Recuerdo
haber oído hablar del ébola hace bastantes años, en los tiempos de las vacas
gordas. Era una de tantas noticias que nos colaban en los telediarios, y que
nos hacían esbozar un gesto de impaciencia. Ya sabemos que los niños de Etiopía se mueren de hambre, pero no es
necesario que se recreen tanto con esas imágenes, protestábamos, matando al mensajero, lamentando sinceramente
lo que pasaba en aquellos países, pero diciendo que, al fin y al cabo, nosotros
no podíamos hacer absolutamente nada por ellos.
En aquellos
tiempos, al ébola se le llamaba fiebre
hemorrágica, y la verdad es que acojonaba bastante. Te daba una fiebre y
empezabas a sangrar hasta morir, o algo así. Veías imágenes de negros tumbados
en colchones, algunos de ellos con una mascarilla sucia sobre sus ojos asustados
e inyectados en sangre, rodeados de algunas figuras blancas, con bata y cofia
verde. Médicos Sin Fronteras, una
monjita francesa, un cura español... luego aquella fiebre agotaba su minuto y
medio de gloria, las cámaras volvían a enfocar el plató y el presentador
cambiaba de tema y nos hablaba de los caucus
del Estado de Arkansas, o nos dejaba con unas imágenes de un espectacular
incendio en California, o de una carrera de globos sobre las montañas de la
Capadocia.
A finales
del verano de 2014, los telediarios volvieron a anunciar el enésimo brote de
ébola, con las mismas imágenes de negros muertos de hambre, niños descalzos y
voluntarios voluntariosos. Pero chacho, mira por dónde, uno de aquellos curas era español, se contagió del virus cuidando
hasta la muerte al director de un hospital, y le pidió al Gobierno que no le
dejara morir allí.
El contagio
del sacerdote toledano Miguel Pajares
convirtió aquella enfermedad en nuestro problema. El ébola ya no era cosa de
negros. No se podía hacer zápping. El padre Pajares tenía parientes, amigos,
vecinos, compañeros de congregación... todos ellos directamente afectados por
su suerte, y además con derecho a voto.
La opinión pública española se dividió en dos bandos,
en principio no beligerantes gracias al poder de catarsis que tiene el Twitter.
Algunos
directamente dijeron que se jodiera,
en ocasiones con esas mismas palabras. Se había ido allí voluntario... era un
cura y por tanto iba a subir al Cielo de cabeza... Por la caridad entró la peste, recalcaban otros, con la mente
puesta en el siglo XIV.
Otros,
entre los que me cuento, defendimos el derecho de ese señor a tener la ayuda
del Estado. Cura o no cura, era un
ciudadano español que pagaba sus impuestos y tenía todo el derecho del
mundo a ser protegido por España. Aplaudimos en el cine cuando vemos que los
Marines se meten en el corazón de África para salvar a una madre blanca y a sus
hijos, sentimos orgullo ajeno de esa gran nación que mueve Roma con Santiago
cuando le tocan un pelo a uno de los suyos... pero ir nosotros hasta el África
negra para salvar a un español que si se quedaba allí afrontaba una muerte
cierta... eso era harina de otro costal.
Las
protestas no se acallaron cuando el Gobierno tomó la decisión de rescatar al padre
Pajares y traerlo a España.
Unos
dijeron que le habían dado un trato privilegiado porque se trataba de un
sacerdote, sacando a relucir un laicismo
que en muchos casos resultó paradójico. Te casas por la iglesia para no
hacerle un desaire a tus abuelos, aparte que la ceremonia es mucho más vistosa;
metes al niño en Religión por el qué dirán, luego le apuntas a la catequesis
aunque sólo vas a la iglesia cuando tienes una boda o un funeral. Pasas por el
aro sin creer en realidad en lo que estás haciendo, y luego te quejas de que el
Estado le echa un capote a un enfermo sólo porque es un cura.
Salieron a
relucir agravios comparativos; destacó el de una mujer en la Argentina, muerta
de enfermedad y de pena porque al Gobierno no le salió de las narices traerla
de vuelta a casa.
Quienes se
quejaban de que se prestaba a los curas un apoyo que otros enfermos españoles
no tuvieron, se quejaban con razón; sólo
que estropeaban el mensaje añadiendo que no había derecho a repatriar a los curas, en vez de concluir: espero que a partir de ahora se repatríe a
todos los españoles que lo necesiten.
Claro que quizás
tuvieran razón al argumentar que se
repatría a los curas sólo por el hecho de ser curas. Y es que en estos
mismos días, cuando el Gobierno ya había repatriado al segundo sacerdote
enfermo, un espeleólogo se moría a 400 metros de profundidad en una cueva del
Perú, mientras sus compañeros hacían una colecta y se pedían días libres para
ir a rescatarle ellos mismos.
(Por
cierto, el espeleólogo se llama Cecilio
López-Tercero; si su reclusión de doce días, en el fondo de una cueva, con
una vértebra dañada y sin que el Gobierno le apoyase os ha pasado
desapercibida, podéis echarle un vistazo a este link:
http://www.elmundo.es/internacional/2014/10/05/5430769ee2704ea9208b4584.html )
http://www.elmundo.es/internacional/2014/10/05/5430769ee2704ea9208b4584.html )
El padre
Pajares llegó a España el día 7 de agosto, y fue internado en el hospital
Carlos III, en el corazón de Madrid. Y fue el corazón de más de uno el que se
encogió, de miedo, al ver aquel despliegue de ambulancias, con el cura metido
en una urna de plástico.
En aquellos
momentos, tirando de hemeroteca -gracias a la Prensa, pese a todos sus errores-,
se recordó que el Hospital Carlos III,
de Madrid, había sido un centro de referencia en el tratamiento de enfermedades
infecciosas... hasta que resultó afectado por los recortes en Sanidad.
¡Caramba;
los recortes!
Cuando el
Gobierno actual llegó al poder, la Sanidad española era de las mejores del
mundo, si no la mejor. Era de calidad,
era gratuita y era para todos. Ya no es ni una cosa, ni la otra, ni la otra.
Y cuando me refiero a la merma de calidad, no quito méritos a los profesionales
inmensos que tenemos entre médicos y enfermeros. Me refiero a lo que todos
sabéis: me dan un cargo político decisorio en la Sanidad pública, la privatizo,
favorezco a una institución sanitaria privada.. que resulta que, o es de mi
familia, o luego me contrata cuando dejo de percibir el sueldo público. Los
favores se pagan, pijo.
Bueno. Al
ver que venía un enfermo de ébola, la Administración trató de recomponer lo que
había recortado. Sólo que resultó no ser tan fácil. Los profesionales de la
Sanidad, los que se juegan su vida por salvar la nuestra, denunciaron falta de
medios, formación insuficiente, apresuramiento...
Y, junto a estas mermas, nuestra lacra nacional, la
que llevamos impresa a fuego en el ADN: la chapuza.
Muchos de
nosotros empezamos a intuir lo que nos iba a pasar cuando vimos las imágenes
del copiloto de una de las ambulancias del ébola, vestido con una camiseta de
manga corta y pantalones de faena junto a un conductor enfundado en su traje de
astronauta.
El
ciudadano español Miguel Pajares, sacerdote de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, murió víctima del ébola el
día 12 de agosto, a los 75 años de edad, tras haber pasado toda su vida
cuidando a los enfermos. DEP. Mientras nosotros hacíamos zápping, él seguía
allí. Sonando mocos, limpiando culos y abrazando a los hombres, mujeres y niños
que agonizaban.
¿Había que traerlo, sabiendo que se iba a morir y que
era un peligro para todos?
Bueno; yo
me emocioné con la escena en que Forrest
Gump entra y sale de la selva tratando de salvar a sus compañeros muertos. Y
quise acompañar a Steve McQueen en
su incursión por un Yang-Tsé en llamas, para salvar a los compatriotas
refugiados rodeados de orientales que chillaban en la noche: ¡'ódete, yanqui... te mataré...!
Prefiero
ser un bobo como Forrest Gump, a ser un cobarde.
Por la caridad entró la peste, decían en
la Edad Media mientras sellaban con maderas las casas de sus hermanos enfermos,
ajenos a sus llantos de súplica. Y luego se rascaban satisfechos sus harapos
llenos de piojos.
Ahora bien;
ser caritativo no tiene por qué
significar ser un temerario. Ayer leí en la prensa que un científico
experto en este tipo de virus lamentaba no haber llevado al padre Pajares, y al
otro enfermo, el sacerdote Manuel García
Viejo, a un lugar de España más aislado. No hacía falta meter el virus en el corazón de la ciudad más poblada de
España; se lo podrían haber llevado a algún lugar despoblado, alejado de los
grandes núcleos de población.
Quizás sí,
pero... ¿en tu provincia, o en la mía?
Los páramos
de Burgos, el desierto de los Monegros, alguna zona despoblada de Andalucía, e
incluso alguna isla canaria pequeñita. Si nos ponemos así, en Lorca tenemos una
zona bastante poco poblada, con pedanías que no llegan a los treinta
habitantes... aunque con la suerte que tenemos, seguro que la falla de Alhama
volvería a dar por saco generando un epicentro debajo de las camas de los
enfermos del ébola.
Una de las
causas del desastre del Prestige fue que no hubo redaños
para encallar el barco en la costa, para que no se hundiera en una zona
inaccesible del mar. Y es que el ministro encargado, que casualmente era Rajoy, no se atrevió a condenar al chapapote a ningún municipio
en concreto.
Imaginaos
que estáis en Lorca, o en Soria, o en Badajoz, o en Teruel, y que de repente os
dicen que los enfermos del ébola se van a tratar allí, en un hospital de
campaña en la zona menos populosa de vuestra provincia. La gente saldría a las
calles con antorchas, y el presidente autonómico a la cabeza: o las urnas hinchables
del ébola, o las de metacrilato con los votos dentro.
(Continuará...)
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