miércoles, 11 de mayo de 2016

Recordando el 11-M

         Punto verde, punto rojo
         (un santjoaner en el terremoto de Lorca)

         Publicado en Lloixa, revista cultural de Sant Joan d'Alacant, en mayo de 2011

         Me llamo Antonio Marcelo Beltrán, y mi familia lleva viviendo en San Juan desde el año 1979, cuando mi padre -algunos de ustedes recordarán al Beltrán que daba Física y Química en el instituto- fue destinado a Jijona. Hace cuatro años, la televisión autonómica murciana, 7 Región de Murcia, me contrató como responsable de su Delegación en Lorca; mi primer hijo nació allí hace casi dos años, y la segunda lo hizo en el hospital de San Juan el verano pasado.
         La serie de acontecimientos que ha convertido Lorca en una ciudad que tiene que empezar prácticamente desde cero, se inició a las cinco y diez de la tarde del miércoles día 11. Yo estaba en mi casa cuando sentí un bamboleo que me zarandeó de derecha a izquierda. Poca cosa; se cayeron un par de álbumes de las estanterías, y mi hijo Antonio perdió su precario equilibrio y cayó sentado sobre el pañal, lo que le provocó un tremendo ataque de llanto. Abracé a mi familia y llamé a mi compañero Óscar Peña, el operador de cámara que compone, junto a mí, la modesta Delegación de nuestra TV en Lorca.
         Las primeras noticias que tuvimos, fueron que el epicentro estaba situado a las afueras, en una pedanía llamada El Consejero, cerca del castillo. Nos trasladamos hasta allí y grabamos unas imágenes de casas en perfecto estado. Un compañero de otra televisión nos dijo que la iglesia de San Diego, ubicada a las afueras de la ciudad, había sufrido daños parciales, de manera que regresamos a Lorca, sorprendidos por la cantidad de gente que abarrotaba las calles. Aparcamos frente a la iglesia; Óscar estaba acercándose a la torre, cámara al hombro, mientras yo aparcaba la furgoneta de la TV, cuando estalló el segundo terremoto, el de las siete de la tarde. Y digo estalló porque eso fue lo que yo sentí, una explosión. Los terremotos son momentos tan caóticos e intensos, que cada uno los interpreta de una manera diferente. Mi compañero vio cómo la tierra se ondulaba de repente a su alrededor; mi mujer, Sara, estuvo escuchando ruido durante varios segundos, mientras a su alrededor se volcaban las estanterías; yo sentí una explosión que duró sólo un momento. De repente, frente a mí se desplomó una nube de ladrillos que durante los últimos siglos habían sido la torre de la iglesia. Imagínense a toda la gente que pueda estar en una ciudad de cerca de 100.000 habitantes, gritando al mismo tiempo. A todas las personas que están en las aceras, o dentro de los comercios, saltando a la calzada en tropel, sin mirar, obligando a los coches a frenar en seco...
         Hay oficios que no te permiten dar media vuelta cuando a tu alrededor se desata el caos. Médicos, enfermeros, policías... y también los periodistas. En las famosas imágenes de España Directo que han dado la vuelta al mundo, tras el derrumbe de la torre se ve a un hombre joven que corre en contradirección, esquivando a la multitud que escapa. Era mi compañero Óscar, que estaba grabando las primeras imágenes. Al ver que él estaba al pie del cañón, cogí el móvil con manos que me temblaban; primero llamé a mi empresa y pedí refuerzos, y luego marqué un número: 96 594... el teléfono de mi madre, Consuelo.
         - Mamá, ha habido un terremoto en Lorca; los niños y Sara se van ahora mismo para San Juan.
         El terremoto nos dejó a todos en estado de shock. Los coches avanzaban por la fuerza de la costumbre, a muy poca velocidad, cediéndose el paso atendiendo al sentido común, sin hacer demasiado caso a los semáforos, mientras todos tratábamos de asumir lo que estábamos viendo. Imagínense todos los bajos comerciales de una gran avenida, como la de Alfonso el Sabio de Alicante, reventados, con los tabiques reducidos a escombros en el suelo. Toda la gente por el medio de la calzada, abrazados, llorando, sentados en las aceras. Coches en doble fila con las puertas abiertas, algunos de ellos con los cristales rotos por los cascotes. Un hombre de rodillas vomitando junto a los árboles. Dos marroquíes tratando de incorporar a una anciana que sangraba por la frente. Un coche aplastado por un bloque de cemento. El sonido de las alarmas de las tiendas; las primeras sirenas...
         Nosotros vivimos en la periferia de la ciudad, en la penúltima calle de Lorca, en un barrio que se encarama por la ladera de una pequeña montaña. Aquella cuesta arriba se me hizo eterna, entre la gente que no sabía si subir o bajar. Mi furgoneta avanzaba entre los restos de los ladrillos que habían caído de todas las azoteas. La dejé aparcada de cualquier manera, me bajé. Lo primero que vi fueron los tabiques de los bajos de mi edificio, rotos en forma de aspa. Lo siguiente, un magrebí tirado en el suelo cubierto de sangre, rodeado de compatriotas. Llamé a la Policía Local, pero los teléfonos estaban colapsados. Al enésimo intento conseguí pedir una ambulancia. Entonces subí a mi casa por las escaleras, abrí, grité llamando a mi mujer. Nadie. Había libros por los suelos, jarrones rotos en la alfombra...
         Vivir un terremoto significa abrirte paso a codazos en el parque donde sueles jugar con tus hijos, que ahora está lleno de vecinos que lloran, gritan y miran a sus casas con la boca abierta. Mi mujer estaba sentada en el suelo de tierra, descalza, abrazada a mis dos niños pequeños, cogiendo de la mano a una chica ecuatoriana que llevaba otro bebé en brazos. Me descalcé, le di mis zapatos a mi mujer, pero ella me dijo que necesitaba sentir la tierra bajo sus pies. Todos lloraban. Os vais ahora mismo de aquí, le dije. Mi querido San Juan se me apareció salvador, auténtico billete de salida de aquel espanto.
         Las llaves del coche están arriba, y el coche en el garaje.
         El miedo de verdad no te da escalofríos, no te hace sudar. A mí, el miedo de verdad me hizo jadear como si estuviera debajo del agua y me secó la boca por completo. Así, con la lengua fuera, volví a entrar en el edificio, fijándome en las grietas, la escayola por el suelo, los tabiques agujereados, el espanto en que se había convertido mi escalera. Subí los cuatro pisos. A todo esto, me llamaron de mi televisión, para que informase en directo a los murcianos de lo que estaba pasando en Lorca. Traté de no ponerme a llorar para que no cundiera más el pánico.
         Mi coche estaba en el segundo sótano, donde todavía no he sido capaz de bajar. No me apetece, me da respeto. Bajé al garaje, eché los zapatos en el asiento de detrás, arranqué y salí de allí de estampida. Aparqué en medio de la calle, volví al parque. La ecuatoriana que estaba con mi mujer tenía al marido en Suecia, es camionero. Nos dijo que tenía parientes al otro lado de Lorca, así que la animé para que se fuera con ellos teniendo cuidado de no arrimarse a los edificios. Después saqué del parque a mi mujer y a los chiquillos, coloqué a los bebés en sus sillitas mientras mi esposa se calzaba, y le indiqué por dónde podía salir del barrio y meterse en la autovía sin peligro. Bendita casa en la periferia, y bendito San Juan que iba a proteger a los míos.
         Recuperé la furgoneta de la televisión, me reuní con otros compañeros venidos de Murcia y empezamos una conexión en directo que no terminó hasta las dos de la mañana. Cuanta más información, menos miedo. Rutas alternativas de entrada a la ciudad, recomendaciones de no usar el ascensor, no coger el coche, permanecer en espacios abiertos, no acercarse al hospital de Lorca -que estaba siendo evacuado por completo-, dirigirse a este hospital de campaña, a aquel campamento de refugiados...


         Mientras yo hablaba, pasaban por nuestro lado todo tipo de sirenas, siempre en dirección al centro de Lorca. Cuerpos policiales, Bomberos, Cruz Roja, Protección Civil, el Ejército... Primero los pueblos más cercanos; luego los que venían de las provincias vecinas, Almería, Granada, Albacete, Alicante... En las horas sucesivas aparecieron más medios de comunicación; entre ellos, un santjoaner de pura cepa: Paco Bernabéu, de Canal 9, profesional de gran experiencia, que me dio un abrazo y luego se perdió cámara al hombro entre las ruinas. A las dos de la mañana, otra periodista y yo rescatamos de entre los escombros las campanas más pequeñas de la iglesia de San Diego y la cabeza mutilada del santo de la portada, y se las entregamos al párroco. Esto es un terremoto, empezar el día hablando de las vacaciones o de fútbol y terminarlo hurgando entre las ruinas de una iglesia, tratando de salvar alguna cosa, después de haber visto a tu mujer y tus hijos llorando descalzos en un parque entre centenares de gente sin casa.
         Aquella madrugada la pasé en Águilas, en la casa de mi compañero de trabajo. Al día siguiente, el primer balance. Nueve muertos, una treintena de heridos, daños muy graves en la muralla del castillo, en todas las torres de las iglesias, en todos los bajos comerciales... y corros de gente en la calle esperando la llegada de los arquitectos. Una brigada armada con pértigas arranca azulejos y salta la pintura sin contemplaciones, buscando los pilares de cada edificio. Un punto verde pintado con spray significa que puedes volver a tu casa y tratar de hacer vida normal. Un punto amarillo te da quince minutos para recoger lo imprescindible. El punto rojo o negro en tu puerta significa que te acabas de quedar sin nada; sólo con la ropa que lleves encima.
         Ya han pasado varios días; todos los que vivimos en la ciudad estamos muy tristes, apáticos, con cierto miedo... pero Lorca es una ciudad fuerte, con mucho temperamento. Tenemos además el ejemplo de los miles de inmigrantes que saben lo que es pasarlo mal y empezar de cero. Mi calle ya está limpia, y las campanas de San Diego casi no se han abollado. Entre todos, y con el apoyo de tanta gente, no tengo la menor duda de que lograremos salir adelante.


Óscar Peña (izda.) y Alejo Lucas, la mañana del 12-M


Avenida Europa, noche del 11-M

Códigos rojo (prohibido entrar, posible derribo) y verde (sin daños);
los azares del terremoto


Derribo controlado del Complejo San Mateo (unas 100 viviendas),
acometido varios meses después


Barrio Alfonso X. Un frutero que no puede entrar en su local
monta la tienda en los bajos, con los tabiques destruidos,
prestados por una comunidad de vecinos cercana


La Viña. Derribo del edificio de la calle Herrerías.
Toda la zona quedó reducida a un inmenso solar.

Calle Álamo, junto al Ayuntamiento.
Casa antigua cuya fachada se quiso proteger.


Avenida Juan Carlos I, calle principal de Lorca,
la madrugada del 11-M


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