Tuberías de colores...
Hacía tiempo que no acudía a ningún
encuentro tuitero; esas reuniones de técnicos con periodistas y responsables de
redes sociales, en las que no estar toqueteando el smartphone mientras te
hablan es señal de mala educación.
La semana pasada, Pablo Albaladejo y Pablo
Nazim, los responsables de redes sociales de la Confederación Hidrográfica
del Segura (CHS) me convocaron a un encuentro tuitero para aprender más sobre
aprovechamiento de agua. La cita iba a ser en diversos emplazamientos de
Águilas y Lorca: desaladoras, fincas, balsas de riego... durante toda una
mañana, comida incluida.
Una
vez más, lo de la comida fue lo que acabó de decidirme... aunque luego vino mi
ex mujer con la rebaja y me recordó que ella se iba a Madrid y yo tenía que
quedarme con los niños. De manera que me encogí de hombros, desayuné -llevaba
desde la noche anterior haciendo hueco para la comida gratis, en la línea
clásica del Periodismo nacional-, cogí el coche y bajé para Águilas pensando, al menos, en seguir la visita a la desaladora y unas fincas que eran un ejemplo de aprovechamiento de agua.
Lo
primero que hice al llegar a Águilas fue acojonar a un grupo de ciclistas; lo segundo
fue perderme. De lo primero tuvo parte de culpa el difunto Paco Rabal, de lo segundo Google Maps.
Lo
del Google Maps os lo podréis imaginar. He ido a la desaladora de Águilas en un
par de ocasiones; son esas instalaciones que están por detrás de la gasolinera
de BP, la de Trucks Stop, en la circunvalación de Águilas. Así y todo, quise confirmarlo con el Google Maps y
acabé subiendo por el camino de al lado del mercado, pasando por el Hotel
Don Miguel, y luego seguí a un coche que andaba errante entre bancales e
invernaderos, pensando que a estas horas de la mañana y en semejante sitio sólo
podía ser algún influencer en pos del
agua desalada, hasta que el hombre me dejó atrás de un acelerón pensándose lo
peor. Cuando consulté el GPS resultó que yo estaba en una esquina del
smartphone y la desaladora en el otro, a punto de caerse pantalla abajo.
En
cuanto al pobre ciclista, es que resulta que hoy es la festividad de San Juan Capistrano. He devorado las
novelas de Miguel Delibes desde que
era un adolescente, he retenido miles de datos realmente poco importantes, y
cuando llega esta fecha siempre recuerdo que es el cumpleaños del señor Cayo,
el del voto disputado por el diputado. Para
San Juan Capistrano, los ochenta y tres, le dice el señor Cayo a uno de los
urbanitas de Valladolid que suben a verle.
Y para San Juan Capistrano he pasado
muy cerca del cementerio de Águilas, donde reposan las cenizas de Paco Rabal,
quien le dio cara, voz y talante al viejo de Refico... de manera que, sin
pensármelo dos veces, he bajado la
ventanilla y he gritado a voz en cuello un ¡¡Feliz
cumpleaños, señor Cayo!! que los ciclistas a quienes estaba adelantando
han respondido levantando el puño cerrado y haciendo unas velas con los dedos
;)
¡¡Hasta siempre, vecino!! |
En
fin. Aún con la garganta dolorida he llegado a la desaladora de Águilas
siguiendo al autobús que llevaba a algunos de mis compañeros de encuentro. Los
dos Pablos de la Confederación, con un cabo de varas que nos iba marcando el
tiempo al segundo... compañeros de La Opinión, el portal de referencia @iambiente,
el conocido blog @DescubreMurcia, el ingeniero Mariano Soto, la Cadena SER...
Una
vez en la desaladora, la jefa de planta, Eva
Muñoz, nos ha ido explicando su funcionamiento. Ya sabéis que suelo
perderme en los detalles técnicos, pero básicamente la desaladora funciona de
la siguiente manera: se coge agua del mar, se la pasa por miles de membranas
ejerciendo una presión, y gracias a un fenómeno físico llamado ósmosis inversa el agua va pasando esas membranas y las
sales se van quedando atrás. De manera que, cuando termina el proceso, a un
lado tienes agua desalada, y al otro agua cargada de sal, salmuera, cuyas sales
no han logrado pasar por las membranas y que se devuelve al mar, dicen que sin
efectos secundarios perjudiciales.
Eva Muñoz, jefa de planta de la desaladora de Águilas |
El
proceso comienza, como es evidente, en el mar. El agua es absorbida y es
llevada a unos grandes depósitos, en los que se les va quitando la arena, los
restos de basura, las algas... toda la marranería. Cuando pasan los depósitos
-en esta desaladora tienen 42-, tenemos agua salada, pero limpia.
Los depósitos recogen agua del mar y la limpian filtrándola |
Luego
se meten por presión en unos tubos que
se fabrican en Fuente Álamo, aunque las membranas que llevan dentro son japonesas
o de Estados Unidos. Esos tubos soportan una presión inmensa; el agua es
empujada y se la fuerza a atravesar un sinfín de membranas, que vienen a ser
como unos coladores con agujeros microscópicos. Las sales se van quedando
atrás.
Los tubos están llenos de membranas, como si fueran rollos de papel higiénico. En toda la desaladora hay 16.000 membranas; y no son baratas |
Los tubos rellenos de membranas, filtrando agua de mar a presión gracias a la ósmosis inversa que deja atrás las sales |
A
continuación sale agua destilada, pero, como cualquier agricultor sabe, eso no
sirve para el riego; de manera que hay que añadirle las proporciones de
elementos químicos idóneos para regar. La desaladora sólo suministra agua de
riego, aunque podría darla potable si el mercado lo exigiera -sólo sería
cuestión de clorarla un poco más-, y nutre
a las comunidades de regantes de Lorca, Águilas, Puerto Lumbreras y Pulpí.
Hay un proyecto de canalización, en el Cerro Colorao -cerca de La Escucha, en
el límite entre Lorca y Almería- que permitirá proveer además a los totaneros.
Por
dar algunos datos que fui recogiendo mientras sacaba fotos y hacía tuits, esta
desaladora produce 180.000 metros cúbicos de agua desalada al día, lo que
vienen siendo 60 hectómetros cúbicos al año, aunque podría llegar a los 70.
Una
vez que el agua se procesa, los restos con las sales se devuelven al mar a 34
metros de profundidad; desde la
desaladora indican que no afecta a la fauna y la flora, ya que a los pocos
metros las proporciones de sales se igualan con el resto de la masa marina, y
que la temperatura no varía de manera relevante -no como en las centrales nucleares,
que calientan el agua entre otros efectos poco compatibles con el medio
ambiente, como Guiñitos-. Dicen que
la Comunidad Autónoma tiene unos controles de calidad en el límite más próximo
de las praderas de posidonia, y que esos controles hasta ahora jamás han dado
la alarma.
Además
de un ruido infernal, y de una auténtica sensación de asepsia -hormigón desnudo,
con pinta de haberlo barrido no se sabe cuántas veces-, la desaladora de
Águilas transmite una curiosa sensación
de alegría. Sin duda ayudan las tuberías, pintadas de muchos colores...
cada uno de ellos con un significado, como nos imaginamos enseguida. Las
tuberías verdes llevan agua
de mar; las rosas forman el
circuito de limpieza de las membranas; las azules
son las del agua producida. Es decir, las que suelen tener un grifo del que a
veces, cuando hay cámaras, se llena un vasito que los políticos beben con una
sonrisa de circunstancias. Los tubos de color gris llevan aire -échale mano-, y los color verde turquesa son el agua de rechazo,
la que queda cargada de sales.
Y
he logrado decir verde turquesa
porque así me lo indicaron la jefa de planta y la compañera de La Opinión... por un momento me imaginé una desaladora con tuberías
diferenciadas de color lila, malva, violeta, fucsia... y una plantilla de
hombres mirando alrededor desconcertados...
La
desaladora transmite también una sensación de soledad. No parece una fábrica,
sino un laboratorio, pero un laboratorio del día después del fin del mundo. Y
es que en ella trabajan menos de veinte personas, y eso sumando todos los
turnos.
Se
coge el agua del mar, se filtra a lo grande, se dejan atrás las sales, y luego
se remineraliza. No olviden supervitaminarse y mineralizarse, que decía Super
Ratón en los tiempos en que las desaladoras parecían tan imaginarias como los
ratones con capa voladora...
((Continuará...))
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