viernes, 8 de noviembre de 2013

Un único grito

         Quiero compartir con vosotros un pequeño fragmento de la inmensa tragedia que sufrió Lorca hace dos años y medio, cuando la tierra tembló produciendo la mayor devastación en una ciudad española desde la Guerra Civil. Es parte del capítulo del Manual para Periodistas Jóvenes que acabo de terminar.
         Yo estaba ahí; y la televisión autonómica, también.

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         (...)

         Un grito; un único grito. Toda la gente sentada en la terraza de la cafetería, junto a mi furgoneta, echó a correr en la misma dirección, hacia la carretera, mientras la torre de la iglesia de San Diego se convertía en una nube de polvo. La fuerza del terremoto me sacudió dentro de la furgoneta como un cascabel.
         El tráfico se detuvo; la gente empezó a abrazarse y a llorar. Ocho personas perdieron la vida al instante, fulminados por la lluvia de escombros. Una novena persona iba a morir poco después a consecuencia de las heridas. Arriba, en el castillo, los técnicos municipales salvaron la vida de milagro cuando se encontraban a pocos pasos de la Torre del Espolón, que perdió el tercio superior. La cúpula de la iglesia de Santo Domingo se levantó unos centímetros; la esfera del reloj de San Francisco se hizo añicos, deteniendo aquel instante en el tiempo. Los edificios del barrio de San Fernando, edificados sobre pilares exentos -sin tabiques- se movieron en todas direcciones. Los vecinos de La Viña salieron de sus casas sin imaginarse que ya no iban a poder regresar. En la calle Infante Juan Manuel, una madre murió aplastada por los escombros al proteger a sus dos hijos con su cuerpo.
         En Murcia temblaron las puertas y cayeron libros de las estanterías; en Alicante algunos perros dieron señales de grandísima inquietud. Un equipo de TVE estuvo a punto de morir bajo los escombros de la iglesia de San Diego; su cámara, un veterano, siguió captando planos sin inmutarse. Domingo Franco, cámara freelance, grabó para 7 Región de Murcia la caída de la torre del santuario de la Virgen de las Huertas.
         Óscar Peña se colocó la cámara al hombro y grabó la nube de polvo de lo que unos segundos antes había sido el extremo de la torre de San Diego. Sin inmutarse. Yo salí de la furgoneta e hice dos llamadas telefónicas.
         La primera, a la editora.
         - Marta, ha habido una réplica muy gorda en Lorca. Puede que haya muertos.
         La segunda, a mi Madre.
         - Mamá; ha habido un terremoto muy fuerte. Sara y los niños se van ahora mismo a tu casa, a Alicante. Por favor, avisa tú a toda la familia y diles que estamos bien.
         Colgué. Monté en la furgoneta y recorrí el kilómetro largo que me separaba de mi casa esquivando coches y peatones, prescindiendo de algunos semáforos.
         En aquella época nosotros vivíamos en el barrio de Los Ángeles, en la periferia de la ciudad; mi casa estaba al final de una cuesta arriba, en una calle sin salida pegada a una montaña. Avancé pisando escombros.
         Mi edificio lucía en la fachada las cruces de San Andrés: las grietas en forma de aspa, fruto del colapso de los tabiques, que se convirtieron en parte de nuestro escenario cotidiano. Delante de mi edificio había un coche aplastado por un antepecho de ladrillo caído desde una azotea. Y en mitad de la calle un marroquí tendido en el suelo y cubierto de sangre, rodeado por un grupo de vecinos.


        Me acerqué y me identifiqué como sanitario de la Cruz Roja, aunque hace muchos años que no me monto en una ambulancia. Aquel hombre estaba malherido.
         - ¡Hay que llevarlo ahora mismo al hospital! -me gritó un vecino.
         - Ahora mismo no le podemos mover; puede tener una lesión.
         - ¡Hay que llevárselo! -insistió el hombre.
         Me puse en pie y le ofrecí las llaves de la furgoneta.
         - Tenga; lléveselo. Yo voy a buscar a mi mujer y a mis hijos.
         Mientras me dirigía a mi portal llamé al 092 y les indiqué que en tal calle había un hombre malherido. Luego abrí la puerta. Grietas en las paredes del portal. Todo el suelo estaba cubierto de escayola; el edificio, abandonado, iluminado únicamente por las luces de emergencia.
         Subí los cuatro pisos a la carrera. Abrí la puerta de mi casa. El salón estaba completamente desmantelado, lleno de libros y de papeles por todas partes. El reloj de péndulo de mis abuelos yacía inclinado sobre una estantería, con la puerta de cristal abierta.
         Llamé a mi mujer. El piso estaba vacío. Bajé de nuevo a la calle... y en ese momento empezaron las llamadas de la tele.
         - Antonio; entras en directo con Igor dentro de tres minutos -me dijeron desde Producción, mientras yo me abría paso entre la gente en dirección al parque del barrio.
         - ¡Antonio, aquí está tu mujer! -me gritó una vecina, mientras al otro lado del teléfono se escuchaba la voz de Igor Maneiro, anunciando que había habido un segundo terremoto en Lorca.
         Sara estaba descalza. Al producirse el segundo terremoto se echó encima de mi hijo mayor, como tantas otras madres, aunque por suerte no cayó nada del techo. Luego cogió un niño en cada brazo y bajó las escaleras. Sin zapatos. Sin llaves. Sin el teléfono móvil.
         El portal se abría apretando un zumbador, pero no había luz eléctrica. Mi mujer y otras vecinas, con los niños, se congregaron delante del portal sin saber qué hacer, hasta que apareció un vecino con un fajo de llaves. Un inmigrante del Senegal, de dos metros de alto, que logró desencajar la puerta dándole un manotazo tremendo.
         Salieron al parque... y esperaron a que alguien se hiciera cargo de ellos. Mi mujer se abrazó a mí al verme llegar, aunque no pudo decirme nada porque estaba hablando en directo por teléfono.
         Me descalcé para que ella pudiera protegerse los pies; me dijo que no con la cabeza. Luego me explicó que necesitaba sentir la tierra firme bajo sus pies. Me entregó a mi hija Claudia, que no comprendía lo que estaba pasando; Antoñito, un año más grande, sabía lo suficiente como para permanecer abrazado a su madre.
         La primera pregunta de Igor resonó en el plató de 7RM, al igual que mi respuesta.
         - Antonio, parece ser que en esta ocasión tampoco ha habido víctimas...
         - Ojalá, Igor. Ojalá pudiéramos decir eso. La realidad es que hay al menos un herido muy grave, porque este segundo terremoto ha sido muy fuerte...
         Al escucharme, Concha Nicolás, la subdirectora de informativos, salió de su despacho y empezó a enviar equipos hacia Lorca; el departamento de Producción dirigido por Félix Izquierdo dispuso cámaras, coches de empresa y teléfonos. Se contrataron conexiones en directo, se movilizó a freelances...
         Cristina Jover, al hospital Rafael Méndez, que estaba siendo evacuado por completo; Mari Carmen Mora, a uno de los hospitales de campaña instalados por la Cruz Roja junto a la iglesia de San Diego; Blanca Núñez, Fran Sáez, Paco Sánchez, Juana Martínez... cerca de una decena de periodistas, con sus operadores de cámara y con todo el equipo técnico: José Luis Buitrago, Paco Portero, David Silvente, Christopher Abril, Pedro Ponce... al día siguiente iban a aparecer José Galiano, Alejo Lucas, Pedro Torres, César Sánchez, Carmen María Vicente, Lorena Tirados, Brígida Cánovas...
         Mientras en Murcia empezaban a organizarse para cubrir las necesidades de los lorquinos, y de todos los murcianos, yo terminé mi directo telefónico.
         - Os vais al pueblo ahora mismo . Voy a bajarte unos zapatos y a sacar el coche del garaje.

Óscar Peña (Izda.) y Alejo Lucas, el 12-M
         Volví a subir las escaleras del edificio mientras Producción me informaba de que iba a tener un directo dentro de quince minutos. Víctor, al que una roca inoportuna había dejado atascado en El Consejero, había conseguido abrirse paso con la terrena hasta la iglesia de San Diego.
         Subí a casa, abrí un armario, cogí los primeros zapatos que encontré y los metí en el bolso de mi mujer, junto a un juego de llaves del coche, su teléfono móvil y el sobre con todo el dinero de empresa que me habían dado aquella mañana, mil años atrás. Corría el peligro de quedarse sin gasolina y de que los sistemas informáticos de las gasolineras hubieran caído.
         Luego bajé al garaje. Dos plantas de sótano.
         - Concha, si no hay cobertura es porque estoy en el sótano, esperando que no haya más terremotos.
         Monté en el coche y salí como en las películas, temiendo que en cualquier momento se me fuera a caer la casa encima. Aparqué el coche detrás de la furgoneta de la empresa, viendo con alivio que ya se habían llevado a la persona malherida. Instalé a mi hijo mayor en su sillita, a la niña en el maxi-cosi. Sara se calzó y se sentó al volante mientras yo apartaba el teléfono y le daba un beso rápido.
         Luego nos marchamos del barrio; yo en cabeza, sorteando los escombros y un par de cables caídos de sus soportes. Bajamos una cuesta abajo... ella torció a la izquierda y enfiló la carretera de salida de Lorca, en dirección a mi pueblo. Yo giré a la izquierda y me abrí paso siguiendo a las primeras ambulancias hasta llegar a San Diego.
         Eran las siete y veinte de la tarde; 7 Región de Murcia iba a comenzar un informativo en directo de más de cinco horas de duración. Un esfuerzo que la Academia Nacional de Radio y Televisión premió el verano siguiente, considerándolo el Mejor Informativo del Año. Y que el Gobierno de la Región de Murcia recompensó acabando con las emisiones informativas y con los programas dos meses más tarde de aquel reconocimiento, dentro de una estúpida e insensible política de recortes.

Hay quien diría que esto es un gasto superfluo


  
       Claro que uno no hace las cosas para que le premien los compañeros, y mucho menos los gestores incompetentes, sino por los espectadores. Y, sobre todo, por la dignidad personal.

(Continuará...)

7 Región de Murcia estuvo ahí

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