rascarse las bolas.
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