jueves, 9 de octubre de 2014

El ébola, cosas de negros

Recuerdo haber oído hablar del ébola hace bastantes años, en los tiempos de las vacas gordas. Era una de tantas noticias que nos colaban en los telediarios, y que nos hacían esbozar un gesto de impaciencia. Ya sabemos que los niños de Etiopía se mueren de hambre, pero no es necesario que se recreen tanto con esas imágenes, protestábamos, matando al mensajero, lamentando sinceramente lo que pasaba en aquellos países, pero diciendo que, al fin y al cabo, nosotros no podíamos hacer absolutamente nada por ellos.
En aquellos tiempos, al ébola se le llamaba fiebre hemorrágica, y la verdad es que acojonaba bastante. Te daba una fiebre y empezabas a sangrar hasta morir, o algo así. Veías imágenes de negros tumbados en colchones, algunos de ellos con una mascarilla sucia sobre sus ojos asustados e inyectados en sangre, rodeados de algunas figuras blancas, con bata y cofia verde. Médicos Sin Fronteras, una monjita francesa, un cura español... luego aquella fiebre agotaba su minuto y medio de gloria, las cámaras volvían a enfocar el plató y el presentador cambiaba de tema y nos hablaba de los caucus del Estado de Arkansas, o nos dejaba con unas imágenes de un espectacular incendio en California, o de una carrera de globos sobre las montañas de la Capadocia.
A finales del verano de 2014, los telediarios volvieron a anunciar el enésimo brote de ébola, con las mismas imágenes de negros muertos de hambre, niños descalzos y voluntarios voluntariosos. Pero chacho, mira por dónde, uno de aquellos curas era español, se contagió del virus cuidando hasta la muerte al director de un hospital, y le pidió al Gobierno que no le dejara morir allí.
El contagio del sacerdote toledano Miguel Pajares convirtió aquella enfermedad en nuestro problema. El ébola ya no era cosa de negros. No se podía hacer zápping. El padre Pajares tenía parientes, amigos, vecinos, compañeros de congregación... todos ellos directamente afectados por su suerte, y además con derecho a voto.
La opinión pública española se dividió en dos bandos, en principio no beligerantes gracias al poder de catarsis que tiene el Twitter.
Algunos directamente dijeron que se jodiera, en ocasiones con esas mismas palabras. Se había ido allí voluntario... era un cura y por tanto iba a subir al Cielo de cabeza... Por la caridad entró la peste, recalcaban otros, con la mente puesta en el siglo XIV.
Otros, entre los que me cuento, defendimos el derecho de ese señor a tener la ayuda del Estado. Cura o no cura, era un ciudadano español que pagaba sus impuestos y tenía todo el derecho del mundo a ser protegido por España. Aplaudimos en el cine cuando vemos que los Marines se meten en el corazón de África para salvar a una madre blanca y a sus hijos, sentimos orgullo ajeno de esa gran nación que mueve Roma con Santiago cuando le tocan un pelo a uno de los suyos... pero ir nosotros hasta el África negra para salvar a un español que si se quedaba allí afrontaba una muerte cierta... eso era harina de otro costal.
Las protestas no se acallaron cuando el Gobierno tomó la decisión de rescatar al padre Pajares y traerlo a España.
Unos dijeron que le habían dado un trato privilegiado porque se trataba de un sacerdote, sacando a relucir un laicismo que en muchos casos resultó paradójico. Te casas por la iglesia para no hacerle un desaire a tus abuelos, aparte que la ceremonia es mucho más vistosa; metes al niño en Religión por el qué dirán, luego le apuntas a la catequesis aunque sólo vas a la iglesia cuando tienes una boda o un funeral. Pasas por el aro sin creer en realidad en lo que estás haciendo, y luego te quejas de que el Estado le echa un capote a un enfermo sólo porque es un cura.
Salieron a relucir agravios comparativos; destacó el de una mujer en la Argentina, muerta de enfermedad y de pena porque al Gobierno no le salió de las narices traerla de vuelta a casa.
Quienes se quejaban de que se prestaba a los curas un apoyo que otros enfermos españoles no tuvieron, se quejaban con razón; sólo que estropeaban el mensaje añadiendo que no había derecho a repatriar a los curas, en vez de concluir: espero que a partir de ahora se repatríe a todos los españoles que lo necesiten.
Claro que quizás tuvieran razón al argumentar que se repatría a los curas sólo por el hecho de ser curas. Y es que en estos mismos días, cuando el Gobierno ya había repatriado al segundo sacerdote enfermo, un espeleólogo se moría a 400 metros de profundidad en una cueva del Perú, mientras sus compañeros hacían una colecta y se pedían días libres para ir a rescatarle ellos mismos.
(Por cierto, el espeleólogo se llama Cecilio López-Tercero; si su reclusión de doce días, en el fondo de una cueva, con una vértebra dañada y sin que el Gobierno le apoyase os ha pasado desapercibida, podéis echarle un vistazo a este link: 
http://www.elmundo.es/internacional/2014/10/05/5430769ee2704ea9208b4584.html )
El padre Pajares llegó a España el día 7 de agosto, y fue internado en el hospital Carlos III, en el corazón de Madrid. Y fue el corazón de más de uno el que se encogió, de miedo, al ver aquel despliegue de ambulancias, con el cura metido en una urna de plástico.
En aquellos momentos, tirando de hemeroteca -gracias a la Prensa, pese a todos sus errores-, se recordó que el Hospital Carlos III, de Madrid, había sido un centro de referencia en el tratamiento de enfermedades infecciosas... hasta que resultó afectado por los recortes en Sanidad.
¡Caramba; los recortes!
Cuando el Gobierno actual llegó al poder, la Sanidad española era de las mejores del mundo, si no la mejor. Era de calidad, era gratuita y era para todos. Ya no es ni una cosa, ni la otra, ni la otra. Y cuando me refiero a la merma de calidad, no quito méritos a los profesionales inmensos que tenemos entre médicos y enfermeros. Me refiero a lo que todos sabéis: me dan un cargo político decisorio en la Sanidad pública, la privatizo, favorezco a una institución sanitaria privada.. que resulta que, o es de mi familia, o luego me contrata cuando dejo de percibir el sueldo público. Los favores se pagan, pijo.
Bueno. Al ver que venía un enfermo de ébola, la Administración trató de recomponer lo que había recortado. Sólo que resultó no ser tan fácil. Los profesionales de la Sanidad, los que se juegan su vida por salvar la nuestra, denunciaron falta de medios, formación insuficiente, apresuramiento...
Y, junto a estas mermas, nuestra lacra nacional, la que llevamos impresa a fuego en el ADN: la chapuza.
Muchos de nosotros empezamos a intuir lo que nos iba a pasar cuando vimos las imágenes del copiloto de una de las ambulancias del ébola, vestido con una camiseta de manga corta y pantalones de faena junto a un conductor enfundado en su traje de astronauta.
El ciudadano español Miguel Pajares, sacerdote de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, murió víctima del ébola el día 12 de agosto, a los 75 años de edad, tras haber pasado toda su vida cuidando a los enfermos. DEP. Mientras nosotros hacíamos zápping, él seguía allí. Sonando mocos, limpiando culos y abrazando a los hombres, mujeres y niños que agonizaban.
¿Había que traerlo, sabiendo que se iba a morir y que era un peligro para todos?
Bueno; yo me emocioné con la escena en que Forrest Gump entra y sale de la selva tratando de salvar a sus compañeros muertos. Y quise acompañar a Steve McQueen en su incursión por un Yang-Tsé en llamas, para salvar a los compatriotas refugiados rodeados de orientales que chillaban en la noche: ¡'ódete, yanqui... te mataré...!
Prefiero ser un bobo como Forrest Gump, a ser un cobarde.
Por la caridad entró la peste, decían en la Edad Media mientras sellaban con maderas las casas de sus hermanos enfermos, ajenos a sus llantos de súplica. Y luego se rascaban satisfechos sus harapos llenos de piojos.
Ahora bien; ser caritativo no tiene por qué significar ser un temerario. Ayer leí en la prensa que un científico experto en este tipo de virus lamentaba no haber llevado al padre Pajares, y al otro enfermo, el sacerdote Manuel García Viejo, a un lugar de España más aislado. No hacía falta meter el virus en el corazón de la ciudad más poblada de España; se lo podrían haber llevado a algún lugar despoblado, alejado de los grandes núcleos de población.
Quizás sí, pero... ¿en tu provincia, o en la mía?
Los páramos de Burgos, el desierto de los Monegros, alguna zona despoblada de Andalucía, e incluso alguna isla canaria pequeñita. Si nos ponemos así, en Lorca tenemos una zona bastante poco poblada, con pedanías que no llegan a los treinta habitantes... aunque con la suerte que tenemos, seguro que la falla de Alhama volvería a dar por saco generando un epicentro debajo de las camas de los enfermos del ébola.
Una de las causas del desastre del Prestige fue que no hubo redaños para encallar el barco en la costa, para que no se hundiera en una zona inaccesible del mar. Y es que el ministro encargado, que casualmente era Rajoy, no se atrevió a condenar al chapapote a ningún municipio en concreto.
Imaginaos que estáis en Lorca, o en Soria, o en Badajoz, o en Teruel, y que de repente os dicen que los enfermos del ébola se van a tratar allí, en un hospital de campaña en la zona menos populosa de vuestra provincia. La gente saldría a las calles con antorchas, y el presidente autonómico a la cabeza: o las urnas hinchables del ébola, o las de metacrilato con los votos dentro.

(Continuará...)

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