Mirad;
no me había pasado nunca, pero desde hace unos días me da cierta vergüenza
identificarme como periodista. Esta mañana estaba recorriendo Lorca y me daba
la sensación de que la gente me miraba con malos ojos. Me daban ganas de
pararme junto a la terraza del Jarique, en el corrillo de abueletes de los
bancos de la plaza Calderón, o de acercarme a los gitanos que venden regaliz y
caracoles en la Corredera, y decirles: Ojo,
que yo soy periodista, pero honrado.
Empezamos a intuir que la
íbamos a liar muy parda cuando vimos al cuñao
que iba de copiloto en la ambulancia del padre Pajares, el conductor con la
escafandra y el otro en mangas de camisa.
Luego,
los defensores de la Sanidad pública -la defendemos millones, pero sólo unos
pocos salen a la calle a luchar por ella- tiraron de hemeroteca y recordaron
que el Hospital Carlos III de Madrid
había sido una referencia en el tratamiento de enfermedades infecciosas hasta
que los recortes acabaron con él, como con tantas otras cosas como por ejemplo
el mismo concepto de Sanidad pública gratuita y universal.
Hubo
sospechas y quejas de los profesionales, alegando que los trajes aislantes
tenían un grado de protección inferior al que requería una amenaza como la del
ébola. Vimos guantes sujetos a las mangas con cinta de carrocero, y los médicos
y enfermeros se quejaron de que los cursos de formación eran insuficientes.
Murió
el padre Pajares, luego el padre García Viejo. Descansen en paz. Dieron
su vida ayudando a los enfermos del África, y fueron traídos a España porque
era su derecho como ciudadanos españoles.
El
día después de incinerar a García Viejo, al personal que había estado en
contacto con el virus se le dijo que podía irse a su casa y hacer vida normal,
sólo tomándose la temperatura un par de veces al día.
El
resto, ya lo sabemos. Una auxiliar sanitaria llamada Teresa, que se había presentado voluntaria, hizo vida normal hasta
que el día 30 de septiembre, unos días después de la muerte del misionero,
empezó a mosquearse porque tenía fiebre y se sentía mal. Llamó un par de veces
al hospital y le dijeron que en principio era poca cosa. La mandaron de vuelta a casa porque su fiebre no era demasiado alta;
algunos dicen que no comentó que había estado cerca del ébola, otros que sí.
Me parece muy extraño que ocultase su estado:
una profesional de la Sanidad, que conoce perfectamente las consecuencias mortíferas
del virus y la auténtica carrera contrarreloj que hay que hacer para atajar
cuanto antes la acción del ébola... ¿qué ganaba marchándose a su casa cuando
sabía que, de ser ébola, cada minuto contaba?
Pero, en todo caso, para algo hay bases de
datos informáticas: para que alguien en el Carlos III introduzca los datos del
personal de especial seguimiento, y alguien en el Centro de Salud de su barrio
reciba esa información al teclear los datos de la paciente y le diga: Chacha, aunque tienes 37'2 y no 38'6 te
vamos a aislar ahora mismo. Que es
lo que deberían haber hecho con todo el personal que atendió a los misioneros:
mantenerlos aislados, en observación, compensándoles luego por esa merma de
movimientos, hasta estar seguros de que nadie tenía el ébola o, en cualquier
caso, de que no se iba a extender en las peluquerías o las salas de las
oposiciones.
A Teresa le
recetaron paracetamol y la mandaron de vuelta a su casa. Hasta que el día 6,
sintiéndose realmente enferma, llamó al hospital y explicó quién era, qué le
pasaba y qué contacto había tenido con el virus.
La respuesta de la Administración fue
mandarle una ambulancia normal, sin métodos de prevención. Cómo verían la
cosa los de la ambulancia, que decidieron que subiera a por Teresa sólo uno de
ellos, protegido con los trajes de papel que había en el vehículo. En vez de
irse cortando al Carlos III, la ambulancia fue derivada al Hospital de Alcorcón, y luego, sin recibir ningún tipo de
desinfección, continuó recorriendo las calles de Madrid un día entero, subiendo
y bajando más enfermos con destino a más hospitales, a mutuas de seguros,
clínicas privadas, fisioterapeutas, gimnasios de rehabilitación, domicilios
privados...
Teresa
ingresó en el Hospital de Alcorcón, donde tuvo -tuvimos- la suerte de que la
atendiera un Médico con mayúsculas, un profesional consciente de lo que tenía
entre manos.
En
el hilo de Twitter del doctor Juan
Manuel Parra -@ParrajmJuan- correspondiente
al 6 de octubre, cuando Teresa entró por urgencias, podemos leer estos dos
tuits:
Juan Manuel- @ParrajmJuan
7:54h - 6 de oct. de 2014
Buenos días!!! Comenzamos la semana... fresquito
mañanero y a por la guardia
Juan Manuel- @ParrajmJuan
0:53h - 7 de oct. de 2014
Hoy no tengo ganas de hablar ...necesito un
tiempo para pensar en lo ocurrido
Lo
ocurrido: que entre las ocho menos cinco del lunes, y la una menos diez ya del
martes, el doctor Parra atendió durante cerca de un día entero a la paciente,
negándose a que otros compañeros le relevasen por si se confirmaba que tenía
ébola. Y, una vez que se confirmó, insistió en permanecer con ella para atenderla,
lamentándose, eso sí, de que esos trajes de protección eran insuficientes hasta
el punto de que a él le quedaban cortos. Uno de esos médicos que nos honran.
En
las horas posteriores, cuando se confirmó que Teresa tenía ébola, iba a
comenzar un goteo de médicos y sanitarios que ataron cabos y decidieron por su
cuenta ingresar en el hospital, de manera voluntaria, para cortar ellos mismos
el posible contagio. Los del hospital de Alcorcón, algunos del Carlos III, los
de la ambulancia... y otra gente, como el marido de Teresa y las dos peluqueras
que la atendieron una semana atrás, mientras hacía su vida normal como le
habían animado a hacer los responsables de Sanidad.
Llegado
este punto, empiezan los despropósitos. Políticos
y periodistas abyectos, los unos tapando sus miserias, los otros echándole
perfume a la basura para sacar un beneficio en forma de ventas de ejemplares o
de favores futuros.
Las
redes sociales empiezan a arder con fotos de chapuzas; algunas reales, otras
inventadas pero completamente verosímiles. Un chaval que ingresa en un hospital
con síntomas de ébola -aunque por suerte tenía una enfermedad mucho menos
peligrosa- es aislado por biombos y
sábanas. Se hace viral, y perdón por el término empleado, una foto de dos
ancianas tapándose la cabeza con sendas bolsas de Carrefour, diciendo que se
trata del protocolo de seguridad español. Claro que de manera simultánea
trasciende la foto del pasillo aislado por dos cintas rojas y blancas de
plástico, de las que ponen en las obras, más el sempiterno biombo, con el
cartel de los tres círculos de RIESGO BIOLÓGICO poniéndole la guinda al pastel.
La
abyección de ciertos medios de comunicación va pareja al encanallamiento de
algunos políticos. Poco a poco se van conociendo los datos personales de la
afectada, incluyendo algunos tan sensibles como su dirección exacta. La
Administración no se molesta en avisar a los vecinos, pero para eso está la
prensa, para abordarlos a saco y ver la cara que ponen. Sobrecoge una mujer que no sabe si usar un pañuelo de papel para abrir
la puerta del edificio, aunque las manos le tiemblan tanto que le da igual.
Los vecinos dicen que no se atreven a encender la luz de la escalera, a usar el
ascensor... porque no saben dónde ha tocado Teresa. O su marido, que también
está ingresado por si acaso.
O
el perro de la familia, Excalibur, al que de repente dicen
que hay que sacrificar aunque hay voces expertas que dicen que puede ser de
gran ayuda para la Ciencia. Entre esas voces, el propio descubridor del virus del ébola, que clama por que le hagan
un seguimiento al animal. El perro es sacrificado, e incinerado en
Paracuellos del Jarama, en un crematorio que luego -un esperpento más- resulta
no tener todos los papeles en regla a tenor de lo que dice la prensa local.
Se
genera una polémica sobre la oportunidad de defender a un simple perro; yo
personalmente opino que, uno, la vida de un perro no es despreciable; y, dos:
primero te contagian con el ébola, luego te recetan paracetamol y por último te
matan al perro. Eso ya es recochineo. Algunos ironizan con que sería mejor
preservar la vida del perro y sacrificar a la ministra de Sanidad, Ana Mato. Dónde va a parar, ironiza Pérez-Reverte
en un tuit que de inmediato recibe muchos miles de reenvíos de adhesión.
Como
los medios de comunicación cada vez poseen menos fuentes propias, porque los
periodistas de colmillo retorcido y agenda llena son una especie cara de
mantener, y como la intimidad de la víctima les importa un huevo, algunos
acuden a las redes sociales para ver lo que pueden rascar. Entran en el muro de Teresa y cuelgan la típica foto que todos nos
hemos hecho alguna vez después de un duro día de trabajo: la mujer sale
vestida con ropa de andar por casa, despeinada, con unos calcetines gordos de
lana y con los pies encima de la mesa, con su querido Excalibur en brazos. Vamos, la foto que todos querríamos ver
publicada en un diario. El desprecio por la intimidad llega a que se publiquen
otras fotos de Teresa con amigas, sin pixelarles a éstas las caras, para que
todo el mundo las pueda asociar con el virus -falsamente, pues son de muchos
meses atrás- y estigmatizarlas.
Porque
también ha habido gente capaz de estigmatizar. Por ejemplo, el hermano de Teresa, que trabajaba en una
carpintería, ha sido despedido de su trabajo porque al hijo de perra del dueño
le daba aprensión. El hombre jura que no ha visto a su hermana desde antes
de la llegada de los curas, pero eso le ha dado igual al canalla de su jefe.
Recordad: por la caridad llegó la peste, dicen los miserables. Estamos viviendo
escenas propias del Decamerón, cuando
se clausuraban las puertas de las casas con los enfermos dentro.
Aparece
en escena un orangután prepotente que dice llamarse Javier Rodríguez y ser el consejero de Sanidad de la Comunidad de
Madrid. El ejecutor directo de las órdenes de recorte que dejaron al Carlos III
en esqueleto. Y para tapar sus vergüenzas, o quizás por un auténtico odio hacia
quienes le obligan a currar, empieza a decir que la culpa de todo es de Teresa,
la víctima.
Primero
dice que mintió sobre su enfermedad.
Luego
le reprocha que tras haber atendido a los curas se fuera a la peluquería. Se fue a la pelu porque vuestro protocolo contra el ébola decía a los que
habían estado en contacto con las víctimas que podían hacer una vida normal y
no preocuparse de nada hasta que el virus les saliera por las orejas en forma
de una fiebre de 38'6º.
Y
luego, cuando una Teresa ya febril, desorientada, le comenta por teléfono a
algunos periodistas que quizás se tocó la cara con un guante, en un acto
reflejo, ese portento de la canallería patria dice que para ponerse el traje de
protección (ese traje con una protección inferior a la exigida) no hace falta
un máster, pero que algunos no se enteran porque son más cortitos que otros.
Cómo habrá sido la cosa,
que el propio PP se ha sentido avergonzado y le ha dicho que esas declaraciones
no fueron las más afortunadas.
Por
desgracia, algunos medios de comunicación empiezan a hacerse eco de los
insultos e infamias de ese puerco puesto en pie, ese médico al que imaginamos
pasando consulta fumándose un cigarrillo y con el aliento oliéndole a coñac.
Una
especie de web que dice dar información cuelga un tuit anunciando EXCLUSIVA!!!, con una foto de una
habitación de aislamiento con una persona -Teresa, dicen- en la cama.
Exclusiva, ved la foto de Teresa en su cama. Hurra.
La
tarde-noche de ayer, jueves día 9, algunos medios se lanzan a la carrera por el
click en su página web, publicando lo que sea, cualquier cosa, para que los de
Google AdSense les paguen unas perrillas. La Cadena COPE publica en su web que Teresa ha fallecido; luego,
cuando se dan cuenta de que han metido la pata hasta el corvejón, borran la
noticia y dicen que es falso que hayan publicado nada sobre dicha muerte.
Centenares de tuiteros respondemos con una captura de pantalla de la noticia
original, accesible a través de cualquier buscador de Internet.
Pero
la infamia aún da otra vuelta de tuerca, ya que algunos medios, como el Abc, publican... ¡que el cadáver de
Teresa será incinerado sin autopsia! Se les replica de inmediato que Teresa
está viva, y se les tilda de carroñeros para arriba, y con toda la razón del
mundo.
Otros
tertulianos -no les puedo calificar de periodistas
por respeto a mis compañeros de profesión-, Alfonso Merlos, Federico
Jiménez Losantos, le echan a Teresa toda la mierda encima que pueden.
Losantos dice que en el pecado lleva la
penitencia, lo que es respondido de inmediato en su programa por El Gran Wyoming, que le llama miserable
y le dice si de verdad le compensa toda la pasta que le pagan para hacer esa
clase de periodismo.
Merlos
logra superar la marca, diciendo que Teresa debería dar explicaciones de por
qué ha hecho lo que ha hecho. Le
recomiendo que coja un micro, se enfunde en uno de esos trajes de protección
que reparten sus amos, y se lo pregunte él mismo, si tiene huevos.
En
el momento de terminar este artículo, el Gobierno ha creado un comité de
crisis, del cual ha quedado relegada aunque no excluida la ministra de Sanidad.
Millones de españoles, y muchos millones más fuera de España, seguimos hora a
hora la actualidad gracias a los
periodistas honestos, deseándole lo mejor a Teresa y a las personas que
están en observación, con un inmenso respeto
hacia los médicos y enfermeros que están ingresando de forma voluntaria,
por si acaso; con una gran admiración hacia los profesionales que siguen al pie
del cañón en el Carlos III; y con el desprecio
más absoluto hacia los gestores de la mentira, sean amos con la vida
resuelta o ensuciapapeles de pluma servil.
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